sábado, 16 de agosto de 2025

Cincuenta millones por Nicolás Maduro

 La prepotencia de las recompensas y los aranceles que esgrimen actualmente los Estados Unidos son patadas de ahogado de una potencia imperial que se hunde paulatinamente frente al ascenso de otras, algo que ha sucedido recurrentemente en la historia de la humanidad y que, por lo tanto, no debería extrañarnos.

Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica 

El gobierno de Donald Trump ha elevado la oferta por información que permita capturar al presidente de Venezuela a 50 millones de dólares. Lo acusa de jefear una banda criminal de narcotraficantes que está minando la salud de los ciudadanos estadounidenses.
 
Es cierto que los conciudadanos de Trump la están pasando mal por las drogas. Las imágenes de adictos en la indigencia atiborrando calles son patéticas. No vamos ahora a entrar en la discusión de hasta dónde son los mismos Estados Unidos responsables de su tráfico ilícito, ni de cuánto sacan de ganancia ellos mismos de su comercialización y del lavado de los capitales que de ahí resultan. 
 
Lo que nos interesa resaltar en esta ocasión es que la administración Trump tienen en lo que llama “la lucha contra los cárteles de la droga” uno de sus principales caballitos de batalla. Es de los más persistentes, como el de la imposición de aranceles a tirios y troyanos que tiene en vilo a la comunidad internacional.
 
Recientemente, firmó una orden ejecutiva para autorizar al ejército de su país para que intervenga en cualquier parte del mundo, como si él fuera el presidente o el rey, quién sabe, del universo, y pudiera hacer y deshacer a su antojo donde se le ocurra.
 
En México, que es muy sensible a todo este tipo de ideas, ocurrencias o políticas -no se sabe muy bien qué son en realidad- por su vecindad con los Estados Unidos, se levantaron las alarmas porque ya Trump ha echado todas las culpas del tráfico de drogas, especialmente del letal Fentanilo, a México. No faltaron quienes adujeran que, con esa política, los Estados Unidos se iban a arrogar la potestad de meterse en México cuando consideraran -según su particular criterio- que debían hacerlo para detener a algún capo, interrumpir algún flujo de drogas o, incluso, intervenir en la guerra entre cárteles que asola a México.
 
No está de más recordar que, de acuerdo a la normativa internacional reconocida universalmente, ese tipo de políticas están totalmente reñidas con el ordenamiento jurídico internacional, en el cual la soberanía de las naciones es un pivote fundamental inviolable.
 
A Donald Trump, sin embargo, esos asuntos parecen no solo no importarle sino, más bien, no conocerlos. Su ignorancia -no solo en ese tipo de cosas- es supina, además de que lo poco que eventualmente llegue a comprender lo interpreta y acata en función de sus intereses. Le importa un pepino, por ejemplo, que Canadá sea un Estado con todas las de la ley, pues ya se ve que sin sonrojo avisó que estaba por anexárselo, lo mismo que con Groenlandia. Recientemente, tales pretensiones parecen haber sido aparcadas, pero en cualquier momento las saca a relucir de nuevo.
 
Con Nicolás Maduro pasa algo similar: lo acusa de ser cabecilla de un cártel internacional de tráfico de drogas llamado De los soles, que utilizaría a la banda del Tren de Aragua para inundar de droga a los Estados Unidos. Esto, dice el gobierno de Trump, es un atentado a su seguridad nacional, a tal punto que ha llegado a ofrecer esa suma exorbitante por información que lleve a su captura, una cantidad mayor, incluso, a la que ofreció en su momento su país por Osama Bin Laden, el malo internacional en su momento. Ha de ser, suponemos, asunto de la inflación.
 
Dado lo capa caída que está ahora la oposición en Venezuela, debe haber más de uno en algún apartamento de Caracas sacando cuentas de lo que podría hacer con tamaña suma de dinero, y preparando drones o lanchas rápidas para organizar algún atentado o invasión sorpresa para derrocarlo y llevárselo en andas para Washington, su lugar tradicional de peregrinación.
 
Dada la cantidad de dinero que parece que tiene el señor Trump para estos menesteres de ofrecer recompensas -tal como sucedía en el Salvaje Oeste- no estaría mal que alguien le soplara al oído la idea de apresar a un matarife al que no habría que dejar un minuto más en libertad haciendo de las suyas: Benjamín Netanyahu, quien sin el más mínimo rubor está asolando Gaza avergonzando a los humanos de pertenecer a una especie que hace esas barbaridades.
 
En ese caso, Donald Trump se muestra complaciente, no dice esta boca es mía y se guarda los centavitos que tiene en su cuenta destinada a ofrecer recompensas. Son lobos de la misma loma, no se majan la cola entre ellos y se hacen guiños de una punta a otra del océano Atlántico.
 
La prepotencia de las recompensas y los aranceles que esgrimen actualmente los Estados Unidos son patadas de ahogado de una potencia imperial que se hunde paulatinamente frente al ascenso de otras, algo que ha sucedido recurrentemente en la historia de la humanidad y que, por lo tanto, no debería extrañarnos. Nos toca, eso sí sufrirla, puesto que seremos objeto de arbitrariedades y bravuconadas que no solo enojan, sino también lastiman.

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