sábado, 18 de junio de 2016

De Francisco y José en la cultura política nuestra

En las expresiones utópicas de ese mundo por venir resuena, desde el trasfondo cultural de nuestra América y con más vitalidad de lo que muchos imaginan, el “habrá Patria para todos o no habrá Patria para nadie”, del prócer uruguayo José Gervasio Artigas.

Guillermo Castro H. / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá

A lo largo de su formación y sus labores en la Iglesia católica y desde ella, el Papa Francisco ha forjado cuatro principios que articulan su labor pastoral. Estos principios no tienen en sí mismos una naturaleza teológica. Sintetizan en lo eclesial, más bien, aquella larga tradición social, cultural y política latinoamericana que encontró una de sus expresiones más afortunadas en 1891, al decir José Martí que entre nosotros “no hay batalla entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza.”[1]

Estos cuatro principios tienen evidente importancia para comprender tanto la gestión eclesial del Papa - que busca renovar la Iglesia preservando su unidad en un mismo empeño -[2] como las relaciones entre esa gestión y las modalides de incidencia de la Iglesia católica en la vida de nuestras sociedades que su pontificado anima y promueve. Así, el primero de ellos plantea que el tiempo es superior al espacio. Al decir de Mercedes de la Torre, este principio “permite trabajar a largo plazo, sin obsesionarse por resultados inmediatos”, poniendo procesos en marcha, en la confianza de que el tiempo “ilumina y transforma los eslabones de una cadena en constante crecimiento, sin caminos de retorno”.

El segundo principio indica que la unidad prevalece sobre el conflicto, en cuanto favorece la construcción de soluciones de consenso a los grandes y pequeños problemas de la vida en el cambio de época que nos ha tocado vivir. Dicha construcción, al propio tiempo, no es un mero ejercicio de ingeniería política. Por el contrario, tiene lugar a partir de “una comunión en las diferencias, que sólo pueden facilitar esas grandes personas que se animan a ir más allá de la superficie conflictiva y miran a los demás en su dignidad más profunda”, según lo planteara Francisco en su Encíclica La Alegría del Evangelio.

El tercer principio no puede ser más central en nuestra cultura política. Se trata, en efecto, de que la realidad es más importante que la idea, con todo lo que eso implica en una región concebida y construida a partir del empeño de élites sucesivas de imponer la civilización a la barbarie, el progreso al atraso, y el desarrollo al subdesarrollo en lo que fue de 1750 a 1950, y desde fines del siglo XX, el pensamiento único neoliberal.

Por contraste, la superioridad de lo real expresa la rica y compleja historia del proceso de formación de las identidades características de nuestras sociedades. Las experiencias de esa historia, por ejemplo, afloran en el texto que Martí dedicara en 1891 a advertir sobre las primeras expresiones del expansionismo norteamericano sobre nuestra América. “A lo que se ha de estar”, dijo entonces “no es a la forma de las cosas, sino a su espíritu. Lo real es lo que importa, no lo aparente.” Y pasa enseguida del principio filosófico a sus implicaciones prácticas:

En la política, lo real es lo que no se ve. La política es el arte de combinar, para el bienestar creciente interior, los factores diversos u opuestos de un país, y de salvar al país de la enemistad abierta o la amistad codiciosa de los demás pueblos.[3]

El cuarto principio, finalmente, plantea que el todo es superior a la parte. En el plano eclesial, dice Mercedes de la Torre,  este principio permite entender “por qué el Papa está pidiendo a los movimientos eclesiales no cerrarse en sí mismos, sino ver más allá y trabajar en comunión y junto a la Iglesia universal.” Ese no cerrarse, por otra parte, no es pasivo. Más allá de las fronteras eclesiales e ideológicas, el Papa Francisco entiende que su Iglesia debe incidir activamente en la lucha por el bien común de nuestra especie, porque ambas comparten un mismo mundo y un mismo destino.

En las expresiones utópicas de ese mundo por venir resuena, desde el trasfondo cultural de nuestra América y con más vitalidad de lo que muchos imaginan, el “habrá Patria para todos o no habrá Patria para nadie”, del prócer uruguayo José Gervasio Artigas. En su desarrollo a lo largo del tiempo – siempre superior al espacio – esa idea fundadora alcanza una especial riqueza en su elaboración por José Martí, cuando afirma:

Levantando a la vez las partes todas, mejor, y al fin, quedará en alto todo: y no es manera de alzar el conjunto el negarse a ir alzando una de las partes. Patria es humanidad, es aquella porción de la humanidad que vemos más de cerca, y en que nos tocó nacer; - y ni se ha de permitir que con  el engaño del santo nombre se defienda a monarquías inútiles, religiones ventrudas o políticas descaradas y hambronas, ni porque a estos se dé a menudo el nombre de patria, ha de negarse el hombre a cumplir su deber de humanidad, en la porción de ella que tiene más cerca. Esto es luz, y del sol no se sale.[4]

Grande, la América nuestra: si de allá venimos, y tanto compartimos, ¿hasta dónde no hemos de llegar, si somos capaces de ejercerlo? El Nuevo Mundo de ayer, en verdad, abre el camino al mundo nuevo de mañana, y lo hace de la manera mejor, que es con todos, y para el bien de todos.

NOTAS:

[1] Y añade: “Los hombres naturales han vencido a los letrados artificiales. El mestizo autóctono ha vencido al criollo exótico. No hay batalla entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza.” “Nuestra América”. El Partido Liberal, México, 30 de enero de 1891.” Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 1975: VI, 17.
[2] Al respecto, por ejemplo, Mercedes De La Torre: “Los cuatro principios fundamentales del Papa Francisco”.
[3] “La Conferencia Monetaria de las Repúblicas de América”. La Revista Ilustrada, Nueva York, mayo de 1891. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 1975: VI, 158.
[4] Y concluye: “Patria es eso. – Quien lo olvida, vive flojo, y muere mal, sin apoyo ni estima de sí, y sin que los demás lo estimen: quien cumple, goza, y en sus años viejos siente y trasmite la fuerza de la juventud: no hay más viejos que los egoístas: el egoísta es dañino, enfermizo, envidioso, desdichado y cobarde.” "En casa", Patria, 26 de enero de 1895. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana,1975: V, 468 – 469: 

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