sábado, 25 de abril de 2020

Argentina: El tiempo detenido

El tiempo se ha detenido en un mundo quieto. En un mundo enfermo cuya humanidad está internada o en sus casas o en hospitales. El tiempo se detuvo, se paró el reloj en casa y a nadie le preocupa, cada uno sigue dando vueltas alrededor de la mesa, la cama, la cocina o el patio. 

Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América
Desde Mendoza, Argentina

Todo ha variado en estos meses, la cuarentena obligatoria ha modificado todo, ha cambiado la realidad y su percepción y quizás… ha detenido el tiempo. Algo imposible, pero puesto en duda en momentos en que todo es puesto en duda. La única certeza dentro de la incerteza a que nos somete la pandemia, es que todo va a cambiar. Eso al menos pensamos la gente común, las de mayor riesgo.

Las sociedades y personas que las componemos no vamos a ser las mismas. Esta experiencia extrema de aislamiento y retraimiento nos ha hecho valorar los verdaderos valores, aunque suene redundante. Esto son afectos que contienen y escasos bienes y servicios.

Ha expuesto con claridad la banalidad de lo superfluo, la inutilidad de lo superficial, la estupidez del consumismo y la imposibilidad del individualismo. Sobre todo, que nadie se salva solo, como ha dicho el Papa Francisco.

Lo poco con que podemos vivir y ser felices. Verdades de Perogrullo, desestimadas por inmensas mayorías atrapadas en celulares y las redes. 

Millones de jóvenes esclavos de pantallas que ahora al menos pueden agradecer ver la luz del sol al menos desde una ventana o un balcón, apreciar una flor en una maceta, mientras un pájaro sobrevuela sobre sus cabezas. Pero que a la vez, no pueden despegarse de los aparatos porque a través de ellos reciben clases virtuales porque las escuelas están cerradas. Todo guarda una lógica de oxímoron.

El tiempo se ha detenido para los adultos mayores, viejos jubilados y pensionados archivados y descartado con sueldos miserables que ven pasar la vida desde un banco de una plaza o un geriátrico de mala muerte rodeado de cucarachas, olvidados por la sociedad, descartados por inservibles en un capitalismo que impone su lógica de lucro demente. No importa la experiencia, la sabiduría de esos viejos venerados en Oriente o entre los pueblos originarios.

El tiempo se ha detenido para los niños que ingresaron por primera vez en la escuela primaria y querían disfrutar con su maestra y sus compañeritos. Ahora están como el primer día parados en la puerta del colegio esperando entrar. Están frente a una pantalla que les da consignas para hacer los deberes con sus padres en el mejor de los casos u otros o solos. Padres que tienen que lidiar todo el día con infantes que berrean o quieren jugar y divertirse como siempre han hecho.

El tiempo se ha detenido para muchos campesinos que esperan la autorización para asistir a sus labores rurales. Saben que el alimento es imprescindible y ellos colaboran en ese sentido, pero la decisión escapa a sus voluntades. El riesgo que corren de ser infectados no compite con la miseria y el hambre en que viven, tampoco con el hacinamiento de sus villas, que la cuarentena ha transformado en guetos.

Muchos trabajadores siguen pegados a la ventana como en el cuadro de Ernesto de la Cárcova, Sin pan y sin trabajo de 1894. La crisis ha puesto en evidencia lo que viene sucediendo hace décadas y los poderosos restaron importancia. Que hay millones con la nariz contra el vidrio, mirando como otros derrochan mientras ellos ni las migas pueden recoger.

Sin embargo, el tiempo también se ha detenido para los poderosos que ven cómo caen en picada las bolsas y las acciones de sus empresas, como en el crack de Wall Street, pero no se tiran por la ventana, se despojan de empleados y se exculpan solidariamente. 
El tiempo se ha detenido para los exportadores de petróleo que por primera vez ven que el valor del barril del oro negro es negativo y que si lo quieren guardar deben pagar mucho dinero en depósito. 

A pesar de ello, no bajarán los precios de los combustibles, demanda que va en picada en un mundo paralizado. Mucho menos en Argentina cuyos dueños se aseguraron la dolarización y mantienen el precio, aunque el consumo se fue al tacho y los empleados de las estaciones comienzan a sobrar.

