Estos son tiempos de
reflexión urgente para la acción incesante que imponen las circunstancias.
Estamos en las vísperas de ingresar al periodo estimado en 1994 por Immanuel
Wallerstein para que el sistema mundial ingresara de lleno en la transición
hacia un momento enteramente nuevo en su desarrollo, entre 2019 y 2044.
Guillermo Castro H.
/ Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá
La identificación
de teoría y práctica es un acto crítico, por el cual la práctica se muestra
racional y necesaria o la teoría, realista y racional. [Por eso, este problema]
se plantea especialmente en los momentos históricos llamados de transición,
[cuando] las fuerzas prácticas desencadenadas exigen ser justificadas para ser
más eficientes y expansivas, o cuando se multiplican los programas teóricos que
exigen ser justificados de manera realista en cuanto demuestran ser asimilables
por los movimientos prácticos, que solo así se tornan más prácticos y reales.
Antonio Gramsci[1]
Salvo
Argentina y Uruguay, los movimientos progresistas no parecen encontrar salida
al problema del relevo del liderazgo político. No parece haberla, tampoco,
dentro del marco institucional demócrata-liberal en el que operan, que hace
derrocables sus gobiernos con relativa facilidad si persisten en la reelección
del movimiento, como en Brasil, o los expone a virajes imprevisibles, como en
Ecuador.
El
desgaste de ese marco institucional, por otra parte, se hace evidente en su
dependencia cada vez más abierta de las fuerzas armadas en Honduras, Colombia,
Ecuador, Perú, Bolivia, Chile y Brasil. Y esto incluye las relaciones
internacionales de países como esos. La propia OEA pasa sin gloria y con gran
pena de invocar sin éxito su Carta Democrática a convocar al Tratado
Interamericano de Asistencia Recíproca, en la esperanza de que los militares se
hagan cargo de los problemas políticos que el Grupo de Lima no está en
capacidad de resolver.
En
el proceso, a lo viejo se suma lo nuevo. Así, la política fallida del bloqueo a
Cuba se hace extensiva a Venezuela; o en Bolivia se recurre al más tradicional
de los métodos, el golpe de Estado cruento y la cacería de opositores – al
decir del nuevo Ministro del Interior. Pero también hay sorpresas, como la
insurrección de masas en Chile, ante la cual los sectores dominantes y sus
aliados buscan recurrir a viejas habilidades de manipulación. Ante este
panorama, unos dirán que nos encaminamos a un periodo de equilibrio inestable.
Sin embargo, aun eso implicaría el ingreso a un escalón superior de aquel tipo
de conflicto en que los de arriba ya no pueden, y los de abajo ya no quieren
prolongar el orden de cosas vigente.
Nada
de esto puede encontrar una explicación en el mero plano de los eventos, aunque
sin duda cada uno de ellos demanda una toma de posición que defina las opciones
enfrentadas. Hay que ir en busca de las largas y medianas duraciones que han
dado lugar a estas coyunturas. El plazo de esas duraciones ha sido, es, el de
la descomposición del legado de la Guerra Fría, con sus dogmatismos de
izquierda y derecha, y sus piadosas hipocresías de centro. Pero es también el
del relevo generacional y el cambio cultural en curso en los protagonistas del
proceso político regional. Y en ese mismo plazo se han hecho evidentes los
efectos contraproducentes del remedio neoliberal – que en nuestro caso es por
necesidad oligárquico también – para los males de nuestras sociedades, que
constituye el problema de fondo en la transición.
Estos
son tiempos de reflexión urgente para la acción incesante que imponen las
circunstancias. Estamos en las vísperas de ingresar al periodo estimado en 1994
por Immanuel Wallerstein para que el sistema mundial ingresara de lleno en la
transición hacia un momento enteramente nuevo en su desarrollo, entre 2019 y
2044. La lucha por la democracia de amplia base social, y el despliegue de la
barbarie al servicio del racismo y de la opresión, no nos remiten ni al pasado
ni al futuro: expresan tendencias del presente que pueden dar lugar a mundos
mucho mejores o mucho peores en el futuro.
Lo
que el recurso a la violencia por el Estado expresa en Chile y Bolivia, como lo
que subyace a la reacción triunfante en Brasil y Ecuador es la bancarrota
cultural y moral – y por ende, política – del liberalismo latinoamericano, que
ya solo es capaz de dar de sí lamentos o Grupos de Lima. Y esto es tanto más
grave cuanto que nada indica que se esté a las puertas de un fin de tiempos en
nuestra América. Lo que ocurre y ocurra entre nosotros, en efecto, demuestra
que aquello que podría llegar a ser diferente a lo largo de los próximos 25
años “no son tanto las operaciones del mercado
mundial como las operaciones del mundo político y las estructuras culturales.”[2]
En el proceso, los cambios en la
política y la cultura están ya dando lugar a una creciente pérdida de
legitimidad del Estado liberal democrático, con sus pesos y contrapesos de tan
clara estirpe newtoniana. Sociedades mucho más interdependientes, educadas y
comunicadas que las de fines del siglo XVII darán, sin duda, lugar a formas de
vida política correspondientes a la complejidad de sus nuevas aspiraciones y
formas de desarrollo.
Esto ocurrirá a partir de una escena
geocultural en la que “podría no haber ningún discurso dominante”, ni existir
un acuerdo “sobre lo que debe considerarse como un comportamiento racional o
aceptable”, aunque esto no implique por necesidad “la ausencia de un comportamiento
intencional, propositivo.” En suma, una diversidad de grupos de interés con
culturas y formas de práctica política distintas – y en muchos casos
antagónicas – estarían – estarán, están – actuando “un tanto a ciegas,” aun sin
pensar que lo están haciendo.
En esta circunstancia, nos toca a cada
uno decidir la actitud y la conducta más adecuadas ante la transformación en
curso, cuando aun el apoliticismo es una opción política, que avala con la
propia inacción la actividad de otros, por lo general conservadores en el mejor
de los casos, o reaccionarios en el peor. Por lo mismo, tiempos de decidir son,
también, tiempos de pensar, atendiendo a lo que nos advirtiera José Martí hace
129 años:
¿Pues pensar, qué es, si no es fundar? No es ir de
lira o de bonete por el mundo, trovando y arguyendo, con una oda al brazo
izquierdo y las pandectas al derecho, poniéndose cuando haga falta una
escarapela verde o un barboquejo de hule. Pensar es abrir surcos, levantar
cimientos, y dar el santo y seña a los corazones.[3]
Panamá, 17 de
noviembre de 2019
[1] Gramsci, Antonio, 2003:
El Materialismo Histórico y la Filosofía de Benedetto Croce. Ediciones
Nueva Visión, Buenos Aires. Traducción de Isidoro Flambaun. “I: Introducción al
estudio de la filosofía y del materialismo histórico”, p. 45 - 46.
[2]
Wallerstein, Immanuel: “Agonías del capitalismo”. Avispar Iniciativa
Socialista, nº31, Octubre 1994. El artículo "The Agonies of
Liberalism: What hope progress?" fue publicado originalmente por New
Left Review, nº 204. Tomado de www.rebelion.org, 16 junio
2001.
[3]
“Discurso en conmemoración del 10 de octubre de 1868, en Hardman Hall,
Nueva York. 10 de octubre de 1890.” Obras Completas. Editorial de
Ciencias Sociales, La Habana, 1975. IV:248.
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