Los
argentinos somos originales: repetimos el Jardín de Infantes, aunque no
reprobamos ciertas asignaturas como la que podría llamarse juegos prohibidos al
mantener el tic de elegir malos gobernantes; así como otra: amistades
peligrosas, según lo prueban los
estrechos vínculos con el FMI, el Banco Mundial y la nueva “relación carnal”
con los Estados Unidos de América.
Carlos
María Romero Sosa / Especial para Con Nuestra América
Desde Buenos Aires, Argentina
Fue
la poeta y juglar María Elena Walsh quien acuñó en 1979 la expresión “País
jardín de infantes”. Una imagen que
hacía referencia en momentos de dictadura militar, a los desvaríos de la censura y el silencio
sobre múltiples temas exigido desde las
esferas oficiales: “Cuando ya nos creímos
libres de brujos, nuestra cultura parece regida por un conjuro mágico: no
nombrar para que no exista.” Y aunque la escritora no lo decía, lo peor del
caso era que toda la represión
era aceptada, de algún modo, por la inmadurez y la ciclotimia de gran
parte de los habitantes, triunfalistas y patoteros en el fútbol, pero
desinteresados en imaginar grandes epopeyas nacionales, en las que resultara necesario
jugarse o exponer algo más que una ronquera gritando un gol de la Selección.
Eran otros tiempos y entre tamañas desventuras no se hablaba entonces de
“bullyng” escolar, algo que desnuda hoy la crueldad infantil y que hace mirar
con cierta preocupación el mundo de los niños.
La
Argentina del presente sigue siendo ese Jardín de Infantes, poblado con gente
ciclotímica e irresponsable como lo muestran los índices de accidentes de
tránsito, y dirigentes políticos corruptos
carentes de criterio, vocación
por el bien común y en consecuencia
afectos a callar la realidad o disfrazarla con estadísticas mendaces. Tanto
aquellos que desde el poder son capaces
de destruir la calidad de vida de grandes sectores de la población, arrastrándolos
a condiciones infrahumanas al hacer de los servicios de
agua, electricidad, gas y transporte
público bienes imposibles de pagar, y también los otros de la presunta oposición -los
Picheto, los Urtubey, los Massa, etcétera-, colaborando, con el argumento de la
defensa de la institucionalidad más allá de algunas críticas puramente
formales, con el plan económico hambreador del pueblo al servicio de los grupos
adinerados del país y del capitalismo internacional.
En
tanto la sociedad, con honrosas excepciones,
más que reunida para epopeyas colectivas con antecedentes que van
quedando cada vez más lejanos –las huelgas revolucionarias de la FORA
anarquista; el “Ultimo Malón” de los aborígenes mocovíes en 1904;
la elección de Alfredo Palacios como primer diputado socialista de
América ese mismo año con el voto de la
barriada popular e inmigratoria de la Boca del Riachuelo; el Grito de Alcorta de los chacareros pobres
de 1912; la rebelión estudiantil reformista de 1918; el 17 de octubre de 1945;
la resistencia peronista, el Rosariazo y el Cordobaza de 1969; las rondas de
las Madres de Plaza de Mayo y la masiva irrupción del movimiento de Derechos
Humanos como respuesta al golpe de 1976 y el genocidio subsiguiente; el
estallido social que se llevó puesto a Cavallo-De la Rúa y su plan recesivo y entregador de soberanía
a los intereses financieros en diciembre de 2001, entre otras gestas-, parece estar distribuida en rincones
jardineros. Y lo peor es que pocos son los que atienden al suyo.
Así
se plantean grandes debates que acaban en groseros tironeos de fanáticos. Uno
de ellos ha sido el tema de la legalización del aborto. No se han escuchado en
las audiencias públicas llevadas a cabo
en el Senado de la Nación, líneas intermedias ni puente alguno tendido entre
posiciones irreconciliables: todo se reduce a actitudes binarias y maniqueas; sin voces
capaces de repudiar a la vez el jolgorio de muchos, muchas y muches ante la posibilidad de
aprobar la interrupción voluntaria del
embarazo y con la misma fuerza oponerse al retorno de la inquisición con sus
autos de fe de la mano de grupos autodenominados
“ProVida”, con integrantes que ahora descubren la beatitud del Papa Paulo VI
por su discutible encíclica de 1968 “Humanae Vitae”, contra la píldora
anticonceptiva, cuando sus mentores de ayer como el ultraderechista Carlos A. Disandro, ideólogo
de la parapolicial CNU, gustaban
tratarlo de apóstata y arriano debido a la apertura demostrada en otros
órdenes por ese Pontífice,
como su ecumenismo y la objeción a culpar al pueblo judío por la muerte de
Jesús.
