sábado, 14 de septiembre de 2013

Ambiente, sociedad y gestión del conocimiento

Para comienzos del siglo XXI la gestión del conocimiento tiende a organizarse en torno al problema de la sustentabilidad del desarrollo de la especie humana, y asume como su eje de racionalidad a la ecología.

Guillermo Castro Herrera / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá [1] 

I

Como lo indica la convocatoria a esta reunión, el conocimiento puede ser definido como “la comprensión y entendimiento de una situación o condición que se logra al obtener y organizar la información generada por la experiencia.” En este sentido, la gestión de la información para la gestión del conocimiento consiste en la aplicación de la información, su interpretación y  aplicación para mejorar el entendimiento de un campo de la experiencia humana, o emprender una tarea en ese campo.

Atendiendo a lo anterior, la gestión de la información estaría determinada por los fines a los que sirve la gestión del conocimiento, e implica por eso mismo – como también lo indica la convocatoria – organizar y llevar a cabo aquellas actividades que resulten necesarias para determinar la información necesaria a esos fines; ubicar esa información; obtenerla y almacenarla, y definir el método más adecuado para su distribución y uso.  Todo esto implica, como se ve, la necesidad de considerar a la información como un recurso estratégico para alcanzar metas, apoyar la toma de decisiones, aprender y crear nuevos conocimientos.

II

Para cumplir esas tareas y servir a esos propósitos, conviene poner en perspectiva histórica la gestión de que se trata. La gestión del conocimiento, en efecto, ha venido a emerger como un área específica de actividad social – esto es, de actividad racional con arreglo a fines – en el marco más amplio del proceso de transformación del mercado mundial en una unidad que funciona en tiempo real. A este proceso de transformación, cuyas raíces se remontan al llamado siglo XVI “largo” (1450 – 1650) se le conoce usualmente como proceso de globalización, y a su resultado mayor, como mercado global.

Esto no equivale a decir, de ninguna manera, que la gestión del conocimiento sea un producto de la globalización. En lo más esencial, esa gestión se refiere a una dimensión esencial del desarrollo humano a todo lo largo de su historia: la organización y dirección de producción, aplicación y difusión del conocimiento. Esta actividad ha estado presente en toda sociedad, desde las más primitivas a las más modernas, y en cada una de ellas ha encontrado formas de organización características, correspondientes a sus formas de vida y propósito.

Así, por ejemplo, en la Grecia clásica coexistieron formas extraordinariamente refinadas de producción de conocimiento con otras particularmente toscas de aplicación del conocimiento a la producción material, y una difusión limitada a las formas más abstractas del conocimiento restringida a los estratos superiores de aquella sociedad. El paso de la Academia clásica al monasterio de la Alta Edad Media y a la Universidad del otoño del feudalismo constituye un proceso relativamente bien conocido de sucesión de estructuras de gestión del conocimiento correspondientes a sociedades rurales, rígidamente estratificadas y organizadas en lo esencial – al decir de Immanuel Wallerstein – como economías mundo, mas no como elementos de una economía mundial.

El período que va de 1450 a 1550 es, a un tiempo, el del nacimiento de lo que vendría a ser la moderna sociedad capitalista – cuya primera madurez se ubica hacia 1850 -, y el de la desintegración de las estructuras de gestión del conocimiento precedentes, y la formación de las premisas sobre las que llegarían a integrarse estructuras nuevas. Ambos procesos están íntimamente vinculados entre sí, y se asocian  por ejemplo en el desarrollo y difusión de lenguas nacionales cultas, que se expresa en lenguas nacionales distintas al latín clerical hasta entonces dominante en la difusión del conocimiento. Ese proceso alcanza su primer momento climático entre 1534 y 1611, en lo que va de la publicación de la Biblia traducida al alemán por Martín Lutero a la de la traducida a lengua inglesa por iniciativa de la casa reinante en Inglaterra.[2]

Ese período es, también, el de la formación de una cultura laica, en cuyo marco se desarrollan actividades de investigación que hoy llamaríamos “científica”, surgen demandas de un tipo nuevo de producción de conocimiento para la producción material – como en el caso del control de la energía hidráulica, y empiezan a formarse especialistas laicos en la aplicación del conocimiento a las actividades productivas. Al propio tiempo, las viejas estructuras de gestión del conocimiento se van viendo marginadas de ese proceso de transformación de los vínculos entre el conocimiento, la producción material y la vida espiritual, para especializarse en la formación de los tres tipos básicos de la intelectualidad bajo medieval: el teólogo, el abogado y el médico.

Esta transformación se hace evidente, por ejemplo, en hechos como la escasa –si alguna– participación de las viejas universidades en la revolución industrial de fines del XVIII y principios del XIX, y el florecimiento – paralelo a esa revolución – de organizaciones laicas estatales de promoción del conocimiento científico que adoptaron el nombre de Academias o Colegios Reales. La importancia de estas entidades se expresa, por ejemplo, en que ni Adam Smith estudiara economía ni Charles Darwin biología en el sentido en que entendemos hoy esas disciplinas, ni en el tipo de entidades en que vino a practicarse ese estudio de mediados del XIX en adelante. Ninguno de los dos, por otra parte, desempeñó su labor de investigación en entidades universitarias.

