Cincuenta años, después
la invasión soviética a Checoeslovaquia no ha pasado la prueba de la historia.
Aparece como una página negra no solamente para la derecha. También para la
izquierda crítica en todo el mundo, que deplora la imposición de modelos únicos
de transformación social.
Carlos Figueroa Ibarra / Especial para Con Nuestra América
Desde Puebla, México
Escribo estas líneas la
mañana del 21 de agosto de 2018. Las redes sociales han empezado a recordar los
cincuenta años de la invasión de las tropas del Pacto de Varsovia a la que
fuera la República Socialista de Checoeslovaquia. La noche del 20 de agosto de
aquel año, tropas soviéticas, acompañadas de otras más de los países
integrantes del referido pacto, invadieron de manera fulminante a dicho país.
En la mañana del 21 de agosto, hace exactamente cincuenta años, aproximadamente
200 mil soldados y miles de tanques soviéticos se habían apoderado de un país,
cuyo partido comunista había iniciado un proceso de reformas liberalizadoras
del socialismo realmente existente. La invasión creó un cisma en el movimiento
comunista internacional, porque los entonces poderosos partidos comunistas
italiano y francés condenaron la invasión. El Partido Comunista Mexicano
también condenó la invasión mostrando la senda de renovación que le había
estado imprimiendo desde un tiempo atrás su Secretario General, el siempre
querido y recordado Arnoldo Martínez Verdugo. Fue la posición del PCM, una voz
disonante junto con una postura independiente mostrada por el Partido Comunista
Dominicano. En América Latina el apoyo de los partidos comunistas a la
intervención soviética y de otras fuerzas de izquierda fue casi unánime.
Sucedía esto al calor de una postura de apoyo contundente mostrada por Fidel
desde Cuba.
Cincuenta años después
no puedo sino evaluar de manera positiva el intento de construir en
Checoeslovaquia bajo la conducción de Alexander Dubcek, un “socialismo de
rostro humano”. Las medidas tomadas durante la Primavera de Praga (en rigor un
proceso comenzado desde enero de1968 y abortado en agosto de ese año) fueron
precursoras de las que después intentaría adoptar el Partido Comunista de la
Unión Soviética (PCUS) bajo la conducción de Mijail Gorbachov. Se trataba de
hacer una liberalización política desmantelando el autoritarismo estalinista y
propiciar una apertura económica propiciando una combinación de la economía
socialista con la de mercado. En el caso Checoeslovaco aquel proceso culminó
con la invasión soviética y el endurecimiento brezhneviano en una postura
ideológica que a la postre resultaría fallida. En el caso soviético, la senda
del socialismo con rostro humano también resultaría fracasando con la caída de
Gorbachov, la desintegración soviética y el derrumbe del socialismo real.
No obstante, el
derrumbe soviético mostró a la larga que las reformas que se pretendieron hacer
en Checoeslovaquia, acaso eran la única salida para un sistema que estaba
desmoronándose imperceptiblemente. Hoy
un gigante que se autodenomina partidario del marxismo, China, ha asumido con
decisión la introducción del mercado y aun del capitalismo en un modelo
económico y político que no ha
renunciado al socialismo por lo menos en el plano declarativo. Y en Cuba ya se
habla al igual que en Vietnam, al calor de las reformas económicas impulsadas,
de “un socialismo con mercado”. Indudablemente una de las rutas del socialismo
con rostro humano ha terminado por imponerse. No así la otra: la de la
liberalización política. No en balde el ex embajador soviético en Cuba, Vitali
Vorotnikov (1926-2012) en su libro Mi
verdad, calificó como un error el que Gorbachov haya intentado hacer al
mismo tiempo la Glasnost y la Perestroika. Como quiera que haya sido,
cincuenta años después la invasión soviética a Checoeslovaquia no ha pasado la
prueba de la historia. Aparece como una página negra no solamente para la
derecha. También para la izquierda crítica en todo el mundo, que deplora la
imposición de modelos únicos de transformación social. Y es inevitable pensar
que el modelo que la URSS pretendía imponer, terminó destruyéndola para
siempre.
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