Ese grupo de ricos porteños, que han vivido
encapsulados en sus empresas y countries, cuyo horizontes han sido los
edificios y mansiones señoriales de la City, ignoran, pero mucho más se
desentienden de un país que les queda demasiado grande.
Roberto
Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América
Desde
Mendoza, Argentina
En los años
sesenta, cuando las teorías desarrollistas comenzaban a circular entre los
economistas, se decía que había países desarrollados, subdesarrollados, Japón y
Argentina. Estos dos últimos, porque concentraban en sí paradojas extremas:
Japón, país insular sin recursos materiales había logrado un nivel de
producción y tecnología envidiables, cuestión que contrastaba con la abundancia
argentina y sus escasos logros.
Esta
caracterización ponía su foco en el lugar ocupado por Argentina en la segunda
década del siglo pasado en donde superaba en PBI a países europeos como
Alemania, Francia e Italia, echando la culpa de la decadencia a los gobiernos
populares que vinieron luego de la aprobación de la Ley Sáenz Peña de 1912, que
impuso el voto secreto y rompió con el orden conservador y oligárquico
anterior. Fundamento al que acuden las derechas reiteradamente para reafirmar
su práctica excluyente: el país de unos pocos.
Por otro
lado, hubo explicaciones simultáneas para esclarecer y refutar esta situación
de posguerra proveniente de la Teoría de dependencia elaborada por la Cepal, a
partir del pensamiento de Raúl Prebisch, Theotonio Dos Santos, Celso Furtado
entre otros, donde se criticaba el poder ejercido por los países centrales
frente a los periféricos, para dificultar el proceso de sustitución de
importaciones iniciado en los países de la región a partir de 1930 y someterlos
a continuar como proveedores de materias primas.
Cabe aclarar
que, luego del golpe de Estado de Pinochet en 1973, la Cepal con sede en
Santiago de Chile, cambió drásticamente la orientación de su legado conforme el
entorno de la feroz dictadura militar. Cabe mencionar también que, el país
trasandino fue el primer laboratorio en donde Milton Friedman y sus muchachos
aplicaron sus teorías económicas.
A este
condicionamiento regional, habría que agregar otras asimetrías sufridas en el
país a partir de su creación, proveniente de una capital que concentró puerto y
aduana, que empobrecieron a las provincias de la antigua unidad virreinal.
Virreinato último creado por la corona española, precisamente por el
desmesurado contrabando que no podía controlar el virreinato del Perú, asediado
además por los portugueses que bajaban desde Brasil. Por lo tanto, una vez
emancipados, ejerció idéntico poderío sobre las exportaciones provinciales.
En este
sentido, no recuerdo de quién fue la expresión Belindia. No importa. Importa la
imagen absurda que evoca la unión de dos palabras: una, la primera sílaba que
alude a Bélgica; la otra, India, que en el nuevo término fundido, va en
minúscula. Este término evoca una síntesis disparatada de Argentina, Buenos
Aires y el resto de las provincias que alguna vez fueron denominadas por Mitre,
los 13 ranchos o, más genéricamente, “interior”. Interior que supone, una
puerta de entrada, un arco de triunfo, la capital del país que, al trasponerse
y atravesarse por sus avenidas imperiales, se llega al conurbano bonaerense y
luego, a ese océano de gramíneas plano, denominado Pampa Húmeda, para
finalmente recalar en el resto del país, ese interior que recuerda a un gran
inquilinato con sus habitaciones descascaradas y baños malolientes. Cosa que no
es así, porque allí radica la Argentina profunda, con sus laboriosos habitantes
en un paisaje natural de maravilla, con todos los climas. Riqueza geográfica
que, en voz del actual gobierno nacional, le ilusiona como invalorable destino
turístico, donde las personas lejos de ser ciudadanos de derecho, conforman el
elemento autóctono parte del escenario pintoresco, fuente de ingresos como los
brotes verdes de la inversión externa que todavía no llegan.
Desde la
consolidación del país, en la segunda mitad del siglo XIX, donde las provincias
fueron “pacificadas” por el Ejército nacional, el mismo que avanzó sobre los
pueblos originarios y extendió la frontera agropecuaria para las familias de la
Sociedad Rural, la extraordinaria renta de esos campos consagrados a la
exportación, edificaron la opulenta Buenos Aires a imagen de París. Los
castillos europeos se trasladaron a las estancias de la pampa y, para el
Centenario, su celebración hizo tirar la casa por la ventana. Era tan abundante
la renta agroexportadora dentro del mercado internacional liderado por Gran
Bretaña, que la oligarquía se daba esos lujos extravagantes, mientras las
multitudes de trabajadores criollos y extranjeros se debatían en la miseria e
intentaban organizarse para mejorar sus condiciones laborales y de vida. De
allí la paradoja de tener uno de los movimientos obreros más organizados.
Esa gran
diferencia entre Capital y provincias también, generó una importante asimetría
de oportunidades laborales para la población tanto interna como externa,
operando como un polo de atracción irresistible para el movimiento migratorio,
produciendo una macrocefalia irreversible, con ciertas ocupaciones que pasaron
a ser parte del folclore ciudadano: mozos gallegos, trattorías italianas,
comerciantes judíos o árabes, tintoreros y floricultores japoneses, obreros de
la construcción paraguayos o provincianos. Macrocefalia que no tiene parangón
en el mundo ni en América Latina, en donde los otros dos grandes países: México
y Brasil, han distribuido mejor la población, lo que ha significado una mejor
distribución territorial del poder.
Macrocefalia
objetiva porque el aglomerado Gran Buenos Aires, representa el 39% de la población
nacional y, la CABA sólo tiene el 6,7%. Esa cabeza de Goliat produjo, Partido
Radical mediante, que una minoría PRO capitalina extendiera sus dominios,
arrogancia y excesos al territorio nacional y que las provincias firmaran un
pacto que trasladara sus derechos a la Nación, olvidando que ellas eran
anteriores a la misma, fuente indispensable y solidaria del Estado emergente.
En esta
Ciudad de Buenos Aires terminaron la semana pasada los Juegos Olímpicos de la
Juventud que congregaron a atletas de 206 países y, según su Jefe de gobierno,
congregaron a un millón de personas.
Todo allí era
una fiesta, justo cuando se alcanzaba el mayor índice de inflación anual para
el mes de septiembre: 6,5%, índice que detallado por provincias era mayor, por
ejemplo Mendoza 7,6%.
Esto verifica
una vez más que ese grupo de ricos porteños, que han vivido encapsulados en sus
empresas y countries, cuyo horizontes han sido los edificios y mansiones
señoriales de la City, ignoran, pero mucho más se desentienden de un país que
les queda demasiado grande.
Total, como
han entregado todo a las transnacionales y sólo les interesa que se apruebe en
presupuesto 2019 garantizando el pago de los intereses de la deuda en un todo
de acuerdo con el FMI, el que ya se instaló en el Banco Central, el déficit
cero afectará el gasto social. Como siempre, desde el auge del modelo
agroexportador, el grupo oligárquico que gobierna mira, ya no a Europa, sino al
Tío Sam, quien ya ha posado sus bases aéreas y reclama más recursos con su
apetito insaciable.
Por si esto
fuera poco, es probable que a la lectura de esta nota ya se haya aprobado uno
de los peores presupuestos de la historia, puesto que el pacto fiscal aprobado
en diciembre de 2017, sometió a las provincias para este compromiso con el FMI.
Ajuste y miseria, están asegurados, tanto como la represión por las protestas
colectivas.
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