sábado, 16 de julio de 2016

México: ¿Insurrección o apaciguamiento en el país?

México está viviendo ya los enfrentamientos propios de un inicio de guerra civil o de insurrección bastante generalizada. Con una novedad grande: que en México no se presentaban en tales condiciones desde 1910, tampoco en la solidez organizativa y en su visión del futuro de los movimientos sociales y de determinados partidos.

Víctor Flores Olea / LA JORNADA

Hace unos cuantos días, por azar, escuché Conclusiones, programa de CNN, con la entrevista a una estadunidense que participaba y que incluso tal vez dirige una asociación de carácter mundial antiterrorista ¿también europea? Lo excepcional de esa entrevista es que con abundancia de razones, la directiva explicó que las muertes de policías blancos a manos de otros afroestadunidenses revelaba que Estados Unidos vivía ya una etapa de insurgencia revolucionaria y que esos crímenes, en cierta forma venganza por las abundantes muertes de afroestadunidenses en todo el territorio de ese país, eran en cierta forma la confirmación de la hipótesis. La entrevista reforzaba sus argumentos describiendo una verdadera lucha de clases, que incluía los temas del racismo, la pobreza, el desequilibrio abismal en materia de ingresos, de oportunidades de salud, de educación, de alojamiento, etcétera. En verdad este conjunto de factores, que sufrirían abismalmente la gente de color y los latinos pobres habría llegado a un extremo que explicaba lo inexplicable: el ataque con armas mortales a distintos grupos estadunidenses.

Si a la situación añadimos la candidatura de Donald Trump y sus estupideces a la Presidencia de ese país, que no está eliminado automáticamente de la carrera a la Casa Blanca, por supuesto el enorme hoyo negro sangriento que existe hoy en Estados Unidos, agregado Medio Oriente, la gran crisis actual europea, que se había considerado hasta hace poco un lugar de cultura capaz de establecer equilibrios racionales con Estados Unidos, más los golpes de Estado latinoamericanos (Brasil, Argentina, y probablemente Venezuela, cuando menos), nos encontramos con un mundo poco menos que invivible.

Naturalmente, México no escapa a esta descripción siniestra de nuestro tiempo. Al contrario, entramos de pleno derecho a uno de sus aspectos principales. En efecto, para no ir muy lejos, en septiembre de 2014, con los 43 desaparecidos en Iguala, nos instalamos de lleno en este mundo enfrentado en una renovada lucha de clases, pero que implica también la abundancia de la corrupción y de una explotación abusiva y prácticamente ilimitada de los pobres.

Por supuesto que, en definitiva, el país vive con enconos muy graves desde hace un buen número de años, enconos que se han recrudecido por muchos motivos, entre los cuales habría que mencionar la “guerra contra el crimen organizado” del ínclito Felipe Calderón. Pero naturalmente, las tensiones y los motivos de enfrentamiento han subido de intensidad, con nuevos factores, como la corrupción superlativa, no sólo la oficial, sino la privada, el incremento de los muy ricos y de los muy pobres, los delincuentes incendiando los cadáveres de 43 jóvenes prácticamente sin dejar rastro, los funcionarios públicos mintiendo o con graves inexactitudes o mentiras prácticamente cada vez que abren la boca, además de que la incompetencia de los altos funcionarios públicos es casi proverbial (hoy, para citar un nombre y no abusar de la lista: Aurelio Nuño Mayer).

Si mencionamos en el primer párrafo de este ar­tículo a una funcionaria de una asociación antiterrorista internacional, según la cual en Estados Unidos habría comenzado ya la guerra civil, ¿imagínense ustedes lo que tendríamos que decir de México: Ayotzinapa, el estado de Guerrero en su conjunto, Michoacán e infinidad de lugares en el sureste y en el norte del país, en las dos costas, etcétera. Los enfrentamientos, terribles y multiplicados a más no poder, seguramente denotan problemas locales de mucho tiempo, pero la explicación profunda está en la explotación generalizada del trabajo, en condiciones abusivas, que producen miseria extrema, hasta otras de carácter, digamos, más sutil que atentan y niegan sobre todo los derechos humanos y laborales establecidos desde hace tiempo en la Constitución de la República y en la entera legislatura el país.

Siguiendo esta lógica podríamos decir entonces que México está viviendo ya los enfrentamientos propios de un inicio de guerra civil o de insurrección bastante generalizada. Con una novedad grande: que en México no se presentaban en tales condiciones desde 1910, tampoco en la solidez organizativa y en su visión del futuro de los movimientos sociales y de determinados partidos. Con otra novedad: que las movilizaciones correspondientes, por ejemplo contra los muy posibles crímenes de Iguala, o las gigantescas movilizaciones del magisterio en todo el país, nos hablan de una capacidad organizativa y de una resistencia no habituales, además que sería necesario mencionar la inteligencia con que han planteado sus luchas. Sin duda, estas son algunas de las virtudes innegables de este México nuestro en insurrección, mientras el gobierno está muy lejos de reconocer a cabalidad estos fenómenos: ¿lucha de clases? Por supuesto que sí, y atmósfera insurreccional o preinsurreccional, también. Entre tanto el gobierno sigue jugando a las mentiras y a los cataplasmas, cuando se trata ya, seguramente, de cirugías mayores que el pueblo necesita y reclama.

Sin embargo, los recientes contactos que se han establecido entre la Secretaría de Gobernación y los representantes de la CNTE, así como una cierta tregua abierta al paso de vehículos en determinadas carreteras, hacen presumir algunos pasos positivos en favor de una distensión. Pero no quememos etapas: la situación sigue siendo enormemente explosiva, y si no es manejada por los representantes gubernamentales con importante tacto político, seguramente nos dirigimos a situaciones mucho más complicadas e imprevisibles.

Sobre todo las cuestiones verdaderamente de fondo que asolan al país: los abismos entre riqueza y pobreza, y la ausencia de oportunidades para los excluidos. Tal es el problema medular, y si no se rompe ese nudo gordiano vamos a navegar pronto en mares procelosos. El planteamiento está formulado y las avenidas a la vista y son difíciles, pero no imposibles. Sin embargo, mientras el gobierno sólo vea la perspectiva de los engaños y las armas, el país no tendrá salvación: más bien se cumplirá el vaticinio ya formulado en artículos anteriores: la conversión de la nuestra en una sociedad tremendamente militarizada (que ya ha comenzado), lo cual sería un desastre mayúsculo para todos.

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