Una lectura de conjunto
de la actual correlación de fuerzas revela que el llamado “cambio de época” en
América Latina empieza a conocer sus fronteras,
sus límites dentro de la misma situación que ayudó a crear, por lo que
se impone un nuevo esfuerzo de creación
desde abajo, revolucionario en todo sentido, para convertir los retos e
insatisfacciones del presente en oportunidades que impulsen hacia el futuro las
conquistas de la última década.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
Detalle del mural "Grito por la paz" de Pavel Égüez |
En diciembre del año
2006, en el marco de la II Cumbre Social por la Integración de los Pueblos
realizada en Bolivia, el presidente de Ecuador, Rafael Correa, dirigió un
mensaje a los participantes de este foro en el que, echando mano del lenguaje metafórico,
propuso una sugestiva interpretación de los tiempos que vivía nuestra América
por esos años: “Hermanos y hermanas de Sudamérica, de Latinoamérica: la región no está
viviendo una época de cambios, está viviendo verdaderamente un cambio de época.
La larga y triste noche neoliberal finalmente está siendo derrotada y un nuevo
amanecer se avizora en cada rincón de América Latina”.
Con gobiernos progresistas y nacional-populares sembrados en toda la
región, gracias a los triunfos alcanzados en elecciones democráticas
incuestionables; con proyectos de una nueva integración regional en ciernes,
como la iniciativa ALBA, el Banco del Sur, Petrocaribe o la UNASUR; con
movimientos sociales comprometidos con los procesos constituyentes en Bolivia y
Ecuador; con un pueblo venezolano que maduraba en la lucha abierta contra el
fascismo imperialista y en la solidaridad internacionalista; y con liderazgos
indiscutibles en las figuras de los presidentes Hugo Chávez, Néstor Kirchner
(ambas, notables ausencias en el panorama latinoamericano), Lula da Silva, Evo
Morales y el propio Correa, la región efectivamente vivía una época inédita: después de décadas
de opresión, por fin los pueblos daban el paso de la resistencia a la construcción
de alternativas.
Hoy, sin embargo, un lustro después de aquellas palabras del presidente
Correa, una mirada crítica, pero al mismo tiempo identificada con los procesos
políticos que inauguraron el siglo XXI nuestroamericano,
nos arroja una imagen diferente: la del repligue de aquella ebullición
emancipadora que desató la rebelión contra el entreguismo neoliberal, contra
los organismos financieros internacionales y contra las compañías
transnacionales que devoraban los recursos naturales; es también la imagen de
una pérdida de la iniciativa estratégica por parte de los gobiernos y de
movimientos sociales que, de victoria en victoria, en las urnas y las calles,
fueron abriendo un horizonte de posibilidades y de acción en el que encontraron
cabida diversos sueños y utopías, pero que hoy parece encontrarse estancado, en
un punto de inflexión que exige la toma de nuevas y mejores decisiones si
realmente se quiere enrumbar la marcha.
Son síntoma de esta
nueva realidad política, coyuntural en algunos aspectos, pero mucho más
profunda en otros, las masivas movilizaciones de las últimas semanas en Brasil,
protagonizadas fundamentalmente por jóvenes y sectores de la población
pertenecientes a la nueva clase media (beneficiaria de las políticas sociales de la
última década de gobiernos del Partido de los Trabajadores); también el
“bloqueo institucional” que un sector corporativizado del poder judicial y los
grupos de poder económico han impuesto a importantes reformas legales del
gobierno de Cristina Fernández en Argentina (la ley de medios, la ley de elección
de los miembros del Consejo de la Magistratura); y por supuesto, el terreno
ganado por la derecha en Venezuela, Paraguay, Perú y Chile, que se traduce, por
ejemplo, en la convergencia de intereses que sostienen ese bastión neoliberal
que es la Alianza del Pacífico.
Una lectura de conjunto
de la actual correlación de fuerzas revela que el llamado “cambio de época” en
América Latina empieza a conocer sus fronteras, sus límites dentro de la misma situación que
ayudó a crear, por lo que se impone un nuevo esfuerzo de creación desde abajo, revolucionario en todo sentido, para convertir los
retos e insatisfacciones del presente en oportunidades que impulsen hacia el
futuro las conquistas de la última década. Y eso supone, necesariamente, que
los gobiernos y los dirigentes recuperen la capacidad de ser voceros de y
medios para la concreción de la voluntad
popular emancipadora, y no su freno.
Frente al dilema de
estancarse para perecer, o acelerar el paso hacia las transformaciones
posneoliberales y poscapitalistas que demanda nuestro tiempo, la única certeza
posible es la del protagonismo de los pueblos para romper los nudos de la
conformidad, de la inercia, de los intereses de clase y todas aquellas cadenas
que impiden avanzar hacia la tan anhelada segunda independencia de nuestra
América.
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