Evocar
momentos de humor no elimina la atmósfera aciaga que nos rodea, pero nos
permite tomar un respiro, respiro que alimenta la esperanza de los cambios que
se avecinan. Mucho más cuando comenzamos a ver la mudanza de Macri de la Quinta
Presidencial de Olivos, desalojando sus instalaciones a la espera del nuevo
presidente.
Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra
América
Desde Mendoza, Argentina
Corría
el año 1992 y el menemato se consolidaba. El presidente había dado la espalda
al pueblo que lo había votado y había cerrado el acuerdo con los sectores más
conservadores de la sociedad argentina, representada por el Ingeniero Álvaro
Alsogaray, fiel a sus ideas liberales, ministro de Arturo Frondizi de 1959 a
1961, previo a su derrocamiento en 1961 por las FFAA, las que luego disputarían
un serio enfrentamiento interno con tanques en las calles: una ala extrema
gorila (los colorados) y una menos gorila, más nacionalista si se quiere, los
azules. Este último sector ganador, derrocaría a Illía en 1966 con Onganía a la
cabeza.
Curiosamente
Carlos Menem representaba al peronismo del interior, del país federal, su
imagen se asemejaba al caudillo riojano Facundo Quiroga, lucía una cabellera
azabache y largas patillas, como el hombre asesinado en Barranca Yaco, en
Córdoba en 1835; tenía gran predicamento dado a sus años de prisión bajo la
dictadura, ahora aliado a la más rancia oposición, aquella que había derrocado
al peronismo en 1955 y adherido al Fondo Monetario Internacional por consejo de
Federico Pinedo, ministro de economía del Pacto Roca Runciman de 1933.
Un
giro copernicano del riojano que cabe en una sola palabra, según cualquier
diccionario de la lengua: traición. Traición al partido, a los millones de
esperanzados que lo votaron, a su origen, a la identidad y a la misma familia.
Tan profunda fue su traición que sus arriesgadas acciones políticas le costaron
la muerte de su hijo Carlitos Juniors en un oscuro atentado. Algo que negó
hasta hace unos años, aunque siempre se lo gritó Zulema Yoma su mujer. Difícil
de entender desde cualquier ángulo humano. Fácil desde lo inhumano que arrastran
los sedimentos de la ambición política.
Qué
le pudo importar entonces la tierra que dejó arrasada su mandato. Los miles y
miles de desocupados y la destrucción de un patrimonio nacional irrecuperable.
Evaluación y descargo que siguen siendo válidos y a la vez, jamás reconocidos.
Pero
convengamos que, con 89 años, sigue siendo Senador de la Nación, con todos los
atributos y fueros, absuelto por la injusta Justicia cómplice de atrocidades y
persecuciones. Menem quedó liberado por temas terribles que sucedieron en
Argentina durante sus mandatos como el atentado a la AMIA, el envío de armas a
Ecuador y la explosión del arsenal de Río Tercero. Esto sin contar con
infinidad de víctimas eliminadas por las esquirlas de sus decisiones. Decisiones
siempre reactualizadas por adláteres sucesivos que persiguen idénticos fines
políticos como han sido estos últimos cuatro años.
Encorvado
y anciano, el viejo caudillo riojano de Anillaco, despierta compasión sino
fuera por la persistencia de la memoria que lo reinstala como uno de los
grandes destructores del país.
Pero
volvamos a 1992 y a la ocurrencia que nos ocupa. En el programa de Tato Bores,
cómico argentino famoso por sus monólogos políticos que, incluso ahora parecen
totalmente actualizados, hace su aparición el maravilloso y admirado actor
Roberto Carnaghi, quien con gestos y palabras convincentes, insta a Tato a
asociarse a la CADELCO, Cámara Argentina de la Corrupción – entidad ficticia
desde luego – pero que, dentro del argumento de Carnaghi se hace hasta
propiciatoria, posible.
Los
beneficios de asociarse al conductor, le brindarían la posibilidad de percibir
el pago de peaje por cada vecino que pase por su vereda, retribuyendo a la
Cámara un pequeño pago.
Tato
lo tomaba en solfa, como era de esperar, refutaba todos aquellos disparatados
argumentos y era uno de los tramos más celebrados del programa. Hasta allí la
joda que terminaba con las palabras del animador: Vermut y papas fritas y good
show, como un anticipo del menú que se impondría en esos años locos: pizza con
champán.
Las
privatizaciones ya se habían puesto en marcha – la venta de las joyas de la
abuela, según criticaba el ex presidente Raúl Alfonsín –, las grandes empresas
estatales a expensas de los buitres, amparados en las leyes de Emergencia
Económica y Reforma del Estado. Los miles de empleados habían sido vomitados
con el eufemismo “retiro voluntario”. En el caso de los ferroviarios, la nómina
fue al City Bank de Nueva York, desde donde se giraron los dólares al Banco
Nación Argentina para el mísero pago de aquellos retiros, cuya duración fue tan
escueta como los castillos de naipe de los proyectos de los ahora, cuenta
propistas.
El
empresariado ávido, con un Estado en retroceso, fue abarcando todo el horizonte
que le prometía la desregulación. Desmantelado el Ferrocarril, miles de pueblos
desaparecidos a la vera de la vía, impulsó a los camioneros de Hugo Moyano que
pasaron de 2.500 afiliados a multiplicarse por diez y, el mantenimiento y la
concesión de las autopistas impusieron el peaje, del que hablaba en solfa Carnaghi.
Resulta
interesante volver a la dictadura cívico militar que asoló al país una década
atrás del gobierno de Menem, a los grupos económicos beneficiados y a la patria
contratista que hizo su agosto en los años de plomo.
Años
de ejercicio prepotente que permitió al entonces jefe de la Ciudad de Buenos
Aires, el brigadier Antonio Cacciatore expropiar miles de viviendas y realizar
a piacere las autopistas por sobre la ciudad. Algo solamente posible durante
una feroz dictadura.
Todo
ese entramado de autopistas que permitían un mayor flujo vehicular supuso
establecer peajes para justificar el óptimo mantenimiento. Razonamiento lógico
dentro de lo paradójico que planteaba el célebre humorista, quien a sus 81 años
recuerda su personaje corrupto que siempre buscaba algún argumento para
enriquecerse del erario público. Sigue sosteniendo la vigencia de Tato Bores,
como miles de argentinos que disfrutaron de aquel humor crítico que, de estar
vivo y continuar su programa, arrasaría con toda la prensa amarillista que
taladra cerebros cada día.
Cabe
recordar también que Mauricio Macri y varios de sus funcionarios han sido
denunciados por pago de 500 millones de dólares a la empresa Ausol S.A.,
concesionaria del peaje del Acceso norte, de la que es parte el presidente. Y
este es un hecho, no una paradoja.
Evocar
momentos de humor no elimina la atmósfera aciaga que nos rodea, pero nos
permite tomar un respiro, respiro que alimenta la esperanza de los cambios que
se avecinan. Mucho más cuando comenzamos a ver la mudanza de Macri de la Quinta
Presidencial de Olivos, desalojando sus instalaciones a la espera del nuevo
presidente.
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