sábado, 23 de septiembre de 2017

Informe MacBride: vigencias que se actualizan

Todo el paisaje que el  Informe MacBride vio como amenaza contra la humanidad ha empeorado exponencialmente y, por momentos parece no haber manera de frenar su vorágine y sus consecuencias terribles.

Fernando Buen Abad Domínguez / LA JORNADA

En 1976 la Unesco advertía riesgos para la libertad de expresión y, especialmente, para la participación equitativa de los pueblos en los medios de información y comunicación. Por eso creó una comisión internacional para el estudio de los problemas de la comunicación apoyada por un grupo de intelectuales e investigadores de todo el mundo. Esa comisión entregó en febrero de 1980, el Informe MacBride, nombre en alusión y homenaje a Sean MacBride, político irlandés luchador por los derechos humanos.

Sean MacBride (1904-1988) Premio Nobel de la Paz y Premio Lenin de la Paz, logró concluir el informe que lleva su nombre gracias, también, al trabajo y aval de expertos y personalidades, como Marshall McLuhan y Gabriel García Márquez… sin olvidar el apoyo político de los Países no Alineados que habían vislumbrado, desde 1973, los peligros de la concentración mediática en pocas manos. Pero todo eso sirvió de poco y nada cuando Ronald Reagan ordenó congelar al informe y difamarlo por todos los medios posibles.

En el Informe MacBride hay vigencia plena para entender un peligro mundial que es hoy agenda política obligatoria y que en sus tesis más urgentes sintetiza un panorama y un problema basado en la propiedad de los medios de información y comunicación, sus vínculos con la economía, la educación, la tecnología… la cultura y la ideología permeados por la concentración monopólica que ha venido convirtiéndose en amenaza contra las democracias.

El informe es, al mismo tiempo, un proclama: “Por un nuevo orden mundial de la información y la comunicación… Un solo mundo, voces múltiples”, dice su título. Está claro que, desde las primeras jornadas consultivas, se entendió la asimetría inmensa de la lucha contra la monopolización mediática que se había acelerado silenciosamentedesde el final de la Segunda Guerra Mundial. Veían crecer ante sí la ecuación hegemónica –nada nueva– en la que pocos dueños pueden enmudecer a millones de personas e imponerles modos de opinar, de comprar, de divertirse y de subordinarse según los intereses del mercado de la información, la comunicación y la cultura del capitalismo.

Es un documento rico en aristas y abrumado por la complejidad del problema. El Informe MacBride advierte, no sin cautelas, la importancia –y urgencia– de que los estados nivelen, con soberanía comunicacional y cultural, las asimetrías y las dependencias. Particularmente las tecnológicas. Ve la urgencia de impulsar líneas de estudio para la formación de profesionales acordes con el nuevo escenario que se desprendió del negocio de la Guerra Mundial y donde los medios se configuraron como instrumentos para la dominación ideológica y no para la emancipación. Está en ese informe un compendio crítico poderoso y contrario a la doctrina de la autorregulación que ya entonces (e incluso desde antes) defendían los dueños de los medios.

El informe ve la necesidad de políticas públicas integrales en materia de Información y Comunicación y ve la necesidad de vincularlas con las políticas educativas y culturales. Ve que los Estados deben garantizar la libertad de expresión de los pueblos (en el contexto del derecho a informarse y a comunicarse) y prevé el desarrollo de redes amplias de medios comunitarios que den voz a todos. Es un informe democratizador y pluralista, redactado con la meticulosidad diplomática de su tiempo y con alientos llamativamente progresistas para un tema tan sensible como el de la relación comunicación y cultura.

Todo el paisaje que el Informe MacBride vio como amenaza contra la humanidad ha empeorado exponencialmente y, por momentos parece no haber manera de frenar su vorágine y sus consecuencias terribles. Las empresas monopólicas se han convertido en fuerzas supranacionales y hoy son fábricas de gobiernos que dejan a los pueblos en el desamparo y a la intemperie jurídica y política. Hoy, por ejemplo, los servicios de inteligencia, espionaje y siembra de pruebas falsas pasaron a ser productores mediáticos. El show del espionaje y la intimidad abolida. Las democracias bajo peligro.

El informe expone la urgencia de un nuevo orden en materia de información y comunicación para conjurar esas contradicciones y contrariedades sociales, donde una mayoría de personas está muda ante una minoría que ejerce, también con los medios de comunicación, hegemonías económicas, políticas y culturales. El documento contiene una crítica aguda sobre la concentración de medios y reclama un cambio con pluralidad no sólo de canales, no sólo de acceso a las tecnologías, no sólo de respeto a las identidades, no sólo de protección a la infancia y democratización informática… especialmente pide pluralidad de ideas y desarrollo de pensamiento crítico. En fin, todo lo que no se ha visto, por décadas, en una industria de la información y de la comunicación que se volvió alevosa, sorda, consumista, individualista y belicista. Que nos dejó mudos.

*Director del Centro Universitario para la Información y la Comunicación Sean MacBride de la Universidad Nacional de Lanús.

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