En estos
tiempos que corren, es imperativo recuperar y defender en el ámbito de la
comunicación e información, el estricto sentido de la ética y de un compromiso
invariable por defender la verdad y la objetividad.
Pedro Rivera Ramos / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá
Una de las
particularidades que más distinguen al mundo de hoy, es la abundante
información que diariamente y sin pausa alguna, se difunde en todo el planeta.
La Internet, que viene desde algún tiempo, amenazando seriamente a los medios
tradicionales de comunicación, por la integración que hace de los mismos en una
sola plataforma, le cabe, sin duda, mucha responsabilidad en que esto sea así.
A este fenómeno debemos
sumarle, la concentración de los principales medios de comunicación social en
pocas manos; no sólo en el mundo, sino también en casi todos los países, lo que
a juicio nuestro, puede comprometer --y compromete-- sensiblemente el ejercicio
democrático de los ciudadanos, así como la credibilidad y fiabilidad de las
informaciones que se nos transmiten.
Porque digámoslo sin
rodeo alguno: esa mentalidad hedonista y utilitarista, ese marcado
individualismo y relativismo de que es presa esta época y que a veces nos
resulta hasta natural, se ha gestado, en
gran medida, gracias a los códigos y mensajes que nos llegan desde los medios
de comunicación social. Sin pecar de exagerados, me atrevería afirmar que ellos
han decidido o marcado, en muchas ocasiones, el rumbo político-ideológico y
cultural de nuestras sociedades.
Muy pocos ponen en duda
que en la sociedad contemporánea, llamada también sociedad del conocimiento y
de la información, asistimos a una manipulación mediática sin precedentes,
donde con un cierto número de criterios culturales, algunos mecanismos de
carácter psicosociológicos muy bien definidos y con una retórica y estructura
narrativa muy semejante en todos los países, se imponen en todo el planeta,
gustos, modas, patrones culinarios y hasta apreciaciones estéticas.
El criterio mercantil
de las noticias, de los sonidos o de las imágenes, es el que viene
lamentablemente predominando por encima del respeto a la verdad, a los hechos y
a la información veraz, objetiva e imparcial. La carrera salvaje por el “rating”, el sensacionalismo y la
instantaneidad extrema, hacen peligrar constantemente, la ética necesaria que
debe existir y prevalecer en los medios de comunicación social.
Hoy como en ninguna
otra época, tiene lugar un intenso intercambio de información a escala
planetaria, que viene configurando un sistema de información basado
principalmente en imágenes y sonidos y un concepto muy difuso entre verdad y
mentira. La competencia más feroz, el carácter mercantil de los mensajes o la
manipulación ideológica de los contenidos y conceptos, son desafortunadamente
los rasgos inherentes del modelo informativo hegemónico.
Aquí con gran
frecuencia, la primera víctima es la verdad y se sacrifica cuando se induce a
consumir veneno para valorizar lo efímero, cuando se traiciona a la sociedad y
al prójimo por la seducción obscena de la opulencia de los poderosos, cuando se
toma distancia del compromiso ético y analítico, para justificar todo tipo de
crímenes y ultrajes. Lo cierto es que cada vez que ello ocurre, se nos escapa
irremediablemente el sentido y significado de nuestra razón de existir, es
decir, de la vida misma.
En el campo de la
comunicación social no hay trabajo neutro. Un ejemplo harto elocuente, ilustra
perfectamente esta verdad. A principios de agosto del 2010, fuimos testigos del
extenso circo mediático montado con la tragedia de 33 mineros chilenos,
atrapados durante 69 días a 700 metros bajo tierra. Conocimos más las
trivialidades surgidas en torno a este infausto suceso, que las razones de
explotación despiadada que provocaron el derrumbe.
Lejos estuvimos así, de
conocer las difíciles condiciones laborales que imperan en las minas chilenas,
donde sólo en la última década han muerto más de 400 trabajadores. Así mismo,
careció de valor alguno para la industria mediática, las más de mil quinientas
personas que solo en ese mismo año 2010, habían muerto de cólera en Nigeria
según la Organización de las Naciones Unidas. Esto demuestra que se aplican
censuras y se ocultan verdades en el poderoso imperio mediático, con el
propósito principal de evitar que pensemos críticamente.
En la actualidad
resulta muy común para muchos, justificar sin sonrojo alguno el uso del trucaje
y la impostura, como estrategia para alcanzar el éxito y la celebridad en la
industria mediática. Al respecto, me parece oportuno valernos del periodista
Ignacio Ramonet, que en su libro Propagandas
Silenciosas, relata un ejemplo elocuente de embaucamiento colosal: “En abril de 1981, una periodista del
prestigioso Washington Post, Janet Cooke, consiguió el premio Pulitzer por un
extraordinario reportaje sobre el pequeño Jimmy, sistemáticamente drogado por
el amante de su madre y convertido, a la edad de ocho años, en un adicto a la
jeringuilla y a la heroína…Pero ni Jimmy, ni el amante, ni la madre, existieron
jamás”.
Por ello en estos
tiempos que corren, es imperativo recuperar y defender en el ámbito de la
comunicación e información, el estricto sentido de la ética y de un compromiso
invariable por defender la verdad y la objetividad. Se trata además, de
renunciar al formato frívolo y superficial y sostener sin claudicación alguna,
las dos exigencias fundamentales de una verdadera información: la credibilidad
y la fiabilidad.
En síntesis, aguarda
recobrar el control del vocabulario, de los mensajes, de la semántica y de la
noticia, como bienes sociales que pertenecen y le interesan a todos.
Salvaguardar en todo momento, eso sí, la libertad de expresión sin excesos;
pero vigilando no confundirla con la libertad de empresa o con la codicia que
se anida en la noticia, cuando ésta solo se asume como mercancía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario