sábado, 28 de septiembre de 2013

América Latina: los tratados de libre comercio y sus consecuencias

El modelo de desarrollo en el que encajan los tratados de libre comercio está haciendo aguas pero, en América Latina, los países “del Pacífico” siguen apostando no solo a mantenerlo sino a profundizarlo, prueba de ello es su premura por prolongar esa integración, siempre bajo la égida norteamericana, hacia el Asia.

Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica

En América Latina, la intención de establecer una zona de libre comercio continental, propuesta por los Estados Unidos de América en la administración de Bill Clinton, fue derrotada definitivamente en Mar del Plata, Argentina, en el año 2005. Ni la nación que la proponía, que se precia de tener los mejores servicios de espionaje del mundo, se lo esperaba. Fue por eso que el entonces presidente norteamericano George Bush le dijo a su homólogo de aquel entonces, Néstor Kirchner: “Estoy un poco sorprendido. Acá pasó algo que no tenía previsto”.

Esta zona de libre comercio, el ALCA, era una iniciativa con la que, en palabras del Secretario de Estado norteamericano Colin Powell, “héroe” de la primera guerra del Golfo Pérsico,  se garantizaría a las empresas norteamericanas el control de un territorio que va del Polo Ártico hasta la Antártida[1].

Pero la Cumbre de Mar del Plata marcó un punto de inflexión en la historia reciente de la integración político-económica del continente, al menos en los términos y condiciones que Estados Unidos intentaba imponer desde su proyecto de hegemonía continental y global. Al mismo tiempo, abrió un frente de confrontación de imaginarios sociales e ideológicos, entre el ALCA -el modelo del libre comercio panamericano- y los nuevos esquemas y mecanismos de integración (ALBA y UNASUR, fundamentalmente), que está implícito en el desenlace de los acontecimientos político-electorales posteriores a esta cita en prácticamente toda la región.

El balance de la Cumbre anticipó lo que los procesos electorales de la región confirmarían más tarde: una reconfiguración de las fuerzas progresistas, con un claro fortalecimiento del bloque suramericano y el ascenso de nuevos liderazgos políticos de izquierda y nacional-populares.

Más importante aún, la derrota del ALCA, cuando ya estaba en camino la consolidación jurídica y material del ALBA –forjada un año antes entre Cuba y Venezuela-, envió un mensaje de gran valor político y simbólico para toda la región: fue el cuestionamiento frontal, directo, a la integración de una sola vía (la liberalización de nuestras economías para el capital extranjero) y a los imaginarios construidos alrededor del modelo de desarrollo neoliberal como mecanismos de legitimación social.

Frente a la doctrina del libre comercio panamericano formulada por el presidente George W. Bush y sus asesores,  plasmada en el ALCA y su variante en pequeña escala: los tratados de libre comercio, en Mar del Plata se enarboló otra bandera, que el Presidente Chávez definió, con acierto, como el parto de un tiempo nuevo y de una historia nueva para nuestra América.

Pero los Estados Unidos no cejaron, e iniciaron una nueva estrategia: firmar acuerdos de libre comercio por separado con aquellos países que, aún bajo su órbita de influencia, estuvieran dispuestos a hacerlo. México (que ya se encontraba alineado en el TLCAN), Centroamérica y República Dominicana, Colombia, Chile y Perú hicieron fila para negociar y firmar sus respectivos tratados y hoy los resultados empiezan a aflorar.

Tal vez el caso más evidente, aunque no el único, es el de Colombia, en donde las protestas de los campesinos y otros sectores, como los de la educación y la salud, han protagonizado masivas protestas que han puesto en jaque al gobierno nacional, y se han traído a pique las intenciones de re-elección del presidente Santos.

En todos estos países, uno de los sectores más afectados es el de los productores agrícolas nacionales, que tienen que “competir” con las importaciones de productos subvencionados, que no pagan aranceles por caer bajo el paraguas de los tratados, y que han sido abandonados por sus respectivos gobiernos que han puesto sus esfuerzos fundamentales en la atracción de inversiones en busca de nuestras “ventajas comparativas”, léase no pago de impuestos, fuerza de trabajo barata, energía a precios subsidiados y otras granjerías.

El modelo de desarrollo en el que encajan estos tratados está haciendo aguas pero, en América Latina, los países “del Pacífico” siguen apostando no solo a mantenerlo sino a profundizarlo, prueba de ello es su premura por prolongar esa integración, siempre bajo la égida norteamericana, hacia el Asia.

Como ha sucedido en nuestro subcontinente de forma cíclica con anteriores modelos importados, pronto llegará el día en que el fracaso sea tan evidente que deberá abandonarse, seguramente obnubilados entonces por otro modelo que servirá para acrecentar las ganancias de las trasnacionales, pero que nos será presentado como la llave para salir de la pobreza y acceder al desarrollo.



[1] Toro Pérez, Catalina (2005). “¿Quién controla la nación?”, Bilaterals.org. Disponible en: http://www.bilaterals.org/article.php3?id_article=1340

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