Aquel proceso de transición vino a culminar en ese período, cuando el cascarón de la vieja universidad medieval, con su carga de añejo prestigio, fue convertido en el andamio adecuado para crear una entidad de nuevo tipo, destinada a vincularse de manera cada vez más estrecha a la producción material y espiritual de una sociedad que entonces alcanzaba su primera madurez. Así, el viejo trívium medieval cedió lugar al positivista –ciencias naturales, ciencias sociales, Humanidades-, y al nuevo quadrivium tecnológico, con la incorporación de las ingenierías a la tríada anterior.[3]

Con todo, lo fundamental consistió aquí en un cambio en la función a cumplir por la gestión del conocimiento. En efecto, si en el medioevo esa gestión se organizaba en torno al problema de la salvación del alma – y de la Teología como disciplina especializada en el tema -, en el mundo moderno esa organización pasó a girar en torno al problema de la ganancia, a la luz de la economía como disciplina dominante.

Esta transición vino a culminar hacia fines del siglo XIX y comienzos del XX. El desarrollo de las nuevas estructuras de gestión del conocimiento, acelerado por las demandas siempre crecientes del Estado y del nuevo sector empresarial dominante – industrial primero, financiero después -, vino a generar contradicciones cada vez más agudas desde mediados del siglo XX. Es en ese marco, desde fines del siglo XX y a lo largo del XXI se ha iniciado un nuevo proceso de transición en cuyo marco ha emergido, como se dijo, la gestión del conocimiento como campo específico del saber.

III

Para comienzos del siglo XXI la gestión del conocimiento tiende a organizarse en torno al problema de la sustentabilidad del desarrollo de la especie humana, y asume como su eje de racionalidad a la ecología. Esta transición surge del proceso de desarrollo y maduración de la primera cultura universal en la historia humana – aquella creada por la generalización de los intercambios entre todos los pueblos y todas las economías del planeta, de mediados del siglo XVIII en adelante -, y de la crisis ecológica global surgida asociada a la organización de dichos intercambios en torno al propósito de la acumulación incesante de ganancias.

En el plano del conocimiento, este proceso está asociado a dos fenómenos de especial importancia. Uno consistió en el extraordinario volumen y diversidad de la información generada por dichos intercambios. Así, para 1876 ya era posible afirmar que en la naturaleza

“nada ocurre en forma aislada. Cada fenómeno afecta a otro y es, a su vez, influenciado por éste; y es generalmente el olvido de este movimiento y de esta interacción universal lo que impide a nuestros naturalistas percibir con claridad las cosas más simples”.[4]

La percepción de esa interrelación universal de los fenómenos naturales y sociales se vio favorecida, además, por el extraordinario desarrollo de las tecnologías de la información y las comunicaciones desde fines del siglo XIX y, sobre todo, desde fines del XX. De allí ha resultado que la gestión de la información para la gestión del conocimiento disponga hoy de capacidades tecnológicas que le permiten operar con enormes volúmenes de datos de las procedencias y calidades más diversas.

La combinación de estos factores crea el conocido riesgo de disponer cada vez más de mayor información y menor conocimiento. De allí la especial relevancia del problema de la construcción de marcos de referencia que permitan cumplir con tres propósitos básicos:

- Convertir experiencias diversas en un conocimiento que pueda ser compartido por actores muy diferentes.
- Facilitar a cada uno de esos actores la tarea de adecuar ese conocimiento a sus propios intereses, y
- Fomentar la interacción entre esos actores para encarar riesgos y aprovechar oportunidades de interés común.

En relación a problemas como los que plantea la sostenibilidad del desarrollo de nuestra especie, nos encontramos ante desafíos de especial complejidad. En lo que hace a la crisis ambiental global, por ejemplo, el sistema interestatal tiende a privilegiar el tratamiento de los problemas asociados al cambio climático. Por contraste, organizaciones como la Alianza del Milenio por la Humanidad y la Biosfera, en su documento Consenso de los científicos sobre la necesidad de Conservar los Sistemas Vitales de la Humanidad en el Siglo XXI[5], resalta que el estudio de “la interacción de la gente con el resto de la biosfera desde una amplia gama de perspectivas”, indica “que la evidencia de que los humanos están dañando sus sistemas ecológicos vitales es abrumadora” y que “la calidad de la vida humana sufrirá un deterioro sustancial hacia el año 2050, si persistimos en seguir por la senda que venimos recorriendo.”

