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sábado, 29 de junio de 2013

¿Se agota el "cambio de época" en América Latina?

Una lectura de conjunto de la actual correlación de fuerzas revela que el llamado “cambio de época” en América Latina empieza a conocer sus fronteras,  sus límites dentro de la misma situación que ayudó a crear, por lo que se impone un nuevo esfuerzo  de creación desde abajo, revolucionario en todo sentido, para convertir los retos e insatisfacciones del presente en oportunidades que impulsen hacia el futuro las conquistas de la última década.

Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica

Detalle del mural "Grito por la paz" de Pavel Égüez 
En diciembre del año 2006, en el marco de la II Cumbre Social por la Integración de los Pueblos realizada en Bolivia, el presidente de Ecuador, Rafael Correa, dirigió un mensaje a los participantes de este foro en el que, echando mano del lenguaje metafórico, propuso una sugestiva interpretación de los tiempos que vivía nuestra América por esos años: “Hermanos y hermanas de Sudamérica, de Latinoamérica: la región no está viviendo una época de cambios, está viviendo verdaderamente un cambio de época. La larga y triste noche neoliberal finalmente está siendo derrotada y un nuevo amanecer se avizora en cada rincón de América Latina”.

Con gobiernos progresistas y nacional-populares sembrados en toda la región, gracias a los triunfos alcanzados en elecciones democráticas incuestionables; con proyectos de una nueva integración regional en ciernes, como la iniciativa ALBA, el Banco del Sur, Petrocaribe o la UNASUR; con movimientos sociales comprometidos con los procesos constituyentes en Bolivia y Ecuador; con un pueblo venezolano que maduraba en la lucha abierta contra el fascismo imperialista y en la solidaridad internacionalista; y con liderazgos indiscutibles en las figuras de los presidentes Hugo Chávez, Néstor Kirchner (ambas, notables ausencias en el panorama latinoamericano), Lula da Silva, Evo Morales y el propio Correa, la región efectivamente  vivía una época inédita: después de décadas de opresión, por fin los pueblos daban el paso de la resistencia a la construcción de alternativas.

Hoy, sin embargo, un lustro después de aquellas palabras del presidente Correa, una mirada crítica, pero al mismo tiempo identificada con los procesos políticos que inauguraron el siglo XXI nuestroamericano, nos arroja una imagen diferente: la del repligue de aquella ebullición emancipadora que desató la rebelión contra el entreguismo neoliberal, contra los organismos financieros internacionales y contra las compañías transnacionales que devoraban los recursos naturales; es también la imagen de una pérdida de la iniciativa estratégica por parte de los gobiernos y de movimientos sociales que, de victoria en victoria, en las urnas y las calles, fueron abriendo un horizonte de posibilidades y de acción en el que encontraron cabida diversos sueños y utopías, pero que hoy parece encontrarse estancado, en un punto de inflexión que exige la toma de nuevas y mejores decisiones si realmente se quiere enrumbar la marcha.

Son síntoma de esta nueva realidad política, coyuntural en algunos aspectos, pero mucho más profunda en otros, las masivas movilizaciones de las últimas semanas en Brasil, protagonizadas fundamentalmente por jóvenes y sectores de la población pertenecientes a la nueva clase media  (beneficiaria de las políticas sociales de la última década de gobiernos del Partido de los Trabajadores); también el “bloqueo institucional” que un sector corporativizado del poder judicial y los grupos de poder económico han impuesto a importantes reformas legales del gobierno de Cristina Fernández en Argentina (la ley de medios, la ley de elección de los miembros del Consejo de la Magistratura); y por supuesto, el terreno ganado por la derecha en Venezuela, Paraguay, Perú y Chile, que se traduce, por ejemplo, en la convergencia de intereses que sostienen ese bastión neoliberal que es la Alianza del Pacífico.

Una lectura de conjunto de la actual correlación de fuerzas revela que el llamado “cambio de época” en América Latina empieza a conocer sus fronteras,  sus límites dentro de la misma situación que ayudó a crear, por lo que se impone un nuevo esfuerzo  de creación desde abajo, revolucionario en todo sentido, para convertir los retos e insatisfacciones del presente en oportunidades que impulsen hacia el futuro las conquistas de la última década. Y eso supone, necesariamente, que los gobiernos y los dirigentes recuperen la capacidad de ser voceros de y medios para  la concreción de la voluntad popular emancipadora, y no su freno.

Frente al dilema de estancarse para perecer, o acelerar el paso hacia las transformaciones posneoliberales y poscapitalistas que demanda nuestro tiempo, la única certeza posible es la del protagonismo de los pueblos para romper los nudos de la conformidad, de la inercia, de los intereses de clase y todas aquellas cadenas que impiden avanzar hacia la tan anhelada segunda independencia de nuestra América.

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