sábado, 2 de abril de 2022

Si Luda fuera presidente de Ucrania

 Luda está que hierve de furia contra Zelenski, dice que solo porque ahora quienes dirigen su país son los buenos para nada puede explicarse tanta torpeza.

Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica


Mi amigo que estudió en Kiev en los años 80, cuando Ucrania formaba parte aún de la fraternal e indestructible Unión Soviética, se casó con Liudmyla, a quién todos llamaban Luda, cuando apenas cursaba el tercer año de su carrera universitaria. Fue un enamoramiento a primera vista -algo que muchos dudan que exista- entre dos personas físicamente en las antípodas: ella rubia, de ojos profundamente celestes, alta y espigada; él muy moreno, de pelo negro, grueso y lacio y pronunciados rasgos aindiados. 

 

Bien dicen que los polos opuestos se atraen. En Ucrania, él era un muchacho exótico que deslumbró a Luda, quien tenía un horizonte prometedor por delante: estudiaba una carrera de vanguardia -ingeniería de semiconductores-, era excelente estudiante, destacaba por su belleza en un país de mujeres hermosas y, como broche de oro, su padre era el secretario general del Partido en Kiev.

 

De más está decir que su noviazgo fue turbulento y escabroso porque tuvo la oposición acérrima de los padres de Luda, quienes no podían comprender cómo, con un futuro luminoso por delante su única hija, su estrellita brillante, la que había sido designada por el Konsomol para llevar la bandera de la gran Unión Soviética en el Desfile de la Victoria el 9 de mayo, se hubiera empecinado con un muchacho medio díscolo, que hacía negocios lindantes con la ilegalidad (cuando menos moralmente condenables) llevando para vender todos los veranos bluyins desde Italia y que, para colmo de los colmos, venía de un país del que nunca habían tenido la menor idea que existía.

 

Luda era en ese entonces una muchacha no solo inteligente sino también buena de corazón. En la facultad tenía un compañero que estaba enamorado en silencio de ella, aunque le fuera inalcanzable. Venía de Skvyra, un pueblito a 130 kilómetros de Kiev y era hijo de campesinos pobres organizados en un Sovjos que producía sobre todo trigo. Su padre era tractorista y su madre partera. El muchacho se las veía a cuadritos para sobrevivir en la ciudad con su magra beca de estudiante de provincia, se esforzaba en el estudio, pero era mediocre, aunque tenía el apoyo condescendiente de Luda quien le tenía afecto, y por lo tanto no solo lo orientaba en los cursos que a él le costaban y para ella eran pan comido, sino también con sus poderosas relaciones que para ella eran naturales, pero que para el muchacho eran inalcanzables.

 

Al final, Luda se casó con mi amigo en un matrimonio "a lo ucraniano" que duró tres días al que no asistieron sus padres. Su compañero enamorado llegó a la boda, libó como todos, cantó en corro y bailó hasta el agotamiento, pero estaba destrozado por dentro. Cuando Luda partió, a mediados de los años 80, hacia ese punto perdido en el mapa al otro lado del globo terráqueo de donde era su marido, fue al aeropuerto y, sacando fuerzas de flaqueza, cerrando fuertemente los ojos, le confesó en último momento al oído su amor incondicional y le dijo que él siempre estaría ahí para lo que ella necesitara.

 

En el país al que fue a dar, Luda nunca ejerció su profesión. Quienes aquí la conocimos no supimos si fue como continuación de esa rebeldía contra sus padres que la llevó a casarse con mi amigo y abandonar a sus padres, o si porque realmente su vocación no era ser ingeniera de vanguardia en semiconductores sino titiritera, que fue lo que por esta esquina vino a ser.

 

Como es natural, en medio de la exuberante vegetación tropical -y de gente a la que el trabajo planificado, que era para ella un orgullo, les provocaba ansiedad-, sintió nostalgia, y atraída por las noticias de los cambios que se sucedían en su patria después del destramamiento de la URSS, decidió regresar de visita por primera vez allá por el año 2000.

 

Ya para entonces su matrimonio con mi amigo estaba naufragando, y tal vez eso contribuyó a que el emotivo reencuentro con su país incluyera a aquel viejo, mediocre y siempre enamorado compañero de estudios, quién para entonces había dado un vuelco a su vida. Teniendo cualidades ocultas que cuando eran jóvenes no salían a la luz, ahora era un magnate dueño de gasoductos, miembro del parlamento y parte importante de una red de relaciones que lo mantenían en los primeros planos de la vida política y social.

 

No voy a hacer más largo el cuento. Luda volvió a nuestros lares, se divorció de mi amigo y regreso para casarse con su viejo admirador. Yo guarde relación con ella y nos escribimos de vez en cuando, antes por cartas que iban y venían tortuosamente, ahora por correo electrónico. Luda está que hierve de furia contra Zelenski, dice que solo porque ahora quienes dirigen su país son los buenos para nada puede explicarse tanta torpeza. Piensa que han matado a la gallina de los huevos de oro porque Ucrania, estando donde está, en el corazón de Europa, entre los grandes poderes mundiales, lo que debió haber hecho sabiamente, desde el principio, es haberse declarado neutral, haberse desarmado y servir de colchón apetecido por todos, pero nunca entregado a nadie.

 

Mientras pudimos comunicarnos -porque ahora nuestra comunicación se cortó, no sé si porque ya no tiene internet o si porque le sucedió algo o salió huyendo hacia Polonia- le comenté que yo creía que su experiencia de vida en Costa Rica, país sin ejército, algo había influido en su punto de vista, y ella accedió. En su último mensaje, además de relatarme cómo escuchaba desde su habitación el tronar de los cañones, me dijo que, como nunca, había adquirido conciencia que la estupidez humana era infinita y que era la que ahora gobernaba al mundo. No sé si le llegó mi respuesta en la que le expresaba estar de acuerdo con lo que me decía. Ojalá alguna vez reciba noticias suyas.

1 comentario:

Ariel Batres V. dijo...

El único comentario es que está historia continuará, debe continuar porque nos deja "picados".