sábado, 29 de enero de 2011

Crisis, fin apocalíptico y utopía

La utopía de nuestros días se alimenta de nuevos elementos que surgen de la vivencia de la crisis múltiple del capitalismo contemporáneo. Viendo lo que éste provoca podemos saber lo que no queremos y bosquejar el mundo del futuro. Las crisis energética, alimenticia, financiera, del medio ambiente; pero también la crisis ética, moral y cultural de nuestro tiempo nos llama a imaginar y trabajar por otro mundo basado en una lógica diferente.

Rafael Cuevas Molina/ Presidente AUNA-Costa Rica

rafaelcuevasmolina@hotmail.com

Si en algo tuvo razón el señor Francis Fukuyama es que la historia humana puede llegar a su fin. No de la forma como él nos la pintó, es decir, con el establecimiento absoluto del sistema capitalista sin contrincante, marchando triunfante hacia el futuro con el mercado como regulador exacto, sino en el sentido de que la sociedad puede llegar a un límite que no pueda sobrepasar, que estaría dado por el deterioro del medio ambiente a tal punto que haría imposible la vida humana en el planeta Tierra.

Esta visión puede haber sonado apocalíptica hace tan solo unos cuantos años, cuando no solo la conciencia sobre la impronta humana sobre su medio ambiente, sino también las señales que éste daba, no eran tan evidentes como ahora. Pero cada vez es más claro que algo muy grande está empezando a desencadenarse, que no somos capaces de enfrentarlo ni dominarlo y que nos afecta de forma cada vez más contundente: inundaciones, fríos glaciares y olas de calor sofocante, lluvias torrenciales, deslaves colosales se han transformado en pan de todos los días.

Lo dijo José Mujica, presidente del Uruguay en la III Cumbre Mundial de Regiones sobre el Cambio Climático el año pasado: “El hombre no tiene fuerzas para eliminar la vida. La vida es más fuerte que el hombre. Pero el hombre puede hacer barbaridades capaces de eliminar su propia vida como especie. Eso empieza a estar en nuestras manos y el grito es salvar al mundo para salvarnos a nosotros mismos.” El mismo Mujica declaró, más recientemente, que era más fácil administrar la crisis medioambiental que tratar de llegar a acuerdos en el que las grandes potencias cumplieran con las medidas necesarias para evitar el cambio climático.

La “lógica” de la ganancia a toda costa, que no ve más allá de sus narices, es la que prevalece en el mundo contemporáneo. Esta “lógica” es la que ha obtenido la más rotunda victoria de nuestros días: la de imponer como natural la cultura del consumo, una cultura que no vacila en esquilmar el planeta con tal de transformar en mercancía cuanto toca.

El modo de vida asociado a la sociedad de consumo es insostenible. Es la antípoda del tipo de comunidad humana a la que debemos aspirar para el futuro. Con ella no vamos a ninguna parte. En las circunstancias actuales, cuando su naturalización no permite que se vislumbren alternativas viables, pensar en una sociedad humana viviendo en armonía con el medio ambiente y distribuyendo equitativamente la riqueza entre sus miembros es una verdadera utopía.

La utopía de nuestros días se alimenta de nuevos elementos que surgen de la vivencia de la crisis múltiple del capitalismo contemporáneo. Viendo lo que éste provoca podemos saber lo que no queremos y bosquejar el mundo del futuro. Las crisis energética, alimenticia, financiera, del medio ambiente; pero también la crisis ética, moral y cultural de nuestro tiempo nos llama a imaginar y trabajar por otro mundo basado en una lógica diferente.

Por el momento, todo esto queda en el plano de la utopía. La mayoría sonreirá socarronamente al escuchar nuestro predicamento. La crisis no ha llegado al nivel de hacer insoportable la vida actual, y todavía se vislumbran caminos que, aunque engañosamente, ofrecen alternativas y esperanzas. Aún se puede respirar aire puro, subirse a un automóvil y recorrer 100 o 200 kilómetros para ir a una playa, ver un atardecer espléndido en el verano y oír cantar a los pájaros por la mañana. ¿En dónde está, pues, el fin del mundo? ¿En dónde el fin de la vida humana? Todo parece tan lejano que es casi imposible asustarse y comprometerse con la fuerza del que debe salvar la vida. Es posible, incluso, que todo no sea otra cosa que gritos desaforados de los inadaptados de siempre, amparados en predicciones de “científicos” que solo buscan más dinero para sus investigaciones.

Ojalá que no sea demasiado tarde cuando nos demos cuenta de que no era mentira.

De cables submarinos y puentes de humanidad

Tender ya no clables, sino puentes de verdadera humanidad entre los pueblos latinoamericanos, que les permitan reconocerse en su historia, su común identidad y en su destino igualmente compartido, quizá sea la misión emancipadora de nuestra América en el mundo contemporáneo

Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica

La noticia se escribe con esperanza y contenido utópico: 1600 km de cable submarino de fibra óptica, tendidos desde La Guaira, en Venezuela, hasta Santiago de Cuba, interconectarán a ambas naciones -y más adelante a países vecinos- para fortalecer la infraestructura y aumentar la capacidad de prestación de servicios de infocomunicaciones en el Caribe.

El proyecto, que forma parte del Sistema Internacional de Telecomunicaciones ALBA 1, inició el pasado fin de semana y está previsto que entre en funcionamiento en julio de 2011; su costo asciende a los US$70 millones e involucra a gobiernos y empresas de Cuba, Venezuela, Jamaica, Francia y China. Solo en el caso cubano, se sabe que aumentará el ancho de banda de internet hasta 640 gigabytes, permitirá 10 millones de transmisiones telefónicas simultáneas y multiplicará por 3000 la capacidad de tránsito de datos, imágenes y voz.

Más allá de las positivas valoraciones a nivel tecnológico, creemos que el tendido del cable submarino constituye una hermosa metáfora que ilumina estos tiempos de crisis e incertidumbres: por un lado, muestra que la unidad y la integración –aquí, de signo bolimartiano, según la feliz expresión acuñada por el artista cubano Ernesto Rancaño- son una alternativa concreta para avanzar en las soluciones de los problemas reales del desarrollo humano en nuestra region.

La experiencia de 10 años de intensa y profunda cooperación entre Cuba y Venezuela, en el marco de los acuerdos de la Alianza Bolivariana para los pueblos de Nuestra América (ALBA), y en ámbitos tan importantes como la salud, la educación, la promoción social y ahora las infocomunicaciones, señala un camino sin precedentes en la historia de las relaciones entre los Estados latinoamericanos, y al mismo tiempo, cuestiona frontalmente la lógica neoliberal dominante, que reduce las relaciones humanas al libre comercio de mercancías, la tutela del capital extranjero y las inversiones.

Por otro lado, el proyecto de interconexión abre puertas a la rebeldía creativa y la osadía de la solidaridad para vencer la arrogancia y el autismo imperial que, en virtud del bloqueo impuesto por los Estados Unidos, le impide a Cuba conectarse a cualquiera de las numerosas redes submarinas cercanas a la isla y la obliga a recurrir a los servicios de satélite: más costosos y de menor capacidad para el flujo de información.

Una última reflexión tiene que ver con la dimensión cultural de esta iniciativa, toda vez que el inicio de las obras de cableado coincidió con la celebración de los 120 años de la publicación del ensayo “Nuestra América” de José Martí (en enero de 1891). En este texto clave del pensamiento latinoamericano, el prócer cubano instaba a despertar “lo que quede de aldea” en nuestros pueblos, lo que quede de vision estrecha y provinciana. Antes que absurdos prejuicios que provocan odios y desencuentros, Martí nos animaba a conocernos, a comunicarnos y expresar la plenitud de nuestra diversidad cultural sin límites ni bloqueos, “como quienes van a pelear juntos”.

