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sábado, 27 de octubre de 2018

Argentina, las paradojas que nos identifican y destruyen

Ese grupo de ricos porteños, que han vivido encapsulados en sus empresas y countries, cuyo horizontes han sido los edificios y mansiones señoriales de la City, ignoran, pero mucho más se desentienden de un país que les queda demasiado grande.

Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América
Desde Mendoza, Argentina

En los años sesenta, cuando las teorías desarrollistas comenzaban a circular entre los economistas, se decía que había países desarrollados, subdesarrollados, Japón y Argentina. Estos dos últimos, porque concentraban en sí paradojas extremas: Japón, país insular sin recursos materiales había logrado un nivel de producción y tecnología envidiables, cuestión que contrastaba con la abundancia argentina y sus escasos logros.

Esta caracterización ponía su foco en el lugar ocupado por Argentina en la segunda década del siglo pasado en donde superaba en PBI a países europeos como Alemania, Francia e Italia, echando la culpa de la decadencia a los gobiernos populares que vinieron luego de la aprobación de la Ley Sáenz Peña de 1912, que impuso el voto secreto y rompió con el orden conservador y oligárquico anterior. Fundamento al que acuden las derechas reiteradamente para reafirmar su práctica excluyente: el país de unos pocos. 

Por otro lado, hubo explicaciones simultáneas para esclarecer y refutar esta situación de posguerra proveniente de la Teoría de dependencia elaborada por la Cepal, a partir del pensamiento de Raúl Prebisch, Theotonio Dos Santos, Celso Furtado entre otros, donde se criticaba el poder ejercido por los países centrales frente a los periféricos, para dificultar el proceso de sustitución de importaciones iniciado en los países de la región a partir de 1930 y someterlos a continuar como proveedores de materias primas.

Cabe aclarar que, luego del golpe de Estado de Pinochet en 1973, la Cepal con sede en Santiago de Chile, cambió drásticamente la orientación de su legado conforme el entorno de la feroz dictadura militar. Cabe mencionar también que, el país trasandino fue el primer laboratorio en donde Milton Friedman y sus muchachos aplicaron sus teorías económicas.

A este condicionamiento regional, habría que agregar otras asimetrías sufridas en el país a partir de su creación, proveniente de una capital que concentró puerto y aduana, que empobrecieron a las provincias de la antigua unidad virreinal. Virreinato último creado por la corona española, precisamente por el desmesurado contrabando que no podía controlar el virreinato del Perú, asediado además por los portugueses que bajaban desde Brasil. Por lo tanto, una vez emancipados, ejerció idéntico poderío sobre las exportaciones provinciales.

En este sentido, no recuerdo de quién fue la expresión Belindia. No importa. Importa la imagen absurda que evoca la unión de dos palabras: una, la primera sílaba que alude a Bélgica; la otra, India, que en el nuevo término fundido, va en minúscula. Este término evoca una síntesis disparatada de Argentina, Buenos Aires y el resto de las provincias que alguna vez fueron denominadas por Mitre, los 13 ranchos o, más genéricamente, “interior”. Interior que supone, una puerta de entrada, un arco de triunfo, la capital del país que, al trasponerse y atravesarse por sus avenidas imperiales, se llega al conurbano bonaerense y luego, a ese océano de gramíneas plano, denominado Pampa Húmeda, para finalmente recalar en el resto del país, ese interior que recuerda a un gran inquilinato con sus habitaciones descascaradas y baños malolientes. Cosa que no es así, porque allí radica la Argentina profunda, con sus laboriosos habitantes en un paisaje natural de maravilla, con todos los climas. Riqueza geográfica que, en voz del actual gobierno nacional, le ilusiona como invalorable destino turístico, donde las personas lejos de ser ciudadanos de derecho, conforman el elemento autóctono parte del escenario pintoresco, fuente de ingresos como los brotes verdes de la inversión externa que todavía no llegan.

Desde la consolidación del país, en la segunda mitad del siglo XIX, donde las provincias fueron “pacificadas” por el Ejército nacional, el mismo que avanzó sobre los pueblos originarios y extendió la frontera agropecuaria para las familias de la Sociedad Rural, la extraordinaria renta de esos campos consagrados a la exportación, edificaron la opulenta Buenos Aires a imagen de París. Los castillos europeos se trasladaron a las estancias de la pampa y, para el Centenario, su celebración hizo tirar la casa por la ventana. Era tan abundante la renta agroexportadora dentro del mercado internacional liderado por Gran Bretaña, que la oligarquía se daba esos lujos extravagantes, mientras las multitudes de trabajadores criollos y extranjeros se debatían en la miseria e intentaban organizarse para mejorar sus condiciones laborales y de vida. De allí la paradoja de tener uno de los movimientos obreros más organizados.

Esa gran diferencia entre Capital y provincias también, generó una importante asimetría de oportunidades laborales para la población tanto interna como externa, operando como un polo de atracción irresistible para el movimiento migratorio, produciendo una macrocefalia irreversible, con ciertas ocupaciones que pasaron a ser parte del folclore ciudadano: mozos gallegos, trattorías italianas, comerciantes judíos o árabes, tintoreros y floricultores japoneses, obreros de la construcción paraguayos o provincianos. Macrocefalia que no tiene parangón en el mundo ni en América Latina, en donde los otros dos grandes países: México y Brasil, han distribuido mejor la población, lo que ha significado una mejor distribución territorial del poder.

Macrocefalia objetiva porque el aglomerado Gran Buenos Aires, representa el 39% de la población nacional y, la CABA sólo tiene el 6,7%. Esa cabeza de Goliat produjo, Partido Radical mediante, que una minoría PRO capitalina extendiera sus dominios, arrogancia y excesos al territorio nacional y que las provincias firmaran un pacto que trasladara sus derechos a la Nación, olvidando que ellas eran anteriores a la misma, fuente indispensable y solidaria del Estado emergente.

En esta Ciudad de Buenos Aires terminaron la semana pasada los Juegos Olímpicos de la Juventud que congregaron a atletas de 206 países y, según su Jefe de gobierno, congregaron a un millón de personas.

Todo allí era una fiesta, justo cuando se alcanzaba el mayor índice de inflación anual para el mes de septiembre: 6,5%, índice que detallado por provincias era mayor, por ejemplo Mendoza 7,6%.

Esto verifica una vez más que ese grupo de ricos porteños, que han vivido encapsulados en sus empresas y countries, cuyo horizontes han sido los edificios y mansiones señoriales de la City, ignoran, pero mucho más se desentienden de un país que les queda demasiado grande.

Total, como han entregado todo a las transnacionales y sólo les interesa que se apruebe en presupuesto 2019 garantizando el pago de los intereses de la deuda en un todo de acuerdo con el FMI, el que ya se instaló en el Banco Central, el déficit cero afectará el gasto social. Como siempre, desde el auge del modelo agroexportador, el grupo oligárquico que gobierna mira, ya no a Europa, sino al Tío Sam, quien ya ha posado sus bases aéreas y reclama más recursos con su apetito insaciable.

Por si esto fuera poco, es probable que a la lectura de esta nota ya se haya aprobado uno de los peores presupuestos de la historia, puesto que el pacto fiscal aprobado en diciembre de 2017, sometió a las provincias para este compromiso con el FMI. Ajuste y miseria, están asegurados, tanto como la represión por las protestas colectivas.

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