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sábado, 27 de octubre de 2018

Evangélicos en América Latina: ¿avance del retroceso?

Un espíritu recorre el cristianismo evangélico latinoamericano, el espíritu del integrismo. En distintos países de nuestro continente los votantes protestantes/evangélicos se han inclinado por personajes que impulsan agendas políticas que acotan, o niegan, derechos a diversas minorías. Olvidando así que la existencia legal del protestantismo en América Latina fue posible mediante la desconfesionalización del Estado.

Carlos Martínez García / LA JORNADA

Umberto Eco clarifica el significado del término: “Por integrismo entendemos una posición religiosa y política, a la vez, que persigue hacer de ciertos principios religiosos un modelo de vida política y la fuente de las leyes del Estado” (“Definiciones lexicológicas”, varios autores, La intolerancia, Ediciones Granica, Barcelona, 2002, p. 16). En esta definición de integrismo caben organizaciones católicas mexicanas, como El Yunque, Osama Bin Laden y sus huestes, la Christian Coalition, organismo conservador estadunidense, el Partido Encuentro Social y otros partidos políticos que en América Latina sostienen ser de inspiración evangélica. Todas estas agrupaciones buscan imponer mediante las estructuras de poder sus convicciones éticas a toda la sociedad.

Todo integrista es fundamentalista, pero no todo fundamentalista es integrista. Fundamentalistas hay en todas las religiones, pero esto no tiene por qué ligarse, necesariamente, a posturas agresivas o imposiciones éticas hacia quienes tienen otras creencias y prácticas. Por ejemplo, grupos que se consideran poseedores de la verdad, y practican una clara diferenciación entre ellos y el resto de la sociedad, pueden ser, o no, imposicionistas para con los que llaman del mundo. A tales grupos se ingresa por conversión, y acto seguido se establece un compromiso del converso en las tareas de difundir su nueva fe. Se espera que los postulados éticos de la creencia sean practicados por los integrantes de la agrupación, pero no por los de afuera, porque carecen de la internalización de los principios doctrinales/éticos que solamente da la experiencia conversionista. El compromiso es voluntario y, por tanto, este tipo de integrismo (definido como la disposición a practicar las enseñanzas religiosas en cada aspecto de la vida cotidiana) es limitado, ya que está circunscrito a quienes conforman el grupo.

Las primeras generaciones de evangélicos latinoamericanos revindicaron el principio de libre examen, o libertad de conciencia contra la simbiosis Estado-Iglesia católica romana, fuese dicha simbiosis avalada por las leyes o resultado de la inercia cultural prohijada durante el régimen colonial. Fueron decididas partidarias del Estado laico, en el cual encontraron protección para realizar sus actividades y de esta manera contribuyeron al proceso de diversificación de las sociedades.

Con el abandono de postulados como el antes mencionado, resultante de cierta mutación en las convicciones teológicas que sustentaban la necesidad de la laicidad del Estado, en las tres décadas recientes creció el postulado de participar en los procesos electorales para influir el sistema político de cada nación con los valores del reino de Dios. Incluso algunos liderazgos evangélicos latinoamericanos proponen, sea que le llamen así o no, la constantinización del Estado. En esta neoconstantinización no habría una Iglesia oficial, pero sí un conjunto de convicciones ético/morales que pudiesen plasmarse en leyes nacionales. Sobre todo moviliza las conciencias de quienes conciben al Estado como vehículo para hacer vigentes creencias particulares de un grupo –en este caso el evangélico– en asuntos de identidades sexuales y reproductivos. Ven amenazadas no solamente sus certezas morales sino que auguran el naufragio de toda la sociedad si se le da cabida a la que denominan ideología de género.

Es paradójico que la incesante globalización del mundo contemporáneo esté, al mismo tiempo, compartiendo escenario con la resurrección de todo tipo de tribalismos impositivos. En varias partes del orbe, convencidos militantes de la validez de su cosmovisión hacen denodados esfuerzos por difundir rasgos identitarios a los que sin duda tienen derecho, pero que no deben universalizarse al conjunto de la sociedad mediante la coacción y/o desde la misma estructura política/legal del Estado.

Hoy, con la tentación constantiniana, está ganando terreno entre los evangélicos una postura que es no de avanzada, sino de retroceso y restrictiva de los derechos de otras identidades elegidas. En este espacio escribí lo que ahora reitero: No se vale ser defensor de la laicidad del Estado a conveniencia. Es decir, pugnar por ella cuando las libertades y derechos de uno son negados o están en peligro, pero cuando se alcanza considerable peso poblacional organizarse políticamente para combatir contra los derechos de otras minorías a las que se considera indeseables. Es preocupante que los antes perseguidos se transmuten perseguidores.

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