En los actos de inauguración del proyecto, no faltaron las evocaciones martianas. El embadajor cubano Rogelio Polanco dijo que con la instalación del cable submarino “se hace un acto de justicia histórica”, desde una tierra, la venezolana, en la que Martí “llegó a admirar a un pueblo, su historia y a sus libertadores. Aquí bebió la savia de América Latina y se enriqueció cultural y políticamente”. Por su parte, el Ministro de Ciencia, Tecnología e Industrias Intermedias de Venezuela, Ricardo Menéndez, centró la atención en el potencial revolucionario de la interconexion, “sobre todo cuando pensamos que el cambio histórico, político y cultural requiere de unas redes, de una arquitectura y de unas estructuras a través de las cuales fluya nuestra cultura, nuestras comunicaciones y nuestra economía”.

Venciendo obstáculos de todo tipo, los sueños de unidad de Martí y Simón Bolívar, felizmente, todavía van marcando el paso de las transformaciones en América Latina.

Tender ya no clables, sino puentes de verdadera humanidad entre los pueblos latinoamericanos, que les permitan reconocerse en su historia, su común identidad y en su destino igualmente compartido, quizá sea la misión emancipadora de nuestra América en el mundo contemporáneo: “¡Bajarse hasta los infelices, y alzarlos en los brazos! ¡Echar, bullendo y rebotando, por las venas, la sangre natural del país!”, al decir de Martí.

Esa es la lección que, desde hace una década, contra todos los pronósticos y oráculos del pesimismo, nos dan Cuba y Venezuela.

A 120 años de "Nuestra América": El texto en sus contextos

El ensayo “Nuestra América” fue elaborado justamente en la ocasión precisa en que su autor debía sintetizar su análisis sobre nuestra región, y en que esta requería de una interpretación de su problemática, capaz de asegurarle el mantenimiento de su soberanía y la apertura de los caminos para un futuro propio.

Pedro Pablo Rodríguez / Prensa Latina y Argenpress Cultural

(Ilustración: Martí en Dos Ríos, de Carlos Enríquez)

El primero de enero de 1891 apareció publicado en La Revista Ilustrada de Nueva York el ensayo titulado "Nuestra América", bajo la firma de José Martí.

Esa publicación, que ya había abierto antes sus páginas al cubano, era un mensuario de pensamiento y de letras, de impresión que podría considerarse de cierto lujo, cuyo editor propietario fue el panameño Elías de Losada.

Es casi seguro, desde luego, que los primeros lectores del texto martiano fueran los integrantes del reducido grupo de intelectuales latinoamericanos entonces residentes en la ciudad del Norte, buena parte de ellos bien conocidos por Martí y colaboradores suyos en la Sociedad Literaria Hispanoamericana de Nueva York, fundada algunos años antes.

No es de dudar que la revista también tuviera grata y sistemática acogida en muchos lugares de Hispanoamérica.

El 30 del mismo mes, con ligeras variantes, el escrito fue publicado en el diario El Partido Liberal, de la Ciudad de México, en el que el Maestro compartía desde 1886 con La Nación, de Buenos Aires, sus "Escenas norteamericanas", las crónicas que le convirtieron en escritor admirado y guía del naciente movimiento modernista de las letras en español.

No sabemos si "Nuestra América" le fue expresamente solicitado para su reproducción en el periódico mexicano o si su envío formó parte de una estrategia editorial de su autor.

En verdad, este ensayo no es propiamente una escena norteamericana, aunque hay algunos casos excepcionales en tal sentido en lo publicado por Martí en ese diario.

De todos modos, uno se pregunta, sin embargo, por qué no se incluyó en La Nación. ¿Su autor no lo remitió allá o sería desechado por el editor argentino?

El hecho real es que ambas publicaciones, la neoyorquina y la mexicana, garantizaron a "Nuestra América", muy probablemente, un público lector relativamente amplio por nuestra región, atraído por el conocimiento de la firma y por el tema del escrito.

Las causas del fracaso republicano de Hispanoamérica eran materias de viejo interés entre la clase ilustrada del continente, cuyo debate se actualizó desde que a mediados del siglo XIX las reformas liberales fueron intentando la formación de la nación moderna en nuestras sociedades.

Martí, pues, no estaba entregando un tema nuevo, sino que la originalidad de su texto se asienta en sus respuestas totalmente diferentes a las que solían dictarse entonces y, sobre todo, en la perspectiva con que organiza sus ideas desde una lógica contrapuesta a la razón moderna.

No es casual que el cubano escribiera aquel ensayo iluminador en ese momento. La propia evolución de su pensamiento y la interrelación de aquella con las circunstancias del año 1889, permiten comprender que "Nuestra América" fue un texto casi imposible de ser creado varios años atrás.

Al mimo tiempo, marca un hito significativo e imprescindible en esa evolución que conduciría a Martí tras su publicación, de modo natural, a diseñar y exponer una estrategia liberadora para la región, con pretensiones universales, y su inmediata puesta en marcha mediante la gran pelea de su vida: organizar a los patriotas en el Partido Revolucionario Cubano, a fin de impulsar la guerra necesaria y alcanzar la independencia de Cuba y Puerto Rico, las Antillas libres que habrían de cortar la posibilidad de la expansión de Estados Unidos hacia el Sur y desde las que se encaminaría la acción concertada de toda nuestra América. LEA EL ARTICULO COMPLETO AQUI...

José Martí: La idea del bien

El referente histórico se convirtió para José Martí en arma principal de toda su actividad política, ideológica y sociocultural. Poniendo por delante el reflejo de las mejores vidas de aquellos que veían más allá de donde alcanzaba su bolsillo y veían los intereses de la patria; de esos que, puestos de pie sobre el yugo miserable de la ignominia, colocaban en su frente honrada la estrella “que lumina y mata”.

Carlos Rodríguez Almaguer / La isla desconocida

(Ilustración: Retrato de José Martí, de René Mederos)

Los que participábamos en la clausura de la primera Conferencia Internacional José Martí: Por el equilibrio del mundo, aquel 29 de enero de 2003 en el Palacio de las Convenciones de La Habana, recordaremos siempre la pregunta con que Fidel comenzó su discurso: “¿Qué significa Martí para los cubanos?” Y recordaremos aún más la respuesta que, luego de analizar un párrafo del texto martiano El presidio político en Cuba, sobre la existencia de dios en la idea del bien y la lágrima como fuente de sentimiento eterno, dio el Comandante a su propia pregunta: “Para nosotros los cubanos, José Martí es la idea del bien que él describió”.

Conocida es para todos la máxima legada por el Maestro en su artículo Maestros Ambulantes, publicado en Guatemala, donde nos dice que “Ser culto es el único modo de ser libre”, pero no siempre recordamos la oración anterior que constituye otra máxima de vida y en la cual nos revela que “Ser bueno es el único modo de ser dichoso”. Profundizar en el estudio y significación de estas dos verdades esenciales, más allá de una repetición cómoda y superficial que termina por convertir cualquier evangelio en mera consigna, bastaría para contribuir de manera eficaz a la formación de mejores seres humanos. Y en esto es bueno dejar sentado que cuando nos referimos a esa formación no estamos hablando solamente de las nuevas generaciones, sino de todos los hombres y mujeres que vivimos estos tiempos que él mismo llamaría “de reenquiciamiento y remolde”, porque a fuerza de destruir el medioambiente, de fabricar bombas y armas de destrucción cada vez más sofisticados y de ensayar a escala universal la enajenación de los hombres hasta hacerlos besar y bendecir la daga que los degüella, no le va quedando mucho tiempo de rectificación a nuestra desdichada especie.

