sábado, 2 de marzo de 2013

¿Qué Iglesia tiene futuro?

Desde la perspectiva de la teología latinoamericana, la Iglesia que tiene futuro es la que asuma los retos de la historia; que opte por los pobres (porque los conoce, los ama y no evade la realidad de las víctimas de este mundo); una Iglesia del “buen samaritano; una Iglesia del “buen pastor” (que sepa dar la vida, acompañar, comprender y animar); una Iglesia, en fin, que promueva lo humano desde al amor y la justicia.

Carlos Ayala Ramírez* / ALAI

En estos días de expectativas sobre la elección del nuevo papa, se ha vuelto a hablar con cierto énfasis de las condiciones que deberán cumplirse si la Iglesia quiere proyectarse hacia el futuro generando credibilidad y esperanza en el mundo de hoy. En principio, hay que reiterar el aspecto fundante de la realidad cristiana: la fe viva en Jesús de Nazaret. Para los primeros cristianos, la fe en Jesús significó seguimiento, es decir, identificación voluntaria con su causa y su modo de vivir. Jesús los llamó a compartir su pasión por Dios y su disponibilidad total al servicio de su reino. Discípulos y discípulas dieron una respuesta aprendiendo el arte del amor por la vida, la compasión por los que sufren y la pasión por la liberación de todo mal. Esta es la primera condición: esforzarnos por poner el relato de Jesús en el corazón de los creyentes y en el centro de todo el magisterio de la Iglesia.

Esto, que parece obvio, no hay que darlo por descontando en el comportamiento institucional de la Iglesia. Ya el conocido teólogo suizo Hans Küng ha expuesto cuatro condiciones que deberán cumplirse si la Iglesia ha de tener futuro en el actual milenio. En primer lugar, no debe volver la vista atrás y enamorarse de la Edad Media, ni de la época de la Reforma, ni de la Ilustración, sino ser una Iglesia enraizada en su origen cristiano. En segundo lugar, no debe ser patriarcal, anclada en imágenes estereotipadas de las mujeres, sino una Iglesia de participación que combine el ministerio con el carisma y acepte a las mujeres en todo nivel. En tercer lugar, no debe ser confesionalmente estrecha y ceder a la exclusividad confesional, sino ser una Iglesia ecuménicamente abierta. Y, en cuarto lugar, no debe ser eurocentrista, ni favorecer en modo exclusivista las demandas cristianas, ni mostrar un imperialismo romano, sino ser una Iglesia universal y tolerante, con capacidad para aprender de otras religiones y garantizar la autonomía adecuada para las iglesias nacionales, regionales y locales.

Küng también sostiene que una Iglesia católica renovada de acuerdo con el Evangelio de Jesús debería apoyar prioritariamente, entre otras, las siguientes causas: un orden social mundial justo e incluyente (en el que los seres humanos gocen de iguales derechos y convivan en solidaridad mutua); un orden mundial plural (que posibilite la reconciliación entre la diversidad de culturas y tradiciones); una comunidad renovada de hombres y mujeres en la Iglesia y en la sociedad (en la cual las mujeres tengan las mismas oportunidades que los hombres); un orden mundial que avance en la consecución de la paz (en el cual se incentive la solución pacífica de los conflictos); y un nuevo orden mundial que sea respetuoso con la naturaleza.

Desde la perspectiva de la teología latinoamericana, la Iglesia que tiene futuro es la que asuma los retos de la historia (que cargue con la contundencia de lo real); que opte por los pobres (porque los conoce, los ama y no evade la realidad de las víctimas de este mundo); que se comprenda como pueblo de Dios (que propicie la participación de laicos y laicas en su vida y misión); una Iglesia del “buen samaritano” (que sea movida a misericordia por el sufrimiento del otro); una Iglesia del “buen pastor” (que sepa dar la vida, acompañar, comprender y animar); una Iglesia, en fin, que promueva lo humano desde al amor y la justicia.

Ahora bien, este modo de ser iglesia requiere un perfil de liderazgo. Liderazgo que tiene que ver más con el servicio que con el poder. Jesús fue muy claro en este sentido al afirmar que “los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y los grandes los oprimen. Entre ustedes, nada de eso; el que quiera llegar a ser grande, que se haga servidor de los demás; y quien quiera ser el primero, que se haga sirviente de todos. Porque el Hijo del Hombre no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida por muchos” (Mc 10, 42-45). El mensaje es contundente: los gobernantes y los poderosos utilizan el poder para abusar y oprimir al pueblo; por el contrario, Jesús instituye el servicio como requisito fundamental de un liderazgo de nuevo tipo. En su movimiento, todos deben ser servidores, especialmente de los pobres, enfermos y excluidos.

Sin embargo, el ejercicio del poder en la Iglesia no siempre se ha caracterizado por este modo de ser de Jesús. Con frecuencia, se ha expresado en términos de dominación, centralización, marginación, triunfalismo y subyugación. A eso suenan, por ejemplo, las palabras de Juan Pablo II al descartar “para siempre” la posibilidad de que mujeres puedan recibir la orden sacerdotal. O la acusación que hizo el cardenal Ratzinger a la teología de la liberación en 1984, sobre supuestas graves desviaciones debidas al marxismo, aunque sin hacer justicia ni al marxismo ni a la teología de la liberación.

No obstante, en los documentos de Medellín surge una nueva voluntad, más cercana al espíritu de Jesús, cuando se afirma lo siguiente: “Queremos que nuestra Iglesia latinoamericana esté libre de ataduras temporales, de connivencias y de prestigio ambiguo; que ‘libre de espíritu respecto a los vínculos de la riqueza’, sea más transparente y fuerte su misión de servicio; que esté presente en la vida y las tareas temporales, reflejando la luz de Cristo, presente en la construcción del mundo”.

