Escribo
para mantener la memoria viva, no el recuerdo sino la memoria. En torno a ella
hay una batalla, y seguramente quienes sentimos que tratan de escamoteárnosla
somos los llamados a mantenerla viva.
Rafael Cuevas Molina / Presidente
AUNA-COSTA RICA
Este
15 de mayo se cumplen 34 años del secuestro de Carlos, mi hermano menor, en la
ciudad de Guatemala. Iba en moto y fue perseguido por las calles de la ciudad
hasta que en una esquina le dieron caza, y herido probablemente en un brazo, lo
subieron al pick up blanco en el que iban sus raptores.
En la
esquina en donde lo prendieron queda el Conservatorio Nacional de la ciudad, y
está a cinco cuadras de la casa de nuestra abuela en el Barrio de la
Recolección, barrio alrededor del cual giró nuestra infancia, en la colindancia
entre las zonas 1 y 2 del viejo casco citadino al que hoy le dicen casco
histórico.
Aunque
parezca extraño para un caso de secuestro y desaparición, nosotros sabemos
exactamente el mes y el día en que lo mataron: el 1 de agosto. La meticulosidad
de quienes sembraban el terror en Guatemala nos lo permite. En 1999, una
revista norteamericana publicó un documento que hoy se conoce con el nombre de
Diario Militar, en el que se lleva estricto recuento de la suerte de 183
personas secuestradas y posteriormente asesinadas entre agosto de 1983 y marzo
de 1985. Entre ellas, Carlos, que tiene la ficha 132 en la que hay una foto
suya en la esquina superior derecha, y textualmente, escrito a máquina, dice:
Carlos Ernesto Cuevas Molina/ (s) Miguel/Presidente de la A.E.U. y enlace entre
la dirección y la J.P.T./Responsable del Sector Universitario, ala izquierda
del P.G.T/15-05-85: A las 1000 horas fue capturado en la 3era. Avenida y 5ª.
Calle, Zona 1, “Parque Lorenzo Montufar”. Luego, abajo, escrito con lápiz a
mano, se puede leer: 01-08-84: 300. 300 era el código con el que se consignaba
que había sido ejecutado.
Los
primeros días del mes de mayo de 1984 fueron terribles para el movimiento
estudiantil universitario de Guatemala. Junto a mi hermano, fue secuestrada
toda la directiva de la Asociación de Estudiantes Universitarios (AEU) que,
descabezada, tuvo desde entonces un devenir errático.
La
última vez que vi a Carlos fue en 1983. Llegó a San José, Costa Rica, en donde
yo recién me había instalado con mi familia ante la imposibilidad de volver a
Guatemala. Vino a recoger algo, que no puedo decir con certeza de qué se
trataba aunque creo que era dinero. Aprovechó que la selección de futbol de
Guatemala jugaba contra la de Costa Rica, y llegó en un autobús repleto de
entusiastas aficionados. Diciéndome adiós con la mano desde una ventanilla al
costado derecho de ese mismo autobús lo vi por última vez doblar la esquina del
Hotel Europa.
Han
pasado desde entonces 34 años. Cuando vuelvo la vista atrás veo a tantos que
como él ya no están: al “Sapo” Zea, mi compañero de la Escuela de Arquitectura
que llegaba en su moto Harley; al “Chino” Mendizábal, hermano de mi querida
amiga Evangelina Mendizábal, con quien a mis 17 años, recién ingresado a la
Universidad de San Carlos, hice mis primeros escarceos de guerrilla urbana; al
César Vera, a quien le reclamé porque, siendo presidente de la Asociación de
Estudiantes de Arquitectura y habiéndonos arengado, no estaba asistiendo a las
marchas estudiantiles de apoyo a los maestros en huelga, y en donde nos habían
gaseado, golpeado y perseguido junto a “La Negra” Figueroa…
Para
ninguno de ellos ha habido justicia. Cuando alguno de nosotros, los que
perdimos familiares en ese genocidio, logra llegar a los tribunales de
justicia, se levanta una hola de odio de los que lo perpetraron. Eso está
pasando precisamente ahora con la familia Molina Theissen, a quien le
secuestraron por venganza al hermano menor de 13 años, luego de haber vejado a
su hermana Emma que logró escapar de sus manos.
Recientemente,
una amiga me envió un vídeo en el aparecen lo que llaman Las doce leyes del karma. La novena ley dice: “lo único que tienes
es este momento”. No escribo estas líneas para despertar compasión ni
victimizarme. Los que estábamos en esa lucha sabíamos a lo que íbamos y la
muerte era una posibilidad. Escribo esto precisamente porque tengo la certeza
de que, a pesar de lo que diga quien me envió las doce leyes, “este momento” no
es lo único que tengo y si dejo escapar el pasado, entonces seguramente todo
habrá sido en vano.
Escribo
para mantener la memoria viva, no el recuerdo sino la memoria. En torno a ella
hay una batalla, y seguramente quienes sentimos que tratan de escamoteárnosla
somos los llamados a mantenerla viva.
Por
eso, aunque estás líneas las escribo en homenaje a Carlos, no se trata solo de
él. Se trata de todos nosotros, los que ya no están y los que quedamos, y eso
trasciende las fronteras de Guatemala. Por eso, desde aquí un abrazo para
Eduardo Nachman, a quien le secuestraron a su padre actor en Buenos Aires
también en aquellos años. Y con Eduardo a tantos y tantos miles de Chile,
Uruguay, Brasil, El Salvador, Honduras, Nicaragua, México, Perú o Colombia, a
quienes pesar de la novena ley del karma, les decimos ¡No olvidaremos!
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