Que cualquier idea por elevada y noble que sea tendrá en la práctica únicamente el valor que sean capaces de darle, en sentimientos, palabras y hechos, aquellos que dicen defenderla, no hace falta repetirlo; que ninguna doctrina política, filosófica, ideológica o religiosa sobrevive en la práctica social más allá del punto en que sus sacerdotes le deshonran el templo, es una verdad vieja; que a la patria se le honra tanto con la vida pública como con la privada, es algo conocido; que cualquier obra de amor, como lo ha sido la Revolución martiana de 1959, ha tenido siempre muchos enemigos, no es tampoco nuevo; y que los hombres somos el resultado de nosotros mismos, también lo conocemos.

Cuba tiene, en sus poco más de dos siglos de forja de la nación, una cantidad enorme de paradigmas, en proporción, no solo al tiempo histórico, sino también a su espacio geográfico. Nadie podrá negar que, desde los inicios, fue el seguir a determinados paradigmas universales, continentales o regionales, lo que inspiró a nuestros padres fundadores en su labor primigenia. Luego, cuando con sus sacrificios en los cadalsos, en las prisiones y en los destierros, los hombres de pluma y de palabra se fueron convirtiendo ellos mismos, acaso sin saberlo ni pretenderlo, en los primeros paradigmas de la incipiente cubanía, entonces comenzamos a nacer como pueblo y como nación, pues ellos se habían puesto de semillas para que germinara el sentimiento que daría “luego a los generales ejércitos para sus batallas”.

El referente histórico se convirtió para José Martí en arma principal de toda su actividad política, ideológica y sociocultural. Poniendo por delante el reflejo de las mejores vidas de aquellos que veían más allá de donde alcanzaba su bolsillo y veían los intereses de la patria; de esos que, puestos de pie sobre el yugo miserable de la ignominia, colocaban en su frente honrada la estrella “que lumina y mata”, Martí se convierte en Apóstol no solo de la independencia de Cuba, sino de aquella a la que él mismo llamó República Moral, donde cada hombre defendiera como cosa sagrada, “como de honor de familia”, la dignidad y el decoro de cada cubano, y donde nadie permitiera nunca que se ultrajara, ni en los demás ni en sí, a la tierra sagrada donde se vino al mundo.

Cada conmemoración del 10 de octubre, cada artículo de prensa, cada carta a compañeros de lucha, a amigos íntimos, a familiares, iría permeada de aquella idea encarnada en él de que la dignidad, el honor y la grandeza de la patria solo podría hacerse visible a través de la actitud cotidiana de sus hijos. Así, en respuesta al menosprecio y la ofensa lanzada contra los cubanos por la prensa yanqui, traza en su artículo Vindicación de Cuba, a partir de unos cuantos nombres de cubanos ilustres, el deber ser de un pueblo que apenas si existía en la diáspora de las emigraciones, donde el ejercicio de la libertad le permitía al cubano el despliegue de sus poderosas facultades, pues la otra parte, era llaga adolorida que padecía bajo la bota colonial de España, y cuyos mejores hijos morían asesinados o tuberculosos en las prisiones africanas.

Martí, como haría Fidel un siglo después, no solo nos enseñó el pueblo que éramos, sino que nos dibujó en el horizonte el pueblo que debíamos y podíamos llegar a ser, aún cuando tanto ellos como nosotros sabemos por la historia que nunca han logrado los pueblos empinarse hasta el punto que les ha sido trazado por sus hombres magnos, pero nadie se atrevería a negar que cuanto han crecido lo deben al empeño colectivo puesto en querer alcanzar esos pináculos. Ese horizonte, en tanto utopía, sirve sobre todo—como dijera un sabio americano—para eso, para caminar. Cómo si no, explicaríamos el milagro de que un pequeño país como Cuba, insular, con mínimos recursos naturales, sobre la base material de una economía renqueante por diversos motivos, entre ellos ese odioso monumento a la impotencia imperial que es lo que resultan al cabo el bloqueo y la guerra económica yanqui, pudiera alcanzar en el brevísimo plazo de cincuenta años, con hechos y realizaciones concretas, los beneficios que ha alcanzado la Revolución para los cubanos y para los pobres del mundo con quienes echó su suerte. Cómo explicar la conducta de nuestros combatientes en África, de nuestros maestros en Nicaragua, Bolivia, Venezuela, Ecuador; de nuestros médicos en medio mundo, sobre todo en aquellos lugares donde la filantropía de otros demuestra su inferioridad con respecto a la solidaridad promovida desde siempre por la Cuba Martiana, como está ocurriendo ahora mismo en el combate a muerte entre el humanismo más puro y la epidemia más terrible que se libra en las dolorosas tierras haitianas.

A ese Martí Maestro, vivo y vivificador, es al que debemos buscar y enseñar los que queremos a Cuba, a América y a la Humanidad, para que nos sirva de alimento al alma y de sostén al cuerpo en estos tiempos tristes y definitivos donde resalta por contraste terrible aquella verdad tremenda contra la cual cada uno deberá medir sus actos: “En la arena de la vida luchan encarnizadamente el bien y el mal. Hay en el hombre cantidad de bien suficiente para vencer: ¡Vergüenza y baldón para el vencido!”

Imaginarios: 120 años de “Nuestra América”

Casi inadvertida en su época, el ensayo "Nuestra América", obra magistral de José Martí, alcanza sus 120 años con una extraordinaria vigencia.

La revista Librínsula, de la Biblioteca Nacional José Martí de Cuba, se suma al homenaje de este acontecimiento con una selección de nuevos y diversos abordajes, y aspira a una lectura cada vez más profunda y múltiple del indispensable ensayo.

Esta edición especial incluye textos de Ana Cairo, Pedro Pablo Rodríguez, Marlen A. Domínguez, María Elena Capó, Marialys Perdomo Carmona, Jorge Sariol.

Además, invitamos a nuestros lectores a disfrutar el texto: “Mis recuerdos de José Martí”, de Enrique José Varona.

HAGA CLICK AQUI PARA ACCEDER AL ESPECIAL DE LIBRINSULA

Samuel Ruiz (1924-2011), el profeta mexicano del siglo XX

Don Samuel es, junto a don Sergio Méndez Arceo, el símbolo más profético de la Iglesia mexicana del siglo XX, y uno de los pastores más importantes de la pastoral indígena en nuestro continente y el mundo.

Enrique Dussel* / LA JORNADA

(Fotografía: Don Samuel Ruiz junto al Subcomandante Marcos, en 1995)

Ha muerto el 24 de enero el santo profeta de Chiapas, digno sucesor de Bartolomé de las Casas. Este último comenzó su lucha en favor de los pueblos originarios de América en el ya lejano 1514 en el pueblito de Sancti Espíritu de Cuba. Fue obispo de Chiapas desde 1544 hasta 1547, en que fue expulsado por la oligarquía de los conquistadores que ya dominaban esa tierra maya, por su lucha en favor de los pueblos originarios. Algo más de cuatro siglos después, y como continuando la labor de Bartolomé, fue nombrado en 1959 don Samuel Ruiz, a la edad de 35 años, obispo de Chiapas (siendo el más joven del episcopado mexicano de esos años).

