La continuidad del bloqueo estadounidense y las oportunidades que este ofrece a las derechas del continente para actuar concertadamente contra Cuba y sus sistemas de alianzas, constituye el centro de una política de agresión sistemática, en primer lugar, contra el pueblo cubano; y en segundo lugar, contra los intereses nuestroamericanos de unidad e integración.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
De acuerdo con una información publicada por el diario español Público.es (14-12-2011), Estados Unidos está presionando a la empresa REPSOL para que no realice exploraciones petroleras en Cuba, específicamente bajo sus aguas en el Golfo de México, donde existen enormes reservas de crudo y gas natural que podrían cambiar positivamente el panorama económico cubano.
REPSOL planea iniciar sus actividades en la isla en enero del 2012, para lo cual tuvo que construir una plataforma especial con solo un 10% de componentes de origen estadounidense, debido a las restricciones impuestas por el bloqueo económico y comercial decretado por Washington contra Cuba desde hace medio siglo.
Pero no este el único obstáculo que enfrenta el gobierno cubano para llevar adelante su decisión soberana de explotar sus recursos energéticos con apoyo de la inversión extranjera. El diario español asegura que “la posibilidad de que Cuba se convierta en un Estado petrolero preocupa a los políticos de EEUU”, como lo confirman las maniobras desplegadas por 34 congresistas, liderados por la republicana Ileana Ros-Lehtinen, para “persuadir” a REPSOL –con los manidos argumentos anticubanos de la derecha estadounidense y los sectores más radicales del exilio- de la inconveniencia de continuar con su iniciativa de exploración. Los resultados de este lobby, una vez que asuma el poder el Partido Popular en España, son todavía inciertos.
Por su parte, el senador demócrata Robert “Bob” Menéndez fue un paso más lejos: presentó un proyecto de ley que pretende castigar a las empresas petroleras extranjeras que se vean involucradas en accidentes y derrames de crudo. Pero sus intenciones, según las declaraciones que consigna Público.es, son más que evidentes: "Las compañías que quieran perforar en aguas cubanas lo pensarán dos veces si saben que serán responsabilizadas de cualquier daño a los cayos de Florida”.
Estos actos inaceptables de injerencia en los asuntos de una nación y de guerra económica deliberada, que exudan lo peor de la política imperial estadounidense y el odio impenitente de sus élites hacia la Revolución, se suman al sabotaje perpetrado contra la Cumbre de la Comunidad del Caribe (CARICOM), celebrada la semana pasada en Puerto España, Trinidad y Tobago, cuando una poderosa cadena hotelera se negó a dar alojamiento a la delegación cubana encabezada por el presidente Raúl Castro, amparándose para tal decisión en las disposiciones extraterritorales de la Ley Helms-Burton. Este incidente motivó una declaración especial de los representantes de CARICOM, quienes se manifestaron “insultados por la intrusión de Estados Unidos contra la soberanía de Trinidad-Tobago” (La Jornada, 12-12-2011)
Paradójicamente, fue en ese misma ciudad caribeña donde el presidente Barack Obama, en la Cumbre de las Américas del 2009, había exhortado a los mandatarios del continente a dejar atrás el pasado y ofreció un tipo de relación nuevo y diferente con América Latina. ¡Fueron solo palabras que se llevó el viento! En lugar del publicitado cambio, con Obama se intensificó la presencia militar –de tropas, naves de guerra y bases militares- en Centroamérica, el Caribe y Colombia, a niveles que ni siquiera se alcanzaron durante las dos administraciones republicanas de George W. Bush. Y lo mismo ocurrió con el intervencionismo solapado bajo la forma del financimiento de “organizaciones civiles”, que asumieron el liderazgo opositor en varios países de América del Sur, como Venezuela, Ecuador y Bolivia.
La continuidad del bloqueo y las oportunidades que este ofrece a las derechas del continente para actuar concertadamente contra Cuba y sus sistemas de alianzas, constituye el centro de una política de agresión sistemática, en primer lugar, contra el pueblo cubano y el derecho de sus ciudadanos a un desarrollo humano integral (por ejemplo, el daño económico que provocado por el bloqueo, estimado al 2010, superaba los $975 mil millones de dólares); y en segundo lugar, contra los intereses nuestroamericanos de unidad e integración.
Como bien se expresa en el informe presentado por Cuba a la Asamblea General de Naciones Unidas este año, “el bloqueo viola el Derecho Internacional, es contrario a los propósitos y principios de la Carta de las Naciones Unidas y constituye una trasgresión al derecho a la paz, el desarrollo y la seguridad de un Estado soberano. Es, en su esencia y objetivos, un acto de agresión unilateral y una amenaza permanente contra la estabilidad de un país. El bloqueo constituye una violación masiva, flagrante y sistemática de los derechos humanos de todo un pueblo. Viola también los derechos constitucionales del pueblo norteamericano, al quebrantar su libertad de viajar a Cuba. Viola, además, los derechos soberanos de muchos otros Estados por su carácter extraterritorial”.
¿Cómo explicar, entonces, la persistencia de una medida tan irracional e ilegal, como inmoral y perversa? En su discurso conocido como Segunda Declaración de La Habana, de 1962, Fidel Castro planteó una pregunta retórica que conserva íntegra su vigencia, su vigoroso emplazamiento ético y su densidad histórica: “¿Qué es lo que se esconde tras el odio yanqui a la Revolución Cubana? ¿Qué explica racionalmente la conjura que reúne en el mismo propósito agresivo a la potencia imperialista más rica y poderosa del mundo contemporáneo y a las oligarquías de todo un continente, que juntos suponen representar una población de trescientos cincuenta millones de seres humanos, contra un pequeño pueblo de sólo siete millones de habitantes, económicamente subdesarrollado, sin recursos financieros ni militares para amenazar ni la seguridad ni la economía de ningún país?” Y la respuesta que dio entonces fue contundente: “Los une y los concita el miedo. Lo explica el miedo. No el miedo a la Revolución Cubana; el miedo a la revolución latinoamericana”.
Es cierto que no todos los problemas de Cuba se pueden atribuir exclusivamente al bloqueo comercial y económico, y eso lo saben mejor que nadie los propios cubanos y sus dirigentes (el actual proceso de reformas estructurales y los debates suscitados en torno a él, con sus alcances y limitaciones, así lo demuestran); pero también es cierto que la resistencia a esa acción criminal aplicada por los Estados Unidos, y que solo se sostiene por el odio y el miedo del imperio a la liberación de los pueblos latinoamericanos, engrandece los logros y aciertos de hondo sentido humanista de la Revolución.
No abandonar a Cuba es un imperativo de solidaridad para los pueblos y los gobiernos de nuestra América, especialmente en estos tiempos que vivimos: porque allí, en el corazón del Caribe, se libra desde hace siglos una intensa batalla por alcanzar el equilibrio del mundo y por salvar, como dijera José Martí en 1894, “la independencia amenazada de las Antillas libres, la independencia amenazada de la América libre, y la dignidad de la república norteamericana”[1].
NOTA
[1] Martí, José. “El tercer año del Partido Revolucionario Cubano”, en Hart Dávalos, Armando (editor) (2000). JOSÉ MARTÍ Y EL EQUILIBRIO DEL MUNDO. México DF: Fondo de Cultura Económica. Pág. 241.
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