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sábado, 25 de agosto de 2018

La primavera de Praga, cincuenta años después

Cincuenta años, después la invasión soviética a Checoeslovaquia no ha pasado la prueba de la historia. Aparece como una página negra no solamente para la derecha. También para la izquierda crítica en todo el mundo, que deplora la imposición de modelos únicos de transformación social.

Carlos Figueroa Ibarra / Especial para Con Nuestra América
Desde Puebla, México

Escribo estas líneas la mañana del 21 de agosto de 2018. Las redes sociales han empezado a recordar los cincuenta años de la invasión de las tropas del Pacto de Varsovia a la que fuera la República Socialista de Checoeslovaquia. La noche del 20 de agosto de aquel año, tropas soviéticas, acompañadas de otras más de los países integrantes del referido pacto, invadieron de manera fulminante a dicho país. En la mañana del 21 de agosto, hace exactamente cincuenta años, aproximadamente 200 mil soldados y miles de tanques soviéticos se habían apoderado de un país, cuyo partido comunista había iniciado un proceso de reformas liberalizadoras del socialismo realmente existente. La invasión creó un cisma en el movimiento comunista internacional, porque los entonces poderosos partidos comunistas italiano y francés condenaron la invasión. El Partido Comunista Mexicano también condenó la invasión mostrando la senda de renovación que le había estado imprimiendo desde un tiempo atrás su Secretario General, el siempre querido y recordado Arnoldo Martínez Verdugo. Fue la posición del PCM, una voz disonante junto con una postura independiente mostrada por el Partido Comunista Dominicano. En América Latina el apoyo de los partidos comunistas a la intervención soviética y de otras fuerzas de izquierda fue casi unánime. Sucedía esto al calor de una postura de apoyo contundente mostrada por Fidel desde Cuba.

Cincuenta años después no puedo sino evaluar de manera positiva el intento de construir en Checoeslovaquia bajo la conducción de Alexander Dubcek, un “socialismo de rostro humano”. Las medidas tomadas durante la Primavera de Praga (en rigor un proceso comenzado desde enero de1968 y abortado en agosto de ese año) fueron precursoras de las que después intentaría adoptar el Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) bajo la conducción de Mijail Gorbachov. Se trataba de hacer una liberalización política desmantelando el autoritarismo estalinista y propiciar una apertura económica propiciando una combinación de la economía socialista con la de mercado. En el caso Checoeslovaco aquel proceso culminó con la invasión soviética y el endurecimiento brezhneviano en una postura ideológica que a la postre resultaría fallida. En el caso soviético, la senda del socialismo con rostro humano también resultaría fracasando con la caída de Gorbachov, la desintegración soviética y el derrumbe del socialismo real.

No obstante, el derrumbe soviético mostró a la larga que las reformas que se pretendieron hacer en Checoeslovaquia, acaso eran la única salida para un sistema que estaba desmoronándose  imperceptiblemente. Hoy un gigante que se autodenomina partidario del marxismo, China, ha asumido con decisión la introducción del mercado y aun del capitalismo en un modelo económico y político que  no ha renunciado al socialismo por lo menos en el plano declarativo. Y en Cuba ya se habla al igual que en Vietnam, al calor de las reformas económicas impulsadas, de “un socialismo con mercado”. Indudablemente una de las rutas del socialismo con rostro humano ha terminado por imponerse. No así la otra: la de la liberalización política. No en balde el ex embajador soviético en Cuba, Vitali Vorotnikov (1926-2012) en su libro Mi verdad, calificó como un error el que Gorbachov haya intentado hacer al mismo tiempo la Glasnost y la Perestroika. Como quiera que haya sido, cincuenta años después la invasión soviética a Checoeslovaquia no ha pasado la prueba de la historia. Aparece como una página negra no solamente para la derecha. También para la izquierda crítica en todo el mundo, que deplora la imposición de modelos únicos de transformación social. Y es inevitable pensar que el modelo que la URSS pretendía imponer, terminó destruyéndola para siempre.
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