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sábado, 11 de agosto de 2018

América Latina: democracia (radical y profunda) o barbarie (terrorista)

Lo que ha ocurrido en Venezuela, y que puede llevar a una escalada de violencia criminal como amenaza ese sector de la oposición que se refugia en el terrorismo, es tan solo el anticipo de lo que vendrá para el resto de nuestra América allí donde movimientos sociales, partidos políticos o nuevos gobiernos desafíen el status quo. Es otra de las vías de profundización de la restauración neoliberal conservadora.

Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica

El actual momento político, y especialmente cultural, que vive América Latina, no invita a ser particularmente optimistas sobre el futuro y las posibilidad de construir democracias populares y participativas. Allí donde se mire, en el centro o el sur de nuestra geografía, se abren camino a empellones la intolerancia, la violencia y el exterminio del otro como forma de resolución de los conflictos, el rancio conservadurismo y los discursos del odio que hace apenas unos lustros creíamos superados, como un oscuro capítulo en la dolorosa historia de nuestros pueblos.

Pero la realidad nos muestra otra cosa. Vivimos tiempos convulsos, acelerados, donde los acontecimientos se precipitan y se confrontan proyectos políticos y visiones de mundo entre los que no se vislumbran espacios de conciliación: el intento de magnicidio contra Nicolás Maduro en Venezuela; la crisis política y de violencia desatada en Nicaragua, sin visos de solución en el corto plazo; la amenaza fascista y de continuidad del golpe de Estado que se dibuja en Brasil de cara a las elecciones presidenciales de octubre (mientras Lula da Silva sigue prisionero del régimen de Michel Temer); o las tensiones sociales, económicas y culturales que mantienen en vilo a la Argentina, son ejemplos claros, y por cierto no los únicos, de la complejidad que caracteriza nuestros días.

En ese cuadro de situación, sobre todo por lo que revela en términos de la decadencia moral y política de sus protagonistas -y de su falta de escrúpulos y la desesperación que conduce sus actuaciones-, el ataque perpetrado contra el presidente Maduro no puede ser tomado con frivolidad ni minimizarlo, como han pretendido algunos gobiernos y grupos mediáticos de la región.

Igualmente, preocupa que analistas y opinadores a sueldo, periodistas (como el infumable Jaime Baily), políticos y empresarios, desde la comodidad de su "exilio" en Miami, hagan apología del terrorismo con total impunidad, presumiendo de conocer de antemano los planes para acabar con la vida de Maduro y otras figuras del gobierno y el ejército venezolano.  En el clímax de su cinismo, advierten sin reparos que hechos como este se repetirán en las próximas semanas, como parte del repertorio de la guerra de cuarta generación que se lleva adelante contra la Revolución Bolivariana. Otro tanto cabe decir de figuras de la oligarquía colombiana, como el expresidente Álvaro Uribe, quien horas antes del fallido ataque exhortó a empresarios de Estados Unidos para que exijan al gobierno de Donald Trump una intervención en Venezuela. Y todo esto, acompañado del silencio cómplice de los presidentes que conforman el llamado Grupo de Lima y del Secretario General de la OEA, que obedecen ciegamente el guión establecido desde Washington.

¿Nos encontramos, entonces, en un callejón sin salida, en el que las aspiraciones de transformación -reformistas o revolucionarias- que animaron la irrupción de los procesos políticos posneoliberales de principios del siglo, colisionarán inevitablemente con el muro conservador, regresivo y antidemocrático del orden oligárquico y neoliberal que se niega a morir? ¿Hemos llegado a un punto  de no retorno, de victoria o derrota sin puntos medios, en el que aquellos procesos que todavía sobreviven, como los de Bolivia y Venezuela, y los que puedan emerger en otros países  en los próximos años, tendrán que optar por la radicalización emancipadora en todos los ámbitos o la resignación y el lamento por lo que pudo ser y no fue?

Porque, ¡qué duda cabe!, lo que ha ocurrido en Venezuela, y que puede llevar a una escalada de violencia criminal como amenaza ese sector de la oposición que se refugia en el terrorismo, es tan solo el anticipo de lo que vendrá para el resto de nuestra América allí donde movimientos sociales, partidos políticos o nuevos gobiernos desafíen el status quo. Como los golpes de Estado de nuevo cuño, que se empezaron a ensayar en Honduras en 2009 y se consolidaron en Brasil en 2016, el terrorismo del que se regodea una parte de la derecha latinoamericana anuncia otra de las vías de profundización de la restauración neoliberal conservadora.

Condenar enérgicamente estas acciones es un imperativo ético para quienes pensamos que es posible construir un futuro distinto al que impone el capitalismo neoliberal como única alternativa. Impedir que el terror señoree una vez más la vida de nuestros pueblos es un deber y una responsabilidad histórica en esta hora de nuestra América, en la defensa de las exiguas pero necesarias y perfectibles democracias latinoamericanas.

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