sábado, 2 de agosto de 2025

Éramos repúblicas

 Podría señalarse que la más importante conquista institucional, después del declive de los regímenes autoritarios del siglo anterior fue la consolidación, en Nuestra América, de repúblicas. 

Jaime Delgado Rojas / AUNA-Costa Rica

Lo del adjetivo “democráticas” se da por sentado: hay elecciones periódicas para la escogencia de las autoridades del Estado, cualquier ciudadano es elector y puede ser electo, hay, al menos, tres poderes autónomos e independientes, siguiendo el diseño ilustrado europeo (Montesquieu) y norteamericano (Madison). De esa forma, en cualquier país que se precie de moderno en Nuestra América (una democracia liberal capitalista) no hay figura jurídica que legitime la diferenciación social por linajes, castas o élites: las ostentaciones aristocráticas quedaron muy en el pasado, en el siglo XIX, cuando solo tuvieron alguna vigencia en México, o pretensiones en la Gran Colombia y Perú, naturalmente fuera de Brasil donde hubo un largo periodo monárquico. En cuanto a los militares, podemos afirmar que también quedaron en el pasado los oprobiosos golpes de estado militar que frustraban gobiernos democráticos: no obstante que se hayan puesto de moda otras formas de deslegitimación política echando mano a procesos judiciales amañados, como fueron las experiencias de Argentina, Brasil, Ecuador y Perú. 
 
Sin embargo, se ha venido generando una tendencia hacia el reeleccionismo, o a la obsesión presidencialista, ligada a una práctica poco respetuosa de la división de poderes la que, cuando los militares hicieron “mutis por el foro”, ha hecho efectos nocivos en la vida democrática y en la sana participación de la gente en los procesos de escogencia de las autoridades políticas nacionales. 
 
El debate no es reciente, pero se actualiza con la noticia de que en El Salvador se ha establecido la reelección presidencial indefinida que, a su vez, amplía el periodo presidencial de 5 a 6 años, mediante una reforma constitucional hecha por el Poder Legislativo. Le permitiría, esta reforma, al presidente Nayib Bukele quedarse en la silla del ejecutivo hasta el final de sus días, si no hay en la sociedad salvadoreña una fuerza social y política que cambie el rumbo: cuando, más bien, se ha creado un ambiente cultural muy tóxico para el debate democrático. 
 
Señalo que la discusión no es reciente. Viene desde el origen de nuestras construcciones estatales en el periodo emancipatorio. Transcribo un texto que me parece aleccionador del politólogo alemán Detlef Nolte, un estudioso de la historia política de América Latina. Escribe el Dr. Nolte: 
 
“La discusión sobre los argumentos a favor y en contra de la reelección presidencial se remonta a los orígenes de las repúblicas latinoamericanas. En efecto, el propio Simón Bolívar tenía posturas contradictorias a favor y en contra de restringir mandato presidencial. Tradicionalmente las constituciones latinoamericanas han vedado o restringido la posibilidad de la reelección presidencial. Esta prohibición tenía como objetivo evitar que los presidentes se perpetuaran en el poder, dadas las ventajas que el acceso a recursos estatales podría darles frente a otros competidores. Así, varios dictadores, como Stroessner en Paraguay y Somoza en Nicaragua, se legitimaron un número de veces a través de elecciones fraudulentas. La reelección consecutiva del ‘presidente eterno’, Porfirio Díaz, fue el catalizador principal que dio origen a la movilización política anterior a la Revolución Mexicana”. (“Reformas constitucionales en América Latina 1978-2015”, en Un siglo de Constitucionalismo, México: CIDE, 2017, pp. 674-675). Yo agregaría que hay otras experiencias no muy halagadoras como el más reciente fraude electoral desde el Ejecutivo realizado por Daniel Noboa en Ecuador.
 
Si a ello agregamos que, en El Salvador ha habido reformas constitucionales que le dan al presidente Bukele un control determinante sobre los otros poderes lo que ha propiciado a su favor esta reforma, pone en duda el equilibrio de poderes y los pesos y contrapesos de la doctrina madisoniana. Además, esta práctica política ha ido creando su propia esfera de influencia y de simpatías malsanas.  Ha sido alabada por el presidente Milei de Argentina y, también, por Rodrigo Chaves de Costa Rica. En particular, en esta democracia más que centenaria del centro de América se preparan unas elecciones que podrían hacer quiebre de su pacífica vida democrática y desarmada pues, desde el Poder Ejecutivo se agita la idea de que en el próximo Poder Legislativo, el que se elegirá el 1 de febrero del 2026, pueda haber una mayoría significativa neoconservadora y ultraneoliberal, que permita realizar una reforma a la Carta Magna de 1949 que abra paso, precisamente, a la reelección presidencial que, por ahora, al presidente Chaves se le impide.

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