¿Qué perfil de papa, pues, requiere una Iglesia renovada en el espíritu de la buena noticia de Jesús? Pedro, líder de la primera comunidad de Jerusalén, dejó una huella que sigue siendo referente en este sentido. A los ancianos, responsables y pastores de la comunidad, los exhorta a poner en práctica ciertas características de su propio modo de liderazgo: “Apacienten el rebaño de Dios cada cual en su lugar; cuídenlo no de mala gana, sino con gusto, a la manera de Dios; no piensen en ganancias, sino háganlo con entrega generosa; no actúen como si pudieran disponer de los que están a su cargo, sino más bien traten de ser un modelo para su rebaño. Así cuando aparezca el Pastor supremo, recibirán en la Gloria una corona que no se marchita” (1 Pe, 5, 2-4).

De ese legado de Pedro, el teólogo Leonardo Boff, en palabras actuales, apunta los siguientes rasgos que debería tener el nuevo papa: debe ser un pastor cercano a los fieles y a todos los seres humanos sin exclusión; deberá tener como lema las palabras de Jesús: “Si alguno viene a mí, yo no le echaré fuera”; deberá ser un hombre profundamente espiritual y abierto a todos los caminos religiosos para mantener viva la presencia misteriosa de Dios; debe ser un hombre de profunda bondad, con ternura por los humildes y con firmeza profética para denunciar a los que explotan y dominan a sus hermanos. Y desde una vía negativa, Boff señala que no debe ser un hombre de poder ni institucional, porque donde hay poder no existe el amor y la misericordia desaparece; no debe ser un hombre de Occidente, sino del vasto mundo globalizado, que sienta pasión por los pobres y escuche el grito de sufrimiento de la tierra; finalmente, no debe ser un hombre de certezas, sino alguien que anime a todos a buscar los mejores caminos de humanización. Podemos decir, pues, que una Iglesia renovada en el espíritu de Jesús y con un liderazgo de servicio sí tiene futuro.

 *Director de Radio YSUCA, de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas de El Salvador.

2 comentarios:

Julia Esquivel dijo...

Dentí un alivio, cuando supe que Ratzinger había renunciado. Causó tanto dolor a teólogos, sacerdotes y religiosas...por su postura anti iglesia popular y enemigo de la Teol de la Liberación.

Sí debemos orar y ser perseverantes en la opción por y con los pobres en el espíritu de Jesús. Lo demás es pura vanidad.

0illusion dijo...

EL CRISTIANISMO Y LA IRRACIONALIDAD SON SINÓNIMOS.

Creer es cuestión de gusto y no es afectado por la verdad o falsedad objetiva de lo que se cree.

Mas importante que "en lo que se cree" es "el por que de ello".

Querer creer significa no importar el continuar siendo ignorante.

Querer saber significa esforzarse para liberarse de la ignorancia.

La espiritualidad y la religión son 2 cosas muy distintas.

La espiritualidad viene de adentro, es natural, espontánea y se siente. La religión viene de afuera, es artificial, especulativa (cuyas reglas son: el proficiente embaucador gana y está terminantemente prohibido razonar) y por ser creada por el intelecto es hecha: para conveniencia de este, como medio de subsistencia para algunos listos con el negocio de proveer una cierta seguridad mental ante lo desconocido (una piedra, así y sea ficticia, crea un sentimiento de seguridad en la corriente de la vida y se le puede añadir la seguridad que la manada proporciona), como medio de obtención del Poder y de todo lo que a este se le antoje, etc.. Se basa en la ignorancia de sus creyentes.

Para el bienestar (felicidad) del ser humano la religión es tan necesaria como para un pez una bicicleta.

Espiritualidad es estar enamorad@ de la Naturaleza o del Universo (ampliación de la anterior).

Es un gran error el excluirnos de la concepción de la Naturaleza o del Universo (como si estuviéramos fuera de ellos).

Espiritualidad es simplemente ser lo que REALMENTE somos.

La manifestación espiritual no se expresa "haciendo", sino "siendo".

En asuntos espirituales no hay nada que se pueda buscar de afuera.

La palabra dios, limita algo del resto y por consiguiente es inapropiada para referirse con esta a lo Infinito o a algo omnipresente.

Siendo ilimitad@, l@ más Suprem@ del Universo, no puede tener forma ni género.

La palabra dios es de origen patriarcal e implica machismo.

La separación (mental) de "dios" y el mundo es la causa de todos los males.

El hombre piensa acerca de "dios" en vez de experienciarlo, ya que está hasta dentro de uno.

Es irracional pensar que exista un dios (cualquiera que sea su concepción) bueno o justo, en un mundo caracterizado por las injusticias y el sufrimiento.

Es irracional que LOS POBRES crean en un dios JUSTO y AMOROSO.

Es irracional que LOS RICOS crean en un dios que vino a este mundo a luchar CONTRA LOS RICOS o poderosos (sus valores).

Es irracional, que un dios considerado lo máximo o lo más perfecto que existe, haya hecho una criatura tan imperfecta como el humano que es la causa de todos los males de la Tierra, planeta que más apropiadamente debiera llamarse Agua (además es sinónimo de vida).

Es irracional, que creyentes de un dios "sabelotodo" que haya escogido vivir en un "reino", prefieran vivir en una "república".

Es irracional creer que no hay problema que un buen milagro no pueda resolver.

LA IGNORANCIA ES EL VERDADERO ENEMIGO.