La solución de nuestros problemas ambientales –o como diría Chakrabarty, de la habitabilidad del Istmo– tendrán que ir de la mano con la de los problemas económicos, sociales y políticos que hoy encara nuestro país. Porque en esta crisis nadie se salva solo, ni en lo grande, ni en lo pequeño.
Guillermo Castro H./ Especial para Con Nuestra América
Desde Alto Boquete, Panamá
Cabría decir, así, que coinciden en el país el tiempo de la globalización, el de la presencia humana en el Istmo, y el de la formación del propio Istmo. El primero abarca unos 500 años; el segundo, 14,000, y el tercero al menos 6 millones. Vivimos inmersos por el primero, al que se da por resultado del encuentro del país con su destino necesario. El segundo constituye una curiosidad histórica, ignorada por la mayor parte de la población del país. El tercero, el de la edad y la estructura del Istmo, se da por cumplido con la construcción del Canal y la creación de la plataforma de servicios globales en su entorno, la cual comprende hoy desde el ferrocarril establecido a mediados del siglo XIX; el Canal y sus puertos, creados en la primera mitad del XX; la Zona libre de Colón y el Centro Financiero Internacional, y la concentración en esa zona de tránsito de sedes de empresas transnacionales y de oficinas regionales de organismos internacionales.
La relación entre esos tiempos se expresa hoy en una crisis general –algunos la llaman policrisis por la multiplicidad de sus expresiones– que compartimos, en los términos de nuestra propia historia, con el resto del moderno sistema mundial del que hacemos parte. De esa crisis hace parte una organización positivista del conocer que – entre otras obsolescencias – da por evidente en sí misma la separación entre los campos de las ciencias de lo natural y las de lo humano. Esta crisis del conocer se expresa, por ejemplo, en el notable retraso de la cultura ambiental panameña dentro del contexto latinoamericano: la ecología política, la economía ecológica y la historia ambiental casi no tienen representantes y son grandes ausentes en el debate sobre nuestros problemas ambientales y sobre lo que nos toca de la crisis socioambiental global.
Una de las fuerzas motrices de esa crisis socioambiental – que atañe a todas las dimensiones de la vida social - radica en el deterioro las relaciones entre la Humanidad y la biosfera de la que depende su existencia. Esa crisis alcanza su expresión más compleja en la transición hacia un estado nuevo en esa relación, designado como el Antropoceno, la era de los humanos. En esta era, nuestra actividad productiva ha alcanzado niveles de intensidad y dependencia de los combustibles fósiles que alteran los patrones de funcionamiento del planeta Tierra que han favorecido el desarrollo de nuestra especie a lo largo de los últimos once mil años y, en particular, de fines del siglo XVIII a nuestros días.
A esos cambios en el conocer, y los desafíos que entrañan, se refiere por ejemplo el historiador humanista Dipesh Chakrabarty en su libro El Clima de la Historia en una Edad Planetaria. Allí desarrolla cuatro tesis principales:
I. Las explicaciones antropogénicas del cambio climático plantean el colapso de la distinción humanista entre la historia natural y la historia humana.
II. La idea del Antropoceno, la nueva época geológica en la que los humanos existen como una fuerza geológica, cuestiona severamente las historias humanistas de la Modernidad / la Globalización.
III. La hipótesis geológica relativa al Antropoceno nos demanda poner en diálogo entre sí a las historias globales del capital con la historia de la Humanidad como una especie.
IV. La fertilización cruzada entre la historia de la especie y la historia del capital constituye un proceso que pone a prueba los límites de la comprensión histórica.
En su libro, publicado en 2021, Chakrabarty plantea que el calentamiento global generado por la actividad humana hace evidente la colisión “de tres historias que desde el punto de vista de la historia humana” que normalmente se entiende que “trabajan a pasos tan diferentes y claros” que
son tratados como procesos separados entre sí para todo propósito práctico: la historia del Sistema Tierra; la historia de la vida incluyendo la de la evolución humana en el planeta, y la historia más reciente de la civilización industrial (para muchos, el capitalismo). Hoy en día, y sin haberlo buscado, los humanos andamos a horcajadas sobre estas tres historias, que operan a diferentes escalas y diferentes velocidades.[1]
El planeta Tierra, en efecto, tiene unos 4.500 millones de años de existencia y desarrollo; la especie humana, desde sus orígenes tempranos hasta el moderno Homo Sapiens ha recorrido unos 2 millones de años, y la civilización industrial abarca unos 250. Aun así, de uno u otro modo esas historias han venido a sintetizarse en nuestro presente, si consideramos a los humanos como una especie cuya modalidad de evolución ha estado asociada a un periodo de la historia del planeta que ha favorecido el desarrollo de capacidades socioculturales que definen su especificidad dentro del conjunto de los organismos vivientes. Y esa especificidad ha desempeñado un papel de primer orden en la formación del capitalismo como modalidad del desarrollo humano a escala planetaria por primera vez en la historia de la especie que somos, y como premisa para cualquier modalidad futura de ese desarrollo.
En el fondo, como vemos, no son tres historias las que convergen aquí. Se trata de una sola que va tomando forma a medida que avanzan el conocer y el hacer de los humanos, que así construimos nuestro saber en la medida en que contamos con la voluntad de crear las condiciones para hacerlo. De esa única historia hacen parte hoy los tiempos de la sociedad panameña. Comprenderlo así contribuye al desarrollo de las capacidades que mejor distinguen lo específico de la especie de la que somos parte, en el lugar y el momento en que nos corresponde encarar esa tarea.
La importancia cercana de esto no puede ser mayor. Se trata de un problema de ecología política, que nos remite al problema de que si deseamos un ambiente distinto tendremos que crear una sociedad diferente. De esto depende lo que va de superar la escasez de agua para el consumo de humano en uno de los países más húmedos de América, a la multiplicación de las opciones para aprovechar la interoceanidad de nuestro territorio, hoy reducida al monopolio por el corredor establecido por la monarquía española cinco siglos atrás.
Y esto significa que la solución de nuestros problemas ambientales –o como diría Chakrabarty, de la habitabilidad del Istmo– tendrán que ir de la mano con la de los problemas económicos, sociales y políticos que hoy encara nuestro país. Porque en esta crisis nadie se salva solo, ni en lo grande, ni en lo pequeño. De eso se trata cuando no vivimos una época de cambios, sino un cambio de épocas cuyas opciones de futuro dependen de lo unidos que lleguemos a estar ante este desafío a tres tiempos, que nos atañe a todos.
Alto Boquete, Panamá, 14 de agosto de 2025
[1] Chabrakarty, D. (2021: 49): The Climate of History in a Planetary Age. The University of Chicago Press.
No hay comentarios:
Publicar un comentario