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sábado, 12 de mayo de 2018

En el 34 aniversario del secuestro de mi hermano Carlos Ernesto Cuevas Molina

Escribo para mantener la memoria viva, no el recuerdo sino la memoria. En torno a ella hay una batalla, y seguramente quienes sentimos que tratan de escamoteárnosla somos los llamados a mantenerla viva.

Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-COSTA RICA


Este 15 de mayo se cumplen 34 años del secuestro de Carlos, mi hermano menor, en la ciudad de Guatemala. Iba en moto y fue perseguido por las calles de la ciudad hasta que en una esquina le dieron caza, y herido probablemente en un brazo, lo subieron al pick up blanco en el que iban sus raptores.

En la esquina en donde lo prendieron queda el Conservatorio Nacional de la ciudad, y está a cinco cuadras de la casa de nuestra abuela en el Barrio de la Recolección, barrio alrededor del cual giró nuestra infancia, en la colindancia entre las zonas 1 y 2 del viejo casco citadino al que hoy le dicen casco histórico.

Aunque parezca extraño para un caso de secuestro y desaparición, nosotros sabemos exactamente el mes y el día en que lo mataron: el 1 de agosto. La meticulosidad de quienes sembraban el terror en Guatemala nos lo permite. En 1999, una revista norteamericana publicó un documento que hoy se conoce con el nombre de Diario Militar, en el que se lleva estricto recuento de la suerte de 183 personas secuestradas y posteriormente asesinadas entre agosto de 1983 y marzo de 1985. Entre ellas, Carlos, que tiene la ficha 132 en la que hay una foto suya en la esquina superior derecha, y textualmente, escrito a máquina, dice: Carlos Ernesto Cuevas Molina/ (s) Miguel/Presidente de la A.E.U. y enlace entre la dirección y la J.P.T./Responsable del Sector Universitario, ala izquierda del P.G.T/15-05-85: A las 1000 horas fue capturado en la 3era. Avenida y 5ª. Calle, Zona 1, “Parque Lorenzo Montufar”. Luego, abajo, escrito con lápiz a mano, se puede leer: 01-08-84: 300. 300 era el código con el que se consignaba que había sido ejecutado.

Los primeros días del mes de mayo de 1984 fueron terribles para el movimiento estudiantil universitario de Guatemala. Junto a mi hermano, fue secuestrada toda la directiva de la Asociación de Estudiantes Universitarios (AEU) que, descabezada, tuvo desde entonces un devenir errático.

La última vez que vi a Carlos fue en 1983. Llegó a San José, Costa Rica, en donde yo recién me había instalado con mi familia ante la imposibilidad de volver a Guatemala. Vino a recoger algo, que no puedo decir con certeza de qué se trataba aunque creo que era dinero. Aprovechó que la selección de futbol de Guatemala jugaba contra la de Costa Rica, y llegó en un autobús repleto de entusiastas aficionados. Diciéndome adiós con la mano desde una ventanilla al costado derecho de ese mismo autobús lo vi por última vez doblar la esquina del Hotel Europa.

Han pasado desde entonces 34 años. Cuando vuelvo la vista atrás veo a tantos que como él ya no están: al “Sapo” Zea, mi compañero de la Escuela de Arquitectura que llegaba en su moto Harley; al “Chino” Mendizábal, hermano de mi querida amiga Evangelina Mendizábal, con quien a mis 17 años, recién ingresado a la Universidad de San Carlos, hice mis primeros escarceos de guerrilla urbana; al César Vera, a quien le reclamé porque, siendo presidente de la Asociación de Estudiantes de Arquitectura y habiéndonos arengado, no estaba asistiendo a las marchas estudiantiles de apoyo a los maestros en huelga, y en donde nos habían gaseado, golpeado y perseguido junto a “La Negra” Figueroa…

Para ninguno de ellos ha habido justicia. Cuando alguno de nosotros, los que perdimos familiares en ese genocidio, logra llegar a los tribunales de justicia, se levanta una hola de odio de los que lo perpetraron. Eso está pasando precisamente ahora con la familia Molina Theissen, a quien le secuestraron por venganza al hermano menor de 13 años, luego de haber vejado a su hermana Emma que logró escapar de sus manos.

Recientemente, una amiga me envió un vídeo en el aparecen lo que llaman Las doce leyes del karma. La novena ley dice: “lo único que tienes es este momento”. No escribo estas líneas para despertar compasión ni victimizarme. Los que estábamos en esa lucha sabíamos a lo que íbamos y la muerte era una posibilidad. Escribo esto precisamente porque tengo la certeza de que, a pesar de lo que diga quien me envió las doce leyes, “este momento” no es lo único que tengo y si dejo escapar el pasado, entonces seguramente todo habrá sido en vano.

Escribo para mantener la memoria viva, no el recuerdo sino la memoria. En torno a ella hay una batalla, y seguramente quienes sentimos que tratan de escamoteárnosla somos los llamados a mantenerla viva.

Por eso, aunque estás líneas las escribo en homenaje a Carlos, no se trata solo de él. Se trata de todos nosotros, los que ya no están y los que quedamos, y eso trasciende las fronteras de Guatemala. Por eso, desde aquí un abrazo para Eduardo Nachman, a quien le secuestraron a su padre actor en Buenos Aires también en aquellos años. Y con Eduardo a tantos y tantos miles de Chile, Uruguay, Brasil, El Salvador, Honduras, Nicaragua, México, Perú o Colombia, a quienes pesar de la novena ley del karma, les decimos ¡No olvidaremos!

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