Había nacido el 3 de noviembre de 1924 en Irapuato. Estudió primero en León; obtuvo su doctorado en hermenéutica bíblica en la Gregoriana de Roma. Era un hombre letrado, director del seminario de León (como Miguel Hidalgo lo fue del de Valladolid). Asistió al II Concilio Vaticano, participando todavía dentro de las filas del episcopado conservador. Le tocaron tiempos de profunda renovación de la Iglesia y las convulsiones políticas del 68. En ese tiempo cambiará drásticamente su posición teórica y práctica. Será su comunidad indígena maya la que lo confrontará con la miseria, la opresión, la dominación política, económica, cultural y religiosa que la oligarquía chiapaneca había orquestado como herencia de los conquistadores y de los terratenientes contra ese pueblo originario. El joven obispo sufre una conversión radical.

Ya en 1968 fue uno de los cuatro oradores (sobre el tema de la pastoral indígena) en la Conferencia de Medellín del Celam, donde manifestó su calibre latinoamericano. Brillará en América Latina como miembro de una camada de obispos que optaron por los pobres del continente, junto a Helder Camara, en Brasil; Leónidas Proaño, en Ecuador, y Óscar Romero, en El Salvador. Será uno de los reformadores de la Iglesia, fundamentando bíblicamente la revolucionaria teología de la liberación que estaba naciendo. Pero aún más, la llevó a la práctica con su pueblo indígena chiapaneco. Aprendió dos lenguas mayas y se transformó en el profeta de su pueblo. Esto le traerá grandes enemistades, persecuciones, aun de aquellos que hoy, después de su muerte, lo ensalzan. Decía de él, y de don Samuel, el obispo de Cuernavaca don Sergio Méndez Arceo: “Nosotros unificamos al episcopado mexicano. ¡Todos están contra nosotros!” Perseguido por los potentados, los terratenientes, los políticos y hasta por algunos de sus sacerdotes, con indomable brío, con paciencia de indígena, con sacrificio titánico, recorriendo innúmeras veces su diócesis en camioneta, avioneta o a caballo, estaba presente consolando, alentando y dirigiendo a las “comunidades” mayas.

Todas lo tenían por tatik (como el tata de los tarascos que fue Vasco de Quiroga); nombrado por ellos mismos “Protector del pueblo indígena”. Contra viento y marea, y contra la opinión de muchos en el Vaticano (que como decía San Juan de la Cruz a un hermano observante estricto: “¡Cuídate de ir a Roma, partirás descalzo (reformado) y volverás calzado (corrompido)!”), transformó la Iglesia y la sociedad chiapaneca, educó a los líderes indígenas, que de catequistas llegaron a ser diáconos. ¿Qué fueron muchas y muchos comandantes zapatistas sino catequistas de don Samuel Ruiz? Don Samuel creó proféticamente la conciencia de lucha de su pueblo, del cual, por otra parte, aprendió todo.

Por ello, en la celebración de su muerte (no es contradictorio que el pueblo reunido junto a su cadáver exultara un cierto espíritu de profundo regocijo), se gritaba, en algunos casos machete en mano: “¡Samuel vive, la lucha sigue!”; o aquella crítica a la Iglesia de tantas traiciones: “¡Queremos obispos al lado de los pobres!” Esa Iglesia ocupada en la beatificación de su burocracia (cuyo miembro supremo se le vio fotografiado junto a R. Reagan, o a A. Pinochet, y que se encolerizó ante la presencia de un humilde Ernesto Cardenal de rodillas, y sin embargo ministro de Estado de la revolución sandinista, junto al gran cartel en el que se leía en la Plaza de la Revolución: “¡Entre cristianismo y revolución no hay contradicción!”

Don Samuel no fue sólo una figura mexicana. Era una personalidad profética latinoamericana, defensor de los derechos humanos de los humildes, de los inmigrantes en toda Centroamérica. Era una figura mundial, recibiendo premios internacionales y doctorados honoris causa en las más diversas y encumbradas universidades en reconocimiento a su pensamiento y a su acción.

Don Samuel es, junto a don Sergio Méndez Arceo, el símbolo más profético de la Iglesia mexicana del siglo XX, y uno de los pastores más importantes de la pastoral indígena en nuestro continente y el mundo. No queda sino alegrarse con el pueblo cuando exclamaba: “¡Samuel vive, la lucha sigue!” Como Walter Benjamin escribía, se trata de un “mesianismo materialista” (si por “materialista” se entiende cumplir responsablemente con los deberes para con la vida de los pobres y explotados, como los indígenas chiapanecos). Samuel fue heroicamente consecuente con aquél: “¡Tuve hambre y me dieron de comer!” (que del Osiris egipcio pasó a Isaías y al fundador del cristianismo, del cual Samuel fue un digno testimonio).

*Filósofo, emérito de la Universidad Autónoma Metropolitana

La Iniciativa Mérida contra Centroamérica

El reclamo se extiende a toda América Central: no más ayuda militar ni asesoramiento para la represión, porque terminan siendo agravantes de la inseguridad y propagantes de la violencia.

Manuel Yepe / Argenpress.info

Centroamérica está hoy a la cabeza de las subregiones más violentas de América Latina y del Mundo.

La violencia generada por la delincuencia común y el crimen organizado deja cada año en Centroamérica casi 14.000 asesinatos y pérdidas económicas superiores a los 6.500 millones de dólares, equivalentes al 7,7% del PIB de la región, según estudio elaborado por expertos para el Consejo Nacional de Seguridad Pública de El Salvador con datos aportados por autoridades de policía y fiscalías de Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica.

La tasa media anual de homicidios es superior a 36 por cada 100.000 habitantes con elevados índices de otras expresiones de violencia tales como lesiones, robos, hurtos, extorsiones y violencia de género e intrafamiliar, subraya el estudio.

Recientemente, David Johnson, Secretario de Estado Adjunto a la cargo de la Oficina de Asuntos Internacionales de Narcóticos y Aplicación de la Justicia de Estados Unidos, visitó Tegucigalpa para tratar con el presidente Porfirio Lobo y su ministro de Seguridad, Oscar Álvarez, asuntos relativos a la ayuda militar y policial que presta Washington al régimen de facto de Honduras.

Según un comunicado de prensa del Departamento de Estado, Johnston, Lobo y Álvarez habían convenido en convocar al Grupo de Trabajo para la implementación de la Iniciativa Mérida, que es el mecanismo creado por Estados Unidos para financiar, equipar y entrenar a las fuerzas policiales y militares en México, América Central, la República Dominicana y Haití para el combate contra el tráfico de drogas.

El hecho de que el Departamento de Estado hubiera escogido a Honduras para anunciar desde allí su intención de promover las primeras estructuras institucionalizadas de apoyo a la Iniciativa Mérida, causó grave preocupación en las organizaciones que se proclaman defensoras de los derechos humanos de ese país, dada la intensidad que ha alcanzado allí la represión política tras el golpe de Estado contra el presidente Manuel Zelaya, el exagerado papel que desempeñan los militares en el gobierno civil de facto y el control que ejerce actualmente el crimen organizado sobre de las fuerzas de seguridad del Estado en Honduras.

Según el discurso público estadounidense, la Iniciativa Mérida promueve la coordinación interinstitucional y acciones conjuntas de seguridad nacional, particularmente entre la policía y los militares.

La Iniciativa Mérida surgió en 2008, siendo John Negroponte Secretario de Estado Adjunto para el Hemisferio Occidental. Poco después de su inicio, en junio de ese año, se agregaron al proyecto El Salvador, Guatemala, Honduras, Costa Rica, Dominicana y Haití, aunque posteriormente se desgajaron del programa conjunto la Iniciativa Regional de Seguridad de Centro América (CARSI) y la Iniciativa de Seguridad de la Cuenca del Caribe (CBSI), quedando la Iniciativa Mérida solo para México aunque se sigue hablando de ella como un programa imperialista único para toda el área.