Para la Alianza, en efecto, la crisis ambiental global se expresa –en el plano de las relaciones entre la especie humana y la naturaleza– en cinco órdenes de problemas principales, estrechamente relacionados entre sí: la alteración del clima, las extinciones, la pérdida generalizada de diversos ecosistemas, la contaminación y el crecimiento de la población humana y de los patrones de consumo. Por contraste, el sistema interestatal tiende a un enfoque reduccionista que concentra la atención en el cambio climático, en la dimensión tecnológica – incluyendo aquí las técnicas de encuadramiento social, así sea en forma subordinada -, y en el acceso a financiamiento.[6]

Atendiendo a este tipo de situaciones, se hace evidente que la construcción de nuevos marcos de referencia destinados a facilitar el entendimiento y la colaboración entre organizaciones de tipo muy diverso no puede limitarse a ejercicios de reordenamiento en el marco del trívium y el quadrivium positivistas. En ese marco, por ejemplo, se asume que existe una diferencia –antes que una relación– entre lo social y lo natural, y se da por supuesto que corresponde a las ciencias naturales explicar los procesos, y a las sociales describir las estructuras de acción colectiva y proponer las modificaciones que puedan ser necesarias para que las mismas permitan enfrentar problemas de nuevo tipo en la relación entre la sociedad y la naturaleza. De ese esquema básico de acción cognitiva quedan excluidas, así, las Humanidades por un lado, mientras se privilegia por el otro el vínculo entre ciencias naturales y tecnología en el marco de sociedades que cambian, pero no se transforman.

Un marco nuevo de referencia tendría que trascender la mayor parte de los supuestos que sustentan la gestión del conocimiento para el desarrollo sostenible en la vieja perspectiva positivista – progresista. En efecto, nos encontramos en una situación en la cual una parte sustancial de las premisas que sustentan nuestro pensar y nuestro actuar frente al conocimiento provienen del período histórico anterior a la crisis ambiental global. Esto abarca desde los modelos de organización del conocer arriba indicados hasta los marcos conceptuales con que actuamos al interior de esos modelos mediante categorías como –por ejemplo– las de desarrollo, desarrollo sostenible, ambiente, naturaleza, y sus derivados.

Esa creciente desencuentro entre la cultura de ayer y los cambios que van definiendo nuestras opciones ante la crisis ambiental global se expresa de múltiples maneras. Una, por ejemplo, se hace sentir en la formación de campos de estudio nuevos, como los de la ecología política, la economía ecológica y la historia ambiental. Otra emerge en la revaloración de los saberes populares, y la búsqueda de mecanismos de diálogo entre éstos y los de tipo técnico y universitario, todos ellos vinculados entre sí por su común origen en el trabajo humano. Y otra manera más emerge en la revaloración de que vienen siendo objeto las Humanidades en su capacidad de aportar tanto a la mejor comprensión de los procesos de larga y mediana duración, como a la de los lenguajes –y en particular las metáforas– que nos permiten construir el conocimiento común que vamos adquiriendo a partir de la infinita diversidad de la actividad humana.

NOTAS:

[1] Contribución al conversatorio Gestión [de la información para la gestión] del conocimiento sobre desarrollo sostenible y cambio climático. PNUMA/ REGATTA, Ciudad del Saber, 24 de septiembre de 2013.

[2] “Cuando Lutero tradujo la Biblia al idioma alemán, la mayoría de la sociedad era analfabeta. La Iglesia tenía el control del conocimiento, sus miembros eran estudiosos y educados, en contraste con la sociedad analfabeta que adquiría sus conocimientos a través de la transmisión oral, la memorización y la repetición de los textos bíblicos. Lutero hizo posible el acceso al conocimiento, la información y la educación, desmitificando la Biblia con el fin de lograr la búsqueda de la verdad. Lutero facilitó la propagación del protestantismo, siendo la primera persona que imprimió un libro, – la Biblia alemana – la cual tradujo de un manuscrito sagrado a la lengua materna de esa nación. […] La intención de Lutero era que el pueblo tuviera acceso directo a la fuente sin la necesidad de intermediarios, haciendo posible la interpretación libre de los textos sagrados y la erradicación del analfabetismo en la sociedad alemana.” http://es.wikipedia.org/wiki/Mart%C3%ADn_Lutero#La_Biblia_alemana_de_Lutero

[3] Es bueno recordar que en la universidad medieval el trívium incluía el aprendizaje de la gramática, la lógica y la retórica, complementadas por el quadrivium de la aritmética, la geometría, la astronomía y la música, antes de pasar a estudios más especializados.

[4] Engels, Federico: “El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre”. Marx, Carlos y Engels, Federico: Obras Escogidas en tres tomos. Editorial Progreso, Moscú, 1976. III, 74.


[6] Con ello, todo el proceso conduce de vuelta a la puerta de las agencias que tienen a su cargo financiar la acumulación incesante de ganancias a escala mundial y, ahora, proveer servicios financieros para encarar algunos de los problemas generados por esa acumulación en campos como el de la variabilidad climática.

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