sábado, 13 de marzo de 2021

El CELAC no ha muerto: Bolívar sigue entre nosotros (III)

 En entregas anteriores comenté el encuentro entre los presidentes de Argentina y México y su importancia, además la dinámica de la integración en Nuestra América que culminó en la CELAC. Ahora quiero valorar el papel de México mirando hacia el Norte y hacia el Sur.

Jaime Delgado Rojas / AUNA-Costa Rica


Con más de 3000 kilómetros de frontera al Norte, México es para los latinoamericanos una oportunidad múltiple. Era a través de esos kilómetros que iba a construirse el muro de Donald Trump durante su mandato; ya se había iniciado y es el límite donde se asientan campamentos de migrantes que quieren alcanzar el sueño americano. Sus pasos y puentes, del Pacífico al Golfo de México, pero también todo México, de Tijuana a Chiapas, exhiben los ejemplos más notorios de los retos globales que no pueden ser enfrentados por ningún estado por sí solo.

 

El cambio climático, expresado en catástrofes naturales, con huracanes, heladas o altas temperaturas; la contaminación del medio ambiente y la carencia de agua para uso y consumo humano. El narcotráfico, por la inmensa capacidad consumidora del Norte que promueve una atractiva economía clandestina al Sur del Río Bravo con formas inimaginables de transporte a lo largo de la frontera y al Sur, más allá de Guatemala; a lo que hay que sumar peligros a la seguridad, por el trabajo clandestino de narco comercio, el lavado de dinero y los ajusticiamientos. A ello se unen las necesidades de empleo promovidas por las migraciones que esperan pasar al otro lado y las demandas propias de los mexicanos en toda la nación, radicados en cordones de miseria por carencias alimentarias, de servicios de salud (acentuados con la pandemia) y de seguridad incrementados por la economía narco. Retos cuyo enfrentamiento no pueden ser resorte de un solo Estado, pues involucra a todas las naciones, sean o no proveedoras de migrantes o de drogas. Por ello, las posiciones de México hacia América Latina deben ser visto en el contexto de estos retos globales. 

 

Las relaciones México EUA han sido tensas; lo fueron durante la revolución mexicana, por acciones y no solo retóricas que rememoraban reclamos sobre las incursiones militares a su territorio desde el Siglo XIX y la negociación de una paz en 1848 con la que perdió casi la mitad de su territorio; igual con la indiferencia yanqui a las intervenciones militares europeas y a la imposición francesa del Emperador Maximiliano de Habsburgo, no obstante, su retórica de protección a la independencia de Nuestra América formulada en la Doctrina de Monroe de 1823. Esa base histórica antiimperialista estuvo presente en la revolución de 1910-17 e hizo que la misma siguiera su curso con un México comprometido hacia sus vecinos del Sur. Dio asilo, solidaridad, cooperación y tolerancia a exilados políticos nicaragüenses, cubanos, chilenos, argentinos, uruguayos, brasileños, purgados de sus países de origen por regímenes militares leales a la política norteamericana. Era otro tipo de migrante que junto a los españoles republicanos hicieron grande a México en el Siglo XX.

 

Pero llegó el momento de cerrar las cuentas, cuando los miembros del GATT se apresuraron por concluir la larga Ronda Uruguay, iniciada en 1984. La presión de la política exterior norteamericana se acentuó sobre Nuestra America ahora enarbolando, la proclama del fin de la historia con políticas neoliberales suscritas en el “Consenso de Washington” y, una vez más, con plataformas panamericanistas.  En 1991 Estados Unidos había lanzado la Iniciativa de las Américas en la Administración Bush: una propuesta de zona de libre comercio continental que llegó a ser mejor definida con la propuesta del Acuerdo de Libre Comercio de las Américas (ALCA) presentado por Bill Clinton en la Cumbre de las Américas en diciembre de 1994. Se coincidía con la euforia del capitalismo global que calificaba la caída del bloque de países del llamado “socialismo real” como el fin de la historia. Esta vez, al igual que en 1889, el Norte hace una oferta hacia el Sur; pero en un contexto mundial sumamente diferente. 

 

El ascenso al poder de Carlos Salinas de Gortari (1988) abrió un derrotero que recorrerá los cuatro gobiernos sexenales siguientes, en tres temas notorios: a) apertura comercial y libre comercio con la negociación y firma del Tratado de Libre Comercio con USA y Canadá que entró en vigencia en 1994, mismo año en que culminó la Ronda Uruguay del GATT que creara la O.M.C.; b) el consecuente respaldo a las políticas norteamericanas en la región y c) la redefinición de las relaciones político y culturales con el Vaticano que permitió romper su tradicional estado laico en un país sumamente católico y que lo alejó de su política de acogida a los expositores de la teología de la liberación, católicos y protestantes (que luchaban por un México mejor para todos), para abrir espacios culturales y políticos a los portadores de la teología de la prosperidad defensores del neoliberalismo, la resignación y la espera del paraíso celestial, muy similar al paraíso del conformismo en donde también nos tienen las redes sociales virtuales; otro reto global que no usa pasaporte ni respeta fronteras, que nos quita el libre albedrío pues, desde una “nube” tenebrosa, se nos ofrecen individualismo, apertura, libre comercio, comodidad, espiritualidad y una muerte digna. 

 

Consecuente con el aperturismo en México se promovió la reducción del estado y su debilitamiento con la venta de activos, los más rentables, a empresarios privados entre los que “se colaron” políticos corruptos y allegados al poder. Eso lo recomendaba el “Consenso de Washington”.

 

Con diferencias entre naciones llegamos a los 200 años de la emancipación y con los retos globales, la región da señales de resistencia al confort y a la resignación del fin de la historia. Lo comento en la próxima entrega.

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