Los presupuestos asignados por el Congreso de EE.UU. para 2008, 2009 y 2010, eran de 258 millones de dólares para América Central, 1.322 millones para México y 32 millones para el Caribe.

Los niveles de violencia en Guatemala, Honduras y El Salvador han crecido en los últimos diez años a tal punto que las estadísticas de las Naciones Unidas muestran que, en la región, el número de asesinatos es más elevado que en los años 1970 y 1980, décadas de caracterizadas por violentos conflictos armados internos con tasas de homicidios consideradas entre las más altas del mundo.

A raíz de los actos de genocidio y violatorios de los derechos humanos por los militares centroamericanos asesorados por el Pentágono, tan extendidos en la década de los años 80 del pasado siglo, los movimientos populares de América Central han incluido entre sus objetivos más importantes el de lograr que se excluya a los militares de las funciones relativas a la seguridad interna.

Es notable que, luego de desmantelar el gobierno sandinista durante la década de los 1980 a las corruptas fuerzas de seguridad, la tasa de homicidios en Nicaragua ha descendido tanto que es hoy la más baja en la región. En otros países de América Central, donde esto no ha ocurrido, los índices de violencia se mantienen o crecen. En El Salvador y Guatemala se crearon nuevas fuerzas de policía civil después de los procesos de paz pero, al no ser desmanteladas estructuras paralelas como las de los escuadrones de la muerte y ser incorporados en los cuerpos policiales recién constituidos muchos soldados y corruptos policías, el efecto ha sido nulo.

Varias organizaciones pro derechos humanos hondureñas se hicieron representar en una delegación conjunta que recientemente viajó a Washington para recabar del Consejo Nacional de Seguridad y el Congreso de los EEUU el cese de la ayuda a la policía y de la asistencia militar a su país.

El reclamo se extiende a toda América Central: no más ayuda militar ni asesoramiento para la represión, porque terminan siendo agravantes de la inseguridad y propagantes de la violencia.

Esa no es la asistencia que los pueblos de los países pobres necesitan y exigen de los causantes de su subdesarrollo y sus miserias.

Honduras: su lucha y el tiempo

¿Será posible callar? ¿Se podrá escribir con "objetividad" sobre Honduras cuando, como dice Berta Cáceres, "el pueblo se haya entre la vida y la muerte"?

Miriela Fernández / LA JIRIBILLA

¿Cómo retornaremos a los sucesos que vive hoy Honduras? ¿Qué palabras, qué imágenes nos servirán para volver a este presente? Tal vez nos traiga de vuelta una canción de Karla Lara, el coraje pintado para siempre en un muro, los pasos captados por una cámara cuando intentaban fugarse de las balas o la evocación del relato que nos contaron. ¿Qué estaremos buscando con el regreso? Probablemente, como ahora, tratemos de hallar en los anillos de la historia las causas de la forma que toman los días. Hay varias razones, este 27 de enero, para hablar de Honduras y el tiempo.

Este jueves culminó el primer año del régimen de Porfirio Lobo, desconocido por gran parte de hondureños y hondureñas, por otros gobiernos y movimientos sociales que no aceptan las propuestas del olvido. Para entender este rechazo hay que ir atrás: a las elecciones preparadas el 29 de noviembre por los mismos que cambiaron a la fuerza la vida del país y que, también de esa forma, sostienen el cuerpo de un gobierno que solo muestra su rostro conciliador. La represión a la resistencia contra el golpe de Estado es el principal recurso para mantener la ilegalidad e intentar eternizar lo ocurrido el 28 de junio del 2009.

Los militares, sigilosos, copian de viejos tiempos, los reviven. Lo sé, sobre todo, por las anécdotas que escucho. Cada palabra que llega del país centroamericano tiene marcas hechas por los días violentos y viste un tono de consternación y denuncia.

Durante una conversación, dos amigos argentinos me muestran las fotos que captaron en Tegucigalpa: “Esta fue en una marcha de maestros. Los policías no piensan, están como ávidos de muerte. Si te acercás, te pegan un tiro”. Y mientras describen la ciega furia de los guardias me hablan del miedo que zumba en las calles: “Es rarísimo, uno camina y el desasosiego te invade, como si te avisara de que algo terrible y cercano acaba de pasar”.

Antes, Denia Mejías, integrante de la comisión nacional de formación del Frente Nacional de Resistencia Popular (FNRP) me había narrado el allanamiento de su hogar y el permanente acoso del que no la dejan salir. Sentada, en una escalera del Centro Martin Luther King donde improvisamos nuestro diálogo, respira hondo, parece enterarse ahora de que la tranquilidad existe. “Vivimos días críticos, de incertidumbre —me dice— nos persiguen constantemente. Recibo muchas amenazas. Mi casa también fue registrada. Se llevaron la computadora con toda la información que guardaba y un libro, Memorias de un comunista. Me pregunto qué hubiese pasado de haber estado allí”.

Desde un panel, en una de las sesiones del taller Paradigmas Emancipatorios, celebrado en La Habana en los primeros días de enero, el testimonio de la periodista Ida Garberi nos lleva a Honduras. Durante siete meses allí no solo hizo labor reporteril; también estuvo junto a la Comisión de Familiares de Detenidos Desaparecidos del país (COFADEH):

“Como procuradora de derechos humanos me tocó ir a la prisión y sacar a un joven. Los gases lacrimógenos lo habían dejado ciego. Además le habían aplicado electricidad y casi no podía sostenerse, estaba sucio de todo porque tampoco le era posible controlar su cuerpo. Disculpen estos detalles, pero deben conocerse, deben conducirnos a una reflexión sobre lo que pasa en Honduras”, expresó esta italiana radicada en Cuba hace 11 años.

Aunque las cifras son inexactas —a veces la represión hace pactos con el tiempo y logra mantener ocultas algunas huellas—, la reportera mencionó más de 700 violaciones a los derechos de los hondureños y las hondureñas y más de 100 muertes luego del golpe de Estado. También especificó que ninguno de los culpables ha sido enjuiciado. LEA EL ARTICULO COMPLETO AQUI...

Cuba cambia el modelo económico (IV y final)

Lo que se desarrolla en Cuba es una gran cruzada de rectificación general de errores, supresión de prohibiciones absurdas y erradicación de concepciones equivocadas o superadas por las circunstancias, que frenan el desarrollo de las fuerzas productivas.

Ángel Guerra Cabrera / APORREA

La revolución cubana tiene la gran ventaja de ser la única de las revoluciones socialistas en que el principal liderazgo histórico, con todo su prestigio y autoridad, ha podido encabezar la rectificación después de décadas de experiencia y trazar el rumbo futuro. El presidente Raúl Castro ha afirmado: “El VI congreso del partido (2011) debe ser, por ley de la vida… el último de la mayoría de los que integramos la generación histórica; el tiempo que nos queda es corto, la tarea gigantesca... tenemos el deber elemental de corregir los errores que hemos cometido en estas cinco décadas de construcción del socialismo en Cuba y en ese propósito emplearemos todas las energías que nos quedan…”

La revolución cuenta también –por razones históricas– con la posibilidad de hacer los cambios tomando en cuenta las experiencias, válidas o fallidas, de otros intentos, de construir el socialismo, incluyendo el derrumbe del socialismo europeo, y además en el momento en que las ideas de Marx y el objetivo socialista vuelven por sus fueros a la palestra internacional a consecuencia de la insondable crisis estructural capitalista. A la vez, realizarlo en una situación favorable de transformaciones sociales y políticas en América Latina que ha propiciado la creación de la solidaria Alternativa Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América y de la Unión de Naciones del Sur, instituciones de independencia e integración sin precedente en la región. A ello es pertinente añadir el fantasma de la contagiosa y vital insurrección de jóvenes y descontentos que, por ahora, recorre desde Francia e Inglaterra a Grecia, Túnez y otros países árabes.

