sábado, 17 de mayo de 2025

De la forma de las cosas

 Esa brecha entre los científicos y los políticos, sin embargo, no está vacía. La ocupan sociedades que han venido a quedar aisladas de procesos de cambio que les atañen más que a cualquier otra parte interesada. Allí se ubica el problema político de fondo en la crisis socio-ambiental que nos aqueja. 

Guillermo Castro H./ Especial para Con Nuestra América
Desde Alto Boquete, Panamá

“A lo que se ha de estar no es a la forma de las cosas, sino a su espíritu. Lo real es lo que