La Costa Rica que existe hoy tiene poco que ver con lo que fue en la segunda mitad del siglo XX. Quienes pudieron presenciar al país que resultó de las reformas que se llevaron por iniciativa y apoyo de los socialcristianos, los comunistas y la Iglesia Católica en los años cuarenta, que luego fueron mantenidas y complementadas por la socialdemocracia a partir de los años cincuenta, pueden ver hoy el derrumbe de ese modelo.
Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica
Ese hundimiento se inició en la década de los ochenta y no ha cesado hasta nuestros días, al punto que en el lugar en donde alguna vez se levantó el Estado de bienestar que fue su resultado, solo quedan edificaciones precarias con riesgo de colapso en cualquier momento, y sobre sus restos hay una pelea de aves de rapiña que tratan de arrebatarse, para beneficio propio, lo que vaya quedando.
Esta situación es el resultado de cuarenta años de aplicación del modelo neoliberal, originalmente conocido como el Consenso de Washington, que implicó recomponer las bases en las que se sustentaba la economía del país, que apostó por la atracción de inversión extranjera basada en un sistema de zonas francas, la exportación de productos agrícolas para los postres de los países del norte (especialmente piña y banano) y el turismo.
Este nuevo modelo tuvo, por lo menos, dos consecuencias muy evidentes: por un lado, que la economía construyó un polo de desarrollo muy dinámico y, por otro, que hubo mucha gente que no se pudo incorporar a él y quedó marginada, con lo que la riqueza aumentó, pero, al mismo tiempo, se concentró en pocas manos. Hoy, después de haber sido un país de extendida clase media, que se enorgullecía de aspirar a tener una sociedad de “igualiticos”, Costa Rica se ha transformado en uno de los países más desiguales del continente en el que se concentran las mayores desigualdades del mundo.
Ante esta situación, no se podía esperar otra cosa que un creciente malestar social que ha venido creciendo con los años. Políticamente, la población costarricense ha mostrado esa disconformidad a través del voto. Les quitó su confianza a los partidos llamados tradicionales, los mismos que habían sido el sustento político del Estado de bienestar, pero que se habían transformado en simples maquinarias electorales y en nido de aprovechados que buscan lucrar con la política. Apostó por proyectos políticos emergentes, nuevos, que se mostraban como alternativa, como algo nuevo frente a esos partidos, pero fueron defraudados porque, contrario a lo que habían prometido, lo que hicieron fue profundizar el rumbo que estaba desdibujando lo que en la segunda mitad del siglo XX se llamaba el modelo costarricense de desarrollo.
En esa búsqueda, los electores costarricenses llegaron, a tientas, al actual gobierno de Rodrigo Chaves, cúlmine del proceso de degradación. El señor Chaves llegó al país procedente del Banco Mundial, de donde había salido en medio de cuestionamientos sobre su conducta para con las mujeres. Aterrizó como ministro de Hacienda en el gobierno anterior al suyo, y se erigió en candidato “alternativo” en una contienda electoral en la que su principal contrincante fue el hijo de uno de los caudillos más relevantes del siglo XX, José Figueres Ferrer, con serios cuestionamientos sobre su probidad ética que lo tuvieron alejado del país por varios años.
El gobierno de Rodrigo Chaves está por concluir el año entrante, y cada vez más costarricenses esperan con ansiedad que termine su mandato. El presidente se reveló, rápidamente, como un señor malcriado, irrespetuosos y prepotente, que no tiene empacho en insultar a quienes considera sus enemigos políticos y, a contramano del pacifismo que orgullosamente ostentaban los costarricenses, hace alusiones a la posibilidad de forzar acontecimientos por la vía violenta.
El año 2024 ha mostrado las falencias del gobierno: el turismo parece retroceder por primera vez en todo su largo trayecto de motor de desarrollo, y la inversión extranjera también retrocedió en el primer trimestre luego de largo años de una curva ascendente. No se trata solo de yerros de este gobierno, sino de la expresión más reciente de un modelo que está haciendo aguas por todas partes y al que cada vez se le complican más las cosas, pero las medidas que ha tomado han profundizado la crisis.
Se trata de un sistema podrido en el que el crimen organizado y el narcotráfico ha contaminado a toda la estructura del Estado. Sus componentes se endilgan culpas de corrupción unos a otros, y los platos vuelan por los aires mientras el país naufraga con un sistema educativo en crisis, un seguro social cada vez más precario y una violencia que alcanza niveles como los que se han vivido en el Triángulo Norte centroamericano.
Costa Rica implosionó y quién sabe si ya tocó fondo. Rodrigo Chaves parece seguir canalizando la furia contra lo establecido de la población, y pretende canalizar su popularidad hacia un gobierno que emerja de las próximas elecciones y refunde al país. Esa refundación estaría a tono con las corrientes del populismo de derechas que se extiende por el mundo.
Una implosión dolorosa, prolongada y peligrosa que ensombrece el futuro de Costa Rica.
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