Como en el siglo V, estúpidos y prepotentes nos
gobiernan, y por todas partes se destrama el tejido de lo dominante. En la vida
cotidiana prevalece el sálvese quien pueda y, en quienes pueden, una especie de
ceguera hedonista parecida a la de los patricios romanos antes de su
desaparición.
Hace un poco más de 400 años, un personaje secundario de Hamlet, la obra de William Shakespeare, dijo una frase que en nuestros días
tiene una vigencia cada vez mayor: “algo huele a podrido en Dinamarca”.
La hedentina de la pudrición es cada vez mayor, al punto que en algunos
sitios del planeta no deja respirar por la humareda que levanta, o nubla la
tarde temprana hasta oscurecer como la noche el horizonte, como sucedió en la
megalópolis brasileña Sao Paulo la semana pasada.
El incendio de la Amazonía, cuyo control en buena medida está en manos de
un gobierno dirigido por un tipo cuyo ejercicio presidencial solo puede
compararse con el de Donald Trump, no es más que un síntoma del tiempo con
visos de antesala de holocausto que nos toca vivir.