Los cambios que se proponen en Cuba, dada su enormidad, exigían su gestación o confrontación desde la base para crear un gran consenso nacional mediante la profundización y extensión del debate que ha tenido lugar en los dos últimos años, de modo que desde antes del VI congreso ya se vislumbran las definiciones principales. No es objeto de este trabajo refutar las viles calumnias cocidas en el horno del imperialismo contra este proceso, aunque sí constatar que expresan su frustración ante la capacidad de la revolución de reinventarse a sí misma para pervivir y radicalizarse aún en los momentos más difíciles.

Una mayor democratización de la sociedad debe ser uno de los saldos alentadores de los cambios pues además del clima de parlamento social que vive la isla desde julio de 2008, la proyectada descentralización concederá autonomía creciente a empresas, municipios y provincias en la medida que se creen y redistribuyan más riquezas y fragüen los experimentos que con ese fin se desarrollan en las nuevas provincias de Mayabeque y Artemisa. Ello creará condiciones mucho más propicias para el desarrollo de las decisiones colectivas y la lucha contra el “secretismo” a que ha llamado Raúl. El secretismo, según explicó, está ligado al deseo de la burocracia de esconder sus errores y deficiencias, argumentando que no se publiquen porque pueden “servir al enemigo”, actitud que censuró duramente. El presidente fue muy claro al referirse a que mayor será la unidad del pueblo si “se aplican métodos absolutamente democráticos en todo el desenvolvimiento político de la nación”, desde un núcleo del partido hasta la Asamblea Nacional. Es evidente que los medios cubanos de difusión masiva están llamados a acompañar con novedosas y audaces iniciativas esta lucha crucial por dar la mayor transparencia a la gestión estatal y partidista.

En resumen, lo que se desarrolla en Cuba es una gran cruzada de rectificación general de errores, supresión de prohibiciones absurdas y erradicación de concepciones equivocadas o superadas por las circunstancias, que frenan el desarrollo de las fuerzas productivas. Se afinan los órganos de puntería para batir los obstáculos que impiden la aplicación del principio socialista de distribución, expresado principalmente en el salario, palanca sin la que es imposible conseguir aquel desarrollo. A la vez, existe la voluntad política de no dejar a nadie abandonado a su suerte, creando redes de asistencia social capaces de apoyar a todos los que lo necesiten en el difícil proceso en que cientos de miles de trabajadores deberán reubicarse en actividades distintas a las que hoy realizan.

Nadie dude hacia donde va Cuba, porque es un mandato del pueblo expresado mil veces: va resuelta a preservar el socialismo como “la única garantía para ser libres e independientes”.

Estados Unidos: Partido único

Cada día se vuelve más claro que hay una consigna para la cúpula política en Washington: lo que es mejor para los empresarios es lo mejor para el país. No se necesita más que un partido para expresar eso.

David Brooks / LA JORNADA

(Fotografía: el presidente Obama junto a Jeffrey Immelt, ejecutivo de General Electric)

Gore Vidal, el gran novelista y ensayista, ha repetido durante años: “tenemos un solo partido, un partido esencialmente del empresariado estadunidense, con dos alas derechas, una llamada los demócratas, una llamada los republicanos”.

Y como para comprobarlo, esta semana, el presidente Barack Obama, nombró a Jeffrey Immelt, ejecutivo en jefe de la megaempresa multinacional General Electric (GE) para encabezar una comisión ejecutiva para proponer iniciativas a fin de generar empleo. La semana pasada, Obama nombró a William Daley –ex alto ejecutivo de J.P. Morgan Chase y quien como secretario de Comercio de Bill Clinton fue el principal promotor del Tratado de Libre Comercio de America del Norte– como su nuevo jefe de gabinete. Todo analista y noticiero resaltó las movidas como un mensaje de amistad a la cúpula empresarial y financiera del país. “El señor Obama ha indicado que después de dos años en los que su respuesta a la crisis económica y su impulso a la ley de salud lo definieron ante muchos votantes como un liberal de gran gobierno, ahora busca rehacerse como un progresista pragmático amistoso con los negocios”, reportó el New York Times.

Immelt, republicano, autorizó más de 10 millones en contribuciones de su empresa para actos conmemorando el centenario del natalicio de Ronald Reagan cuya administración impulsó la reforma neoliberal que muchos economistas, incluido su ex jefe de presupuesto, David Stockman, critican por detonar la crisis crónica de la deuda y déficit presupuestal de este país durante los últimos 30 años.

En su informe anual a la nación programado para el próximo martes, según lo que la Casa Blanca filtró a los medios, Obama enfatizará la “competitividad” de Estados Unidos y resaltará el papel del sector privado en generar empleo y promover el comercio internacional. Para ello, ofrecerá aún más incentivos a empresas, incluyendo posiblemente más reducciones de impuestos, y promoviendo la aprobación de más tratados de libre comercio, específicamente los pendientes con Corea del Sur y Panamá. Su mensaje, ante el Congreso, tendrá un énfasis diferente al enfrentar una mayoría republicana en control de la cámara que le reduce el margen de maniobra político para proponer iniciativas de estímulo económico a través de mayor gasto gubernamental.

Mientras tanto, Obama y su equipo están sumándose a la posición empresarial, y del liderazgo del Partido Republicano, al identificar el déficit presupuestal y la deuda nacional como el tema de mayor prioridad en el país. A su vez, dos famosas figuras del Partido Demócrata, los recién electos gobernadores Jerry Brown, de California, y Andrew Cuomo, de Nueva York, han declarado la guerra a los empleados del sector público, incluido el magisterio, al afirmar que el pago de pensiones, beneficios de salud y otras obligaciones son el enemigo de la política fiscal sana y que reducirlos o anularlos es la única manera de superar los enormes déficits que enfrentan los gobiernos estatales y municipales, posiciones aplaudidas por la cúpula empresarial.

O sea, ahora resulta que los empleados públicos, los maestros, los desempleados, los que más necesitan asistencia económica, tienen la culpa del déficit y la deuda, y que los financieros y empresarios que se encargaron, junto con políticos neoliberales, de llevar al país a este desastre, son los que se encargarán de rescatar al país… del desastre que ellos provocaron.

Aunque tanto Obama y sus demócratas como el liderazgo republicano insisten en que promueven la reducción del gasto público y no incrementar impuestos porque el pueblo lo demanda, los sondeos comprueban casi lo opuesto. Esta semana una encuesta de CBS News/New York Times registró que mayorías se oponen a reducciones en gastos para programas sociales básicos como el Seguro Social o Medicare (el programa de seguro de salud para los ancianos), y hasta están dispuestos a aceptar más impuestos para mantener viables esos programas. Esto a pesar de que también una mayoría prefiere mayores reducciones en gasto del gobierno que un incremento de impuestos para resolver el déficit. De hecho, 55 por ciento favorece reducir el gasto social recortando fondos para el Pentágono. O sea, lo contrario a la lo que propone la cúpula política bipartidista.

Tal vez esto explica por qué amplias mayorías no confían en los líderes de ninguno de los dos partidos ante esta crisis. Una encuesta del Pew Research Center el mes pasado registró que 72 por ciento está “insatisfecho” con las condiciones nacionales, que casi seis de cada 10 creen que se está incrementando la brecha entre los pobres y los ricos mientras que pocos creen que los políticos en Washington resolverán los problemas para bien de las mayorías. En la última encuesta de Pew sobre el tema (en abril) sólo 22 por ciento “confía” en el gobierno en Washington. La tasa de aprobación del Congreso ha permanecido alrededor de 25 por ciento durante los últimos años. La encuesta de CBS News registra que 52 por ciento opina que Obama no comparte las mismas prioridades que ellos.

