sábado, 27 de marzo de 2021

¿Llegaremos a extrañar a Trump?

 Los puntos más calientes en los que los Estados Unidos ponen sus ojos en nuestro continente, por haberse debilitado su órbita geoestratégica de influencia en lo que ellos llaman el hemisferio occidental, son Cuba y Venezuela. Contra ellas han reforzado sus respectivas y particulares estrategias.

Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica



Algunos diarios y emisoras de televisión estadounidenses han resentido la partida del histriónico Donald Trump de la presidencia de los Estados Unidos al ver como su audiencia de reduce hasta alrededor de un 20%. Habiéndose marchado el clown central del show, el espectáculo decae y el público se aburre cuando su lugar lo ocupa un anciano aburrido al que el guión se le olvida en medio de la presentación.

 

Ese público ávido de entretenimiento, al que no le importa sacudirse el aburrimiento aún a costas de las implicaciones muchas veces dramáticas de las decisiones que se toman en Washington, y que ahora vuelve los ojos hacia otro lado mientras espera que su líder vuelva a ocupar la palestra dentro de cuatro años, poco le importa (o simplemente ignora flagrantemente) lo que realmente ocurre en el mundo.

 

En ese mundo, la administración Biden empieza a marcar las pautas de lo que será su particular forma de impulsar los intereses del imperialismo norteamericano que, como objetivo central tiene, al igual que la de Trump, tratar de ponerle coto a la creciente presencia china en el mundo producto de su pujante e inigualable expansión económica. Aunque seguramente ya lo saben, lo único que eventualmente podrán hacer es ralentizar la pujanza china, pero no detener su avance. Mientras tanto, América Latina continúa siendo vista como campo en disputa: el patio trasero no puede negociarse, es el espacio "natural" del mundo que le corresponde y nadie debe osar poner ahí en cuestión su hegemonía.

 

Los puntos más calientes en los que los Estados Unidos ponen sus ojos en nuestro continente, por haberse debilitado su órbita geoestratégica de influencia en lo que ellos llaman el hemisferio occidental, son Cuba y Venezuela. Contra ellas han reforzado sus respectivas y particulares estrategias. Contra Cuba, pone énfasis en las estrategias del soft power (que ya se anunciaba desde la administración Obama) azuzando a pequeños pero escandalosos grupúsculos a sueldo, que escenifican montajes con resonancia mediática un día sí y otro también.

 

Contra Venezuela preparan aceleradamente la guerra caliente apoyándose en su incondicional aliado Colombia. Aunque haya desaparecido del mapa, por lo menos temporalmente, el heraldo negro de la confrontación más radical, Elliot Abrams, los tambores de guerra redoblan cada vez más fuerte en la frontera colombo venezolana. Paramilitares infiltrados por la frontera, que el gobierno de Duque quiere presentar como disidentes de las FARC, han tenido serios enfrentamientos armados con las fuerzas armadas bolivarianas, que han dejado muertos y heridos. Habiendo fracasado el enésimo episodio para derrocar al chavismo cuando Guaidó salió de la Asamblea Nacional, ahora apuestan por reeditar la estrategia de la que se valieron contra Nicaragua en los años 80, y de ahí nuestra anterior mención a Elliot Abrams, cuando organizaron, mantuvieron e impulsaron aquella fuerza intervencionista que se conoció como la Contra, que a la postre llevó a la salida de los sandinistas del gobierno en 1990 por el hartazgo de la población por el desangramiento al que estaba siendo sometida.

 

Esto es algo mucho más organizado que las escaramuzas ridículas que respaldó Trump, que siempre dijo que estaba dispuesto a no descartar ninguna opción, pero que, en última instancia, dio siempre pasos timoratos e inconexos más allá de las sanciones económicas.

 

Pero ahora la administración Biden no se anda con chiquitas: está posicionando un buen apertrechado ejército irregular en la frontera de Venezuela, y está apostando por una guerra que, como todos sabemos que pasa con las guerras, estamos viendo cómo empieza, pero no sabemos cómo terminará.

 

Con este panorama, quién quita que mañana este casi octogenario olvidadizo nos haga extrañar a Donald Trump.

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