Ellos sí tienen la certeza de que todo va a continuar igual pero más rápido. Tienen los medios para hacer a su antojo por la razón – la disuasión a través de los medios y la presión de los gobiernos desplazando derechos humanos por el encierro obligatorio –, o la fuerza, mediante el empleo de las Fuerzas Armadas.

Es más, la derecha iberoamericana representada por la Fundación Internacional para la Libertad, presidida por el Nobel Vargas Llosa, ha presentado un manifiesto contra “el estatismo, el intervencionismo y el populismo” que lleva la firma de varios ex presidentes de ambos lados del Atlántico: Mauricio Macri de Argentina, José María Aznar de España, Ernesto Zedillo, México; Álvaro Uribe, Colombia; Luis Lacalle y Julio Sanguinetti de Uruguay y varios intelectuales, entre ellos el filósofo Fernando Savater y el escritor Marcos Aguinis. También están las firmas de Patricia Bullrich y Darío Lopérfido entre otros políticos locales.

El documento denuncia el ataque a la libertad, la empresa privada y el exceso de autoritarismo que se han arrogado las autoridades para combatir la pandemia.[1]

Desde la experiencia SARS 2003 cuando el coronavirus atacó por primera vez en China y mató más de 700 personas[2], la OMS venía reiterando que esto podía pasar, como sucedió con la expansión de la gripe aviar, fenómeno incontrolable. 

El problema presente es que los síntomas tardan dos semanas en manifestarse y si el afectado tiene bajas las defensas, lo mata. En 2005, Roche vendió Tamiflu por un valor de 6.500 millones de dólares sin que se haya comprobado su efectividad sobre el coronavirus. 

El exceso de fármacos consumidos compulsivamente por la población también ha colaborado a disminuir sus reservas. Es sabido que toda droga tiene efectos secundarios. Cura un síntoma, pero deja huella en otros órganos y los debilita. 

La velocidad de transmisión y la difusión constante del número de víctimas conforma una angustia que sumada al encierro, lleva al pánico. De allí que se piense en la gradual apertura, una liberación progresiva. Aunque en principio sean los niños los primeros en salir unas horas a la calle, con el tiempo se irán sumando más. Salvo los adultos mayores, los “ni, ni, ni, ni” según los definió la escritora María Moreno porque ya se habían dado por muertos: no producen, no consumen, ni reproducen, encima son lastres tecnológicos que apenas llegaron a la televisión por cable y al teléfono inalámbrico, esos quedarán encerrados hasta que las condiciones realmente mejoren. 

Condición que ha generado más de una queja o manifiesto contra el cercenamiento de los derechos humanos, sobre todo los de la ancianidad o el derecho de morir como les de la gana. Para unos darwinismo social, supervivencia de los más aptos, para otros retorno al nazismo con olor a eugenesia.

El tiempo se ha detenido en un mundo quieto. En un mundo enfermo cuya humanidad está internada o en sus casas o en hospitales.

El tiempo se detuvo, se paró el reloj en casa y a nadie le preocupa, cada uno sigue dando vueltas alrededor de la mesa, la cama, la cocina o el patio. 

El mundo se ha detenido pero no ha logrado detener pensar, pensarnos detenidos, prisioneros en nuestra propia jaula que deseamos sea incontaminada, que sea una fortaleza contra un enemigo invisible, ubicuo, deseoso de expandirse, de devorar otros cuerpos. 

Pensar cómo salimos, pensar o intentar imaginar de qué se trata, pensar cómo nos trata si nos llega, pensar si llegamos a salir. Mientras tanto no dejamos de pensar cómo ha cambiado nuestra vida cotidiana; cómo ha mudado el tiempo del día a día que podemos cenar a la mañana y almorzar a la merienda, en el mejor de los casos de disponer de varias comidas al día. 

Día que se habrá alterado hora a hora, haciendo cosas que antes no hicimos o las postergamos para cuando tuviéramos el tiempo. Excusas que en este tiempo no existen. Hay obligación de sortear excusas. Habrá que hacer todo lo acumulado durante años. Claro sin exagerar. As del boxeo, no. Bailarín del Colón tampoco. Sex simbol menos. Tal vez hippie remozado o estrella de rock en decadencia si el virus lo permite.  


[1] Página 12, 24 de abr. de 20 20.
[2] Müller Mónica, Pandemia virus y miedo, Una historia desde la gripe española de 1919 hasta el Coronavirus COVID 2019, Buenos Aires, Editorial Paidós, 2010, reeditado en 2020 en plataformas digitales. 

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