Es decir, los “servidores” del pueblo en Washington, de ambos partidos, simplemente no representan las opiniones del pueblo, ni comparten sus intereses. Las grandes diferencias sobre política económica que supuestamente distinguen a un partido del otro se están desvaneciendo, y cada día se vuelve más claro que hay una consigna para la cúpula política en Washington: lo que es mejor para los empresarios es lo mejor para el país. No se necesita más que un partido para expresar eso.

Crisis del capitalismo: repensando alternativas desde América Latina

«Nuestra política no puede ser moderada, porque ya aprendimos que ninguna evolución progresiva llevará a la humanidad a una liberación decretada»: Intervención en el IX Taller Internacional sobre Paradigmas Emancipatorios “El movimiento social popular en América Latina. Emergencias emancipatorias anticapitalistas en el siglo XXI”. La Habana, 10 de enero de 2011

Fernando Martínez Heredia / LA VENTANA

¿En qué radica la esencia de la crisis, más allá de la fenomenología de sus manifestaciones? ¿Por qué integral, sistémica y civilizatoria? ¿Qué alternativas emancipatorias se debaten en las actuales condiciones históricas de América Latina y el Caribe? La tercera pregunta es la principal para nuestro encuentro, porque estamos reunidos aquí luchadores y personas comprometidas. Pero precisamente por eso es tan conveniente formular las dos primeras preguntas.

Comienzo recalcando que las alternativas no pueden existir apartadas del capitalismo, sino en el proceso de una verdadera guerra contra él. Esa afirmación mía parte de una posición intelectual que analiza las realidades desde la hipótesis de que ellas contienen un conjunto de conflictos cuyo control resulta decisivo para el funcionamiento del sistema, y de que esos conflictos son diferentes, pero tienen una articulación entre sí. Es decir, si se trata de la emancipación humana y social me guío por los conflictos, y no solamente por la descripción del sistema y su funcionamiento, o por la descripción de la emancipación. Considero que esta cuestión teórica tiene una enorme importancia práctica, que a veces es decisiva.

Paso a comentar la primera pregunta. La esencia de la crisis que confronta el capitalismo está en su naturaleza actual, no en un alto nivel de las luchas contra él. A mi juicio, esta es una premisa básica para los anticapitalistas.

¿Cuál es la naturaleza del capitalismo imperialista hoy? Sus cambios recientes, ¿son inevitables?, ¿son irreparables? No me toca desarrollar este punto, pero es imprescindible profundizar en su conocimiento. Solo añado que es necesario distinguir entre lo que es resultado de la maduración de tendencias inherentes al sistema capitalista y a más de un siglo de su fase imperialista, y los hechos y características de la etapa más reciente del capitalismo. Entre estas últimas, por ejemplo, el fin del concierto de naciones que rigió durante tanto tiempo las relaciones entre sus potencias y la suerte de ultraimperialismo de la actualidad, o el tránsito del neocolonialismo que caracterizó a la madurez mundial del sistema a un nuevo complejo neocolonialista selectivo.

Si atendemos al movimiento histórico, y no solo a la estructura económico-social y el funcionamiento del sistema, quisiera destacar cuatro de los instrumentos que el capitalismo utiliza en la actualidad: un desmontaje de gran parte de las conquistas obtenidas durante el siglo XX; un alto nivel de prevención antisubversiva ―junto a la represión pero más importante que ella―; el desarme o la neutralización de las alternativas que pretenden levantarse en su contra; y una gran guerra cultural mundial, que he tratado en numerosos trabajos, y que es la pieza clave de su estrategia. Todos estos son retos provenientes del sistema de dominación, para los revolucionarios y para las resistencias de los de abajo. LEA LA PONENCIA COMPLETA AQUI...

"Nunca menos": canción homenaje a Nestor Kirchner

"Nunca menos" es la canción homenaje a Nestor Kirchner realizada por los jóvenes del Centro Cultural Héctor Oesterheld y la participación de distintos artistas invitados. La letra y música son de Horacio Bouchoux y sus derechos han sido donados a entidades culturales.

sábado, 22 de enero de 2011

América Latina:la utopía

Los utópicos, los soñadores tienen hoy razones para sonreír porque los años de la desesperanza han quedado atrás. Hoy, la utopía resplandece nuevamente y nos sirve para lo que siempre ha servido: para caminar.

Rafael Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica

rafaelcuevasmolina@hotmail.com

Ya se ha dicho hasta la saciedad que la utopía murió. Se asocia su defenestramiento con el derrumbe del socialismo soviético que dejó atónita a la izquierda mundial durante los años 90. Fue el decenio en el que el neoliberalismo avanzó rampante por Latinoamérica, cuando Carlitos Menem hacía de las suyas en la Argentina y desde un camión gritaba “síganme” y privatizaba el petróleo, la energía eléctrica, los ferrocarriles y la distribución del agua. El tiempo en el que en Bolivia hubo un presidente, don Gonzalo Sánchez de Lozada, que hablaba el español igual a un turista gringo de esos que visitan el Titicaca. Cuando en Venezuela el señor Rafael Caldera intentaba ponerle algún remiendo al sistema que se desmoronaba rápidamente a partir del Caracazo de 1989.

En ese tiempo la utopía quedó medio escondida y lo que privaba en los que siempre la enarbolaron era el desánimo, un amargo sentimiento de derrota ineluctable que se asemejaba en mucho a una negra noche.

Hubo quienes, derrotados en su fuero interno, buscaron un lugarcito caliente que los cobijara bajo la sombra del poder. Era tal el desánimo que no tuvieron arrestos para, por lo menos, mantenerse dignamente al margen de lo que siempre habían considerado criticable y sancionable. Otros, decepcionados, se volvieron cínicos y sacaron a relucir un “sálvese quien pueda” que los llevó a aquello que el cantautor Víctor Jara, en el lejano Chile de los 70, llamaba no ser ni chicha ni limonada.

Los que perseveraron no lo hicieron, necesariamente, porque tuvieran claro el derrotero. A decir verdad, lo que generalmente privó fue la convicción de que la sociedad debía ser cambiada en alguna dirección que la hiciera menos injusta.

Y entonces empezó a resurgir la utopía, pero esta vez no desde los libros y los manuales sino desde la gente, que no sabía tampoco muy bien lo que quería pero sí lo que no quería. En América Latina, la gente tuvo la fuerza para botar presidentes y remover legislaturas, pero no sabía o no tenía la fuerza para sustituir a los que echaba. En Ecuador y Bolivia, por ejemplo, subían y bajaban presidentes. Unos, como el guayaquileño Abdalá Bucaram, a falta de ideas bailaban el mambo en los proscenios.

Pero después, ya cuando el siglo XX llegaba a su fin, las cosas parecieron ir encontrando su rumbo y una nueva utopía, esta vez con sello latinoamericano, empezó a perfilarse lentamente, como un sol en un nuevo amanecer.

En Bolivia han ido surgiendo ideas que estaban ahí desde hacía mucho tiempo, desde siempre, pero que vivían soterradas bajo el peso de la discriminación y la marginación que las consideraban “cosas de indios”, con toda la carga peyorativa que tiene esta expresión. Estas “cosas de indios”, sin embargo, han mostrado una tremenda actualidad, una estrecha vinculación con los problemas que la crisis civilizatoria en la que estamos nos ha planteado. A este pensamiento que surge desde las raíces primigenias de Nuestra América se le ha llamado pachamamismo, por el lugar central que ocupa la “madre tierra” en su ideario.

