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sábado, 4 de agosto de 2018

Una originalidad argentina: repetir el jardín de infantes

Los argentinos somos originales: repetimos el Jardín de Infantes, aunque no reprobamos ciertas asignaturas como la que podría llamarse juegos prohibidos al mantener el tic de elegir malos gobernantes; así como otra: amistades peligrosas,  según lo prueban los estrechos vínculos con el FMI, el Banco Mundial y la nueva “relación carnal” con los Estados Unidos de América.

Carlos María Romero Sosa / Especial para Con Nuestra América
Desde Buenos Aires, Argentina

Fue la poeta y juglar María Elena Walsh quien acuñó en 1979 la expresión “País jardín de infantes”. Una imagen  que hacía referencia en momentos de dictadura militar,  a los desvaríos de la censura y el silencio sobre  múltiples temas exigido desde las esferas oficiales: “Cuando ya nos creímos libres de brujos, nuestra cultura parece regida por un conjuro mágico: no nombrar para que no exista.” Y aunque la escritora no lo decía, lo peor del caso era que toda la represión  era aceptada, de algún modo, por la inmadurez y la ciclotimia de gran parte de los habitantes, triunfalistas y patoteros en el fútbol, pero desinteresados en imaginar grandes epopeyas nacionales, en las que resultara necesario jugarse o exponer algo más que una ronquera gritando un gol de la Selección. Eran otros tiempos y entre tamañas desventuras no se hablaba entonces de “bullyng” escolar, algo que desnuda hoy la crueldad infantil y que hace mirar con cierta preocupación el mundo de los niños.
 

La Argentina del presente sigue siendo ese Jardín de Infantes, poblado con gente ciclotímica e irresponsable como lo muestran los índices de accidentes de tránsito, y dirigentes políticos corruptos  carentes de  criterio, vocación por el bien común y  en consecuencia afectos a callar la realidad o disfrazarla con estadísticas mendaces. Tanto aquellos que desde el poder son  capaces de destruir la calidad de vida de grandes sectores de la población, arrastrándolos a condiciones infrahumanas al  hacer de los servicios de agua, electricidad, gas y  transporte público bienes imposibles de pagar, y también los otros de la presunta oposición -los Picheto, los Urtubey, los Massa, etcétera-, colaborando, con el argumento de la defensa de la institucionalidad más allá de algunas críticas puramente formales, con el plan económico hambreador del pueblo al servicio de los grupos adinerados del país  y del  capitalismo internacional.

En tanto la sociedad, con honrosas excepciones,  más que reunida para epopeyas colectivas con antecedentes que van quedando cada vez más lejanos –las huelgas revolucionarias de la FORA anarquista; el “Ultimo Malón” de los aborígenes mocovíes  en 1904;  la elección de Alfredo Palacios como primer diputado socialista de América  ese mismo año con el voto de la barriada popular e inmigratoria de la Boca del Riachuelo;  el Grito de Alcorta de los chacareros pobres de 1912; la rebelión estudiantil reformista de 1918; el 17 de octubre de 1945; la resistencia peronista, el Rosariazo y el Cordobaza de 1969; las rondas de las Madres de Plaza de Mayo y la masiva irrupción del movimiento de Derechos Humanos como respuesta al golpe de 1976 y el genocidio subsiguiente; el estallido social que se llevó puesto a Cavallo-De la Rúa  y su plan recesivo y entregador de soberanía a los intereses financieros en diciembre de 2001, entre otras gestas-,  parece estar distribuida en rincones jardineros. Y lo peor es que pocos son los que atienden al suyo.

Así se plantean grandes debates que acaban en groseros tironeos de fanáticos. Uno de ellos ha sido el tema de la legalización del aborto. No se han escuchado en las audiencias públicas  llevadas a cabo en el Senado de la Nación, líneas intermedias ni puente alguno tendido entre posiciones irreconciliables: todo se reduce a actitudes binarias y maniqueas; sin voces capaces de repudiar a la vez el jolgorio de muchos, muchas y muches ante la posibilidad de aprobar  la interrupción voluntaria del embarazo y con la misma fuerza oponerse al retorno de la inquisición con sus autos de fe  de la mano de grupos autodenominados “ProVida”, con integrantes que ahora descubren la beatitud del Papa Paulo VI por su discutible encíclica de 1968 “Humanae Vitae”, contra la píldora anticonceptiva, cuando sus mentores de ayer como el ultraderechista Carlos A. Disandro, ideólogo de la parapolicial CNU, gustaban  tratarlo de apóstata y arriano debido a la apertura demostrada en otros órdenes por ese Pontífice, como su ecumenismo y la objeción a culpar al pueblo judío por la muerte de Jesús.

