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sábado, 23 de noviembre de 2019

De la crisis como magisterio

Estos son tiempos de reflexión urgente para la acción incesante que imponen las circunstancias. Estamos en las vísperas de ingresar al periodo estimado en 1994 por Immanuel Wallerstein para que el sistema mundial ingresara de lleno en la transición hacia un momento enteramente nuevo en su desarrollo, entre 2019 y 2044.

Guillermo Castro H. / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá

La identificación de teoría y práctica es un acto crítico, por el cual la práctica se muestra racional y necesaria o la teoría, realista y racional. [Por eso, este problema] se plantea especialmente en los momentos históricos llamados de transición, [cuando] las fuerzas prácticas desencadenadas exigen ser justificadas para ser más eficientes y expansivas, o cuando se multiplican los programas teóricos que exigen ser justificados de manera realista en cuanto demuestran ser asimilables por los movimientos prácticos, que solo así se tornan más prácticos y reales.
Antonio Gramsci[1]

Salvo Argentina y Uruguay, los movimientos progresistas no parecen encontrar salida al problema del relevo del liderazgo político. No parece haberla, tampoco, dentro del marco institucional demócrata-liberal en el que operan, que hace derrocables sus gobiernos con relativa facilidad si persisten en la reelección del movimiento, como en Brasil, o los expone a virajes imprevisibles, como en Ecuador.

El desgaste de ese marco institucional, por otra parte, se hace evidente en su dependencia cada vez más abierta de las fuerzas armadas en Honduras, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Chile y Brasil. Y esto incluye las relaciones internacionales de países como esos. La propia OEA pasa sin gloria y con gran pena de invocar sin éxito su Carta Democrática a convocar al Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca, en la esperanza de que los militares se hagan cargo de los problemas políticos que el Grupo de Lima no está en capacidad de resolver.

En el proceso, a lo viejo se suma lo nuevo. Así, la política fallida del bloqueo a Cuba se hace extensiva a Venezuela; o en Bolivia se recurre al más tradicional de los métodos, el golpe de Estado cruento y la cacería de opositores – al decir del nuevo Ministro del Interior. Pero también hay sorpresas, como la insurrección de masas en Chile, ante la cual los sectores dominantes y sus aliados buscan recurrir a viejas habilidades de manipulación. Ante este panorama, unos dirán que nos encaminamos a un periodo de equilibrio inestable. Sin embargo, aun eso implicaría el ingreso a un escalón superior de aquel tipo de conflicto en que los de arriba ya no pueden, y los de abajo ya no quieren prolongar el orden de cosas vigente.

Nada de esto puede encontrar una explicación en el mero plano de los eventos, aunque sin duda cada uno de ellos demanda una toma de posición que defina las opciones enfrentadas. Hay que ir en busca de las largas y medianas duraciones que han dado lugar a estas coyunturas. El plazo de esas duraciones ha sido, es, el de la descomposición del legado de la Guerra Fría, con sus dogmatismos de izquierda y derecha, y sus piadosas hipocresías de centro. Pero es también el del relevo generacional y el cambio cultural en curso en los protagonistas del proceso político regional. Y en ese mismo plazo se han hecho evidentes los efectos contraproducentes del remedio neoliberal – que en nuestro caso es por necesidad oligárquico también – para los males de nuestras sociedades, que constituye el problema de fondo en la transición.

Estos son tiempos de reflexión urgente para la acción incesante que imponen las circunstancias. Estamos en las vísperas de ingresar al periodo estimado en 1994 por Immanuel Wallerstein para que el sistema mundial ingresara de lleno en la transición hacia un momento enteramente nuevo en su desarrollo, entre 2019 y 2044. La lucha por la democracia de amplia base social, y el despliegue de la barbarie al servicio del racismo y de la opresión, no nos remiten ni al pasado ni al futuro: expresan tendencias del presente que pueden dar lugar a mundos mucho mejores o mucho peores en el futuro.

Lo que el recurso a la violencia por el Estado expresa en Chile y Bolivia, como lo que subyace a la reacción triunfante en Brasil y Ecuador es la bancarrota cultural y moral – y por ende, política – del liberalismo latinoamericano, que ya solo es capaz de dar de sí lamentos o Grupos de Lima. Y esto es tanto más grave cuanto que nada indica que se esté a las puertas de un fin de tiempos en nuestra América. Lo que ocurre y ocurra entre nosotros, en efecto, demuestra que aquello que podría llegar a ser diferente a lo largo de los próximos 25 años “no son tanto las operaciones del mercado mundial como las operaciones del mundo político y las estructuras culturales.”[2]

En el proceso, los cambios en la política y la cultura están ya dando lugar a una creciente pérdida de legitimidad del Estado liberal democrático, con sus pesos y contrapesos de tan clara estirpe newtoniana. Sociedades mucho más interdependientes, educadas y comunicadas que las de fines del siglo XVII darán, sin duda, lugar a formas de vida política correspondientes a la complejidad de sus nuevas aspiraciones y formas de desarrollo.

Esto ocurrirá a partir de una escena geocultural en la que “podría no haber ningún discurso dominante”, ni existir un acuerdo “sobre lo que debe considerarse como un comportamiento racional o aceptable”, aunque esto no implique por necesidad “la ausencia de un comportamiento intencional, propositivo.” En suma, una diversidad de grupos de interés con culturas y formas de práctica política distintas – y en muchos casos antagónicas – estarían – estarán, están – actuando “un tanto a ciegas,” aun sin pensar que lo están haciendo.

En esta circunstancia, nos toca a cada uno decidir la actitud y la conducta más adecuadas ante la transformación en curso, cuando aun el apoliticismo es una opción política, que avala con la propia inacción la actividad de otros, por lo general conservadores en el mejor de los casos, o reaccionarios en el peor. Por lo mismo, tiempos de decidir son, también, tiempos de pensar, atendiendo a lo que nos advirtiera José Martí hace 129 años:

¿Pues pensar, qué es, si no es fundar? No es ir de lira o de bonete por el mundo, trovando y arguyendo, con una oda al brazo izquierdo y las pandectas al derecho, poniéndose cuando haga falta una escarapela verde o un barboquejo de hule. Pensar es abrir surcos, levantar cimientos, y dar el santo y seña a los corazones.[3]

Panamá, 17 de noviembre de 2019



[1] Gramsci, Antonio, 2003: El Materialismo Histórico y la Filosofía de Benedetto Croce. Ediciones Nueva Visión, Buenos Aires. Traducción de Isidoro Flambaun. “I: Introducción al estudio de la filosofía y del materialismo histórico”, p. 45 - 46.
[2] Wallerstein, Immanuel: “Agonías del capitalismo”. Avispar Iniciativa Socialista, nº31, Octubre 1994. El artículo "The Agonies of Liberalism: What hope progress?" fue publicado originalmente por New Left Review, nº 204. Tomado de www.rebelion.org, 16 junio 2001.

[3] “Discurso en conmemoración del 10 de octubre de 1868, en Hardman Hall, Nueva York. 10 de octubre de 1890.” Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. IV:248.

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