El pachamamismo perfila la nueva utopía latinoamericana, como también ayuda a dibujarla la idea, que cada vez circula y se enraíza más, de la necesidad de que la democracia sea participativa, que involucre a los más en toda la cosa social. Porto Alegre, en Brasil, fue de las primeras experiencias importantes en este sentido, con la puesta en práctica de su presupuesto participativo, pero luego la idea tomó distintos perfiles en diferentes lugares y fue tomando vuelo con colores variados en función de lo que cada lugar necesita y puede hacer.

En Brasil también está Curitiba, ciudad que pasó de ser un desastre ambiental a un modelo de lo que se puede hacer en este sentido si hay verdadera voluntad y trabajo colectivo. Y está Cuba, y sus esfuerzos en educación, en salud, en el deporte, en la solidaridad para con los pobres y los desvalidos en el mundo. Hay otro país, pequeño, que abolió el ejército desde hace 60 años y sobrevive bien sin él y se alegra de no tenerlo desangrándole el erario.

¿No hay, pues, elementos para una utopía latinoamericana? ¿No forma parte todo eso de nuestro sueño de un mundo mejor?

Los utópicos, los soñadores tienen hoy razones para sonreír porque los años de la desesperanza han quedado atrás. Hoy, la utopía resplandece nuevamente y nos sirve para lo que siempre ha servido: para caminar.

La paz necesaria y la cultura del poder en Centroamérica

La paz que en este siglo XXI todavían reclaman con urgencia los pueblos centroamericanos va más allá de la ausencia de conflictos armados formales: exige la construcción de una nueva cultura del diálogo, el bien común, la solidaridad y la inclusion, la civilidad y la realización plena de los seres humanos, que supere de una vez por todas la cultura de la violencia.

Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica

(Fotografía: Farabundo Martí, asesinado en la matanza de 1932)

La paz es una aspiración de larga data para los centroamericanos. Precisamente, por estos días El Salvador recuerda –y celebra, a su manera- los 19 años de la firma de los Acuerdos de Paz de Chapultepec (16 de enero de 1992), que pusieron fin al conflicto armado entre los movimientos guerrilleros populares revolucionarios, agrupados en el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, y un ejército “nacional” adiestrado y adoctrinado por los Estados Unidos en sus políticas de seguridad y contrainsurgencia.

La guerra civil fue el resultado sangriento –estimado en más de 70 mil muertos- de una larga crisis en todos los órdenes, desde lo politico y económico, hasta lo étnico y cultural, que dejaba al descubierto las profundas contradicciones y exclusiones de la construcción del Estado liberal-oligárquico y la “nacionalidad” salvadoreña.

El Informe de la Comisión de la Verdad que investigó las violaciones flagrantes a los derechos humanos en este conflicto, señaló que la sociedad salvadoreña había alcanzado el paroxismo de la locura[1].

Tratándose de un proceso histórico, los orígenes de esa locura deben rastrearse mucho antes del inicio de la guerra de los 12 años. Un momento determinante, sin duda, lo marca la matanza de Izalco de 1932: el etnocidio perpetrado entre enero y febrero de ese año por el ejército salvadoreño y las “guardias cívicas” (embrionarios escuadrones de la muerte, contratados por los terratenientes) contra más de 30 mil trabajadores, militantes y dirigentes comunistas (entre ellos, Farabundo Martí), y campesinos predominantemente indígenas, sublevados en los departamentos de Sonsonate y Ahuachapán (suroccidente del país), tras la anulación de las elecciones de diputados y alcaldes en las que el Partido Comunista había obtenido importantes triunfos.

En su poemario Las historias prohibidas del pulgarcito, Roque Dalton escribió una de las aproximaciones más precisas y ricas en su carga simbólica, y en su dolor contenido, sobre la matanza de Izalco. Dijo el poeta: “Todos nacimos medio muertos en 1932 / sobrevivimos pero medio vivos / cada uno con una cuenta de treinta mil muertos enteros / que se puso a engordar sus intereses sus réditos / y que hoy alcanza para untar de muerte / a los que siguen naciendo / medio muertos / medio vivos[2].

Desde una perspectiva histórica y literaria, Eduardo Galeano retrató así el ajuste de cuentas que estaba implícito en los principales hechos de la matanza: “Estalla el pueblo el mismo día que estalla el volcán Izalco. Mientras corre la lava hirviente por las laderas y las nubes de ceniza cubren el cielo, los campesinos rojos asaltan cuarteles a machete limpio en Izalco, Nahuizalco, Tacuba, Juayúa y otros pueblos. Por tres días ocupan el poder los primeros soviets de América. Por tres días. Y tres meses dura la matanza. Farabundo Martí y otros dirigentes comunistas caen ante pelotones de fusilamiento. Los soldados matan a golpes al jefe indio José Feliciano Ama, cabeza de la rebelión en Izalco; después ahorcan el cadáver de Ama en la plaza principal y obligan a los niños de las escuelas a presenciar el espectáculo”.[3]

En las entrañas de ese crimen de Estado, celebrado por la oligarquía racista salvadoreña, y de países vecinos como Guatemala, y tutelado por el imperialismo, como lo demuestran las investigaciones de Rafael Lara Martínez y Pablo González Casanova, es posible hallar el germen de problemáticas que solo al cabo del tiempo alcanzarían sus contornos definitivos en El Salvador y el resto del área.

En efecto, la década de 1930 es clave para comprender la cultura del poder en Centroamérica: a partir de la matanza de Izalco, y con el ejemplo irrefutable del potencial liberador de la lucha popular, como lo demostró Augusto César Sandino contra la ocupación estadounidense de Nicaragua, las oligarquías y élites gobernantes reaccionaron de muy diversas maneras para garantizar la defensa del status quo. Para ello, no dudaron en recurrir a un repertorio represivo que se nutrió, por décadas, de la persecución y fusilamiento de dirigentes sindicales, políticos y estudiantes; las tiranías y la democracia de baja intensidad; la proscripcion de partidos de izquierda y el recurso de los golpes de Estado; el clientelismo y la corrupción pública y privada; así como la fragmentación social y la segregación cultural: todas estas acciones articuladas como ejes fundamentales de la dominacion.

Episodios de este tipo se sucederán desde entonces en nuestros países. Incluso, en el período de paz, democracia y estabilidad que prometían inaugurar los acuerdos de paz. El golpe de Estado ocurrido en Honduras en junio de 2009, la creciente militarización de la región, siguiendo las nuevas líneas estratégicas de Washington, y el renacimiento de un anticomunismo que se lanza a la cacería o invención de nuevos demonios, comprueban que esa cultura del poder permanece latente y al acecho en Centroamérica.

La paz que en este siglo XXI todavían reclaman con urgencia los pueblos centroamericanos va más allá de la ausencia de conflictos armados formales: exige la construcción de una nueva cultura del diálogo, el bien común, la solidaridad y la inclusion, la civilidad y la realización plena de los seres humanos, que supere de una vez por todas la cultura de la violencia, el autoritarismo, el racismo –confeso o encubierto- y el clientelismo político característicos del ejercicio del poder en nuestra region.


NOTAS

[1] Comisión de la Verdad. De la locura a la esperanza: la guerra de 12 años en El Salvador. Informe de la Comisión de la Verdad. San José, CR: Editorial del Departamento Ecuménico de Investigaciones. 1993. P. 29

2 Roque Dalton. Antología mínima (selección de Luis Melgar Brizuela). San José, CR: EDUCA. 1998. Pp. 162-163.

[3] Eduardo Galeano. Memoria del fuego. El siglo del viento. México, DF: Siglo XXI Editores, 2000. P. 110.