Unos
y otros fueron distorsionando el sentido
de la discusión, al punto que algunos antiabortistas
no sólo se oponen al aborto legal o desincriminado, sino que critican la
educación sexual que enseña a evitar embarazos no deseados; llegándose al
extremo que un médico vinculado con los sectores más conservadores del gobierno
del que su ONG recibe abultados subsidios, llegó al absurdo y la inconciencia
criminal, de cuestionar el uso del preservativo contra toda razón científica y
humanitaria frente a flagelos como el SIDA y demás enfermedades de transmisión
sexual.
La
Iglesia Católica -a la que pertenezco- lógicamente es antiabortista y mueve en
bloque su influencia en ese sentido, lo cual lleva a pensar cuántas vidas se
hubieran salvado de haber tomado una actitud tan clara y compacta frente a la
dictadura genocida de Videla y sus secuaces. Para no ser injusto recordaré que
no precisamente desde la tribuna abierta en el Congreso, sino trabajando en los
barrios más carenciados, los curas villeros como el padre Pepe Di Paola o el
padre de Lorenzo de Vedia –en 2017 prepoteado por integrantes de la Prefectura
Naval-, además de cuestionar el aborto por momentos con argumentación de
difícil verificación el primero de los nombrados, como que la proyectada ley
que se discute responde a una imposición del FMI, dan contención efectiva a las
mujeres embarazadas y no señalan con el dedo acusador a las que interrumpieron
o interrumpen el embarazo. Nada que ver con el fariseísmo de ciertos
sectores “ProVida”, que hasta hace muy poco criticaban
con saña el hecho
que “los pobres tengan muchos hijos”,
y ahora se rasgan las vestiduras frente al drama
–que lo es en cualquier caso- del aborto.
Macri,
quien abrió la caja de Pandora al promover este debate legislativo, se siente
tironeado tanto por sus votantes ultras, más inquisitoriales que Torquemada y Eymeric juntos,
como por los más progresistas que integran su espacio neoliberal. Entonces
acaba de sacar otra carta de la manga: el Decreto 683 sobre las reformas del
rol de las Fuerzas Armadas en la Defensa Nacional, algo que contradice la
legislación vigente en la materia, fruto del consenso social después de la
experiencia del terrorismo de Estado y los 30.000 desaparecidos. Tal nuevo
instrumento, a todas luces repiquetea como aprestos de
represión ya que más que una maniobra de distracción aconsejada por el inefable asesor Durán
Barba, podría decirse que es una táctica
para curarse en salud, ante la
creciente conflictividad social resultado del plan económico de ajuste perpetuo
acorde con los dictados, esos sí indudables,
del FMI.
Todo
vale en este kindergaten inimaginado por Friedrich Fruebel, pero anticipado por
nuestra María Elena Walsh. Así hay que hacer alharaca con las por cierto torpes
declaraciones recientes del dirigente piquetero Luis D´Elía sobre que habría
que fusilar al ingeniero Macri en la Plaza de Mayo. Lo ilustrativo es que sus
detractores y denunciantes ante un Poder Judicial presto a encarcelar
opositores –Milagros Sala cumple prisión preventiva en Jujuy (en la actualidad
domiciliaria) desde pocos días después de la asunción del gobernador Gerardo
Morales en esa provincia feudal, en diciembre de 2015-, suelen condolerse
públicamente de los militares condenados
por crímenes de lesa humanidad, pedir su liberación y hasta exigirla como
en 2015 en que desde un artículo
editorial lo hizo (sería bueno saber quién fue su redactor) el viperino diario
La Nación, por fortuna para la democracia sin eco alguno. (La vomitiva “Tribuna de doctrina” según se
autotitula La Nación, está tan “jugada por la vida” que el domingo 29 de julio
del corriente publicó un artículo de fondo contra el aborto y el 30, en la
misma sección pretende, a través de un libelo, encubrir el asesinato del obispo
Enrique Angelelli perpetrado el 4 de de agosto de 1976 y dudar de su evangélica
acción pastoral oponiéndose a la apertura de su
proceso de beatificación.)
Los
argentinos somos originales: repetimos el Jardín de Infantes, aunque no
reprobamos ciertas asignaturas como la que podría llamarse juegos prohibidos al
mantener el tic de elegir malos gobernantes; así como otra: amistades
peligrosas, según lo prueban los
estrechos vínculos con el FMI, el Banco Mundial y la nueva “relación carnal”
con los Estados Unidos de América.
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