Unos y otros fueron  distorsionando el sentido de  la discusión, al punto que algunos antiabortistas no sólo se oponen al aborto legal o desincriminado, sino que critican la educación sexual que enseña a evitar embarazos no deseados; llegándose al extremo que un médico vinculado con los sectores más conservadores del gobierno del que su ONG recibe abultados subsidios, llegó al absurdo y la inconciencia criminal, de cuestionar el uso del preservativo contra toda razón científica y humanitaria frente a flagelos como el SIDA y demás enfermedades de transmisión sexual.

La Iglesia Católica -a la que pertenezco- lógicamente es antiabortista y mueve en bloque su influencia en ese sentido, lo cual lleva a pensar cuántas vidas se hubieran salvado de haber tomado una actitud tan clara y compacta frente a la dictadura genocida de Videla y sus secuaces. Para no ser injusto recordaré que no precisamente desde la tribuna abierta en el Congreso, sino trabajando en los barrios más carenciados, los curas villeros como el padre Pepe Di Paola o el padre de Lorenzo de Vedia –en 2017 prepoteado por integrantes de la Prefectura Naval-, además de cuestionar el aborto por momentos con argumentación de difícil verificación el primero de los nombrados, como que la proyectada ley que se discute responde a una imposición del FMI, dan contención efectiva a las mujeres embarazadas y no señalan con el dedo acusador a las que interrumpieron o interrumpen el embarazo. Nada que ver con el fariseísmo de ciertos sectores  “ProVida”, que hasta hace muy poco criticaban con saña el hecho que “los pobres tengan muchos hijos”,  y ahora se rasgan las vestiduras frente al drama –que lo es en cualquier caso- del aborto.  

Macri, quien abrió la caja de Pandora al promover este debate legislativo, se siente tironeado tanto por sus votantes ultras, más inquisitoriales que Torquemada y Eymeric juntos, como por los más progresistas que integran su espacio neoliberal. Entonces acaba de sacar otra carta de la manga: el Decreto 683 sobre las reformas del rol de las Fuerzas Armadas en la Defensa Nacional, algo que contradice la legislación vigente en la materia, fruto del consenso social después de la experiencia del terrorismo de Estado y los 30.000 desaparecidos. Tal nuevo instrumento, a todas luces repiquetea como aprestos  de  represión ya que más que una maniobra de distracción  aconsejada por el inefable asesor Durán Barba, podría decirse  que es una táctica para curarse  en salud, ante la creciente conflictividad social resultado del plan económico de ajuste perpetuo acorde con los dictados, esos sí indudables,  del FMI.

Todo vale en este kindergaten inimaginado por Friedrich Fruebel, pero anticipado por nuestra María Elena Walsh. Así hay que hacer alharaca con las por cierto torpes declaraciones recientes del dirigente piquetero Luis D´Elía sobre que habría que fusilar al ingeniero Macri en la Plaza de Mayo. Lo ilustrativo es que sus detractores y denunciantes ante un Poder Judicial presto a encarcelar opositores –Milagros Sala cumple prisión preventiva en Jujuy (en la actualidad domiciliaria) desde pocos días después de la asunción del gobernador Gerardo Morales en esa provincia feudal, en diciembre de 2015-, suelen condolerse públicamente de los militares  condenados por crímenes de lesa humanidad, pedir su liberación y hasta exigirla como en  2015 en que desde un artículo editorial lo hizo (sería bueno saber quién fue su redactor) el viperino diario La Nación, por fortuna para la democracia sin eco alguno.  (La vomitiva “Tribuna de doctrina” según se autotitula La Nación, está tan “jugada por la vida” que el domingo 29 de julio del corriente publicó un artículo de fondo contra el aborto y el 30, en la misma sección pretende, a través de un libelo, encubrir el asesinato del obispo Enrique Angelelli perpetrado el 4 de de agosto de 1976 y dudar de su evangélica acción pastoral oponiéndose a la apertura de su  proceso de beatificación.)

Los argentinos somos originales: repetimos el Jardín de Infantes, aunque no reprobamos ciertas asignaturas como la que podría llamarse juegos prohibidos al mantener el tic de elegir malos gobernantes; así como otra: amistades peligrosas,  según lo prueban los estrechos vínculos con el FMI, el Banco Mundial y la nueva “relación carnal” con los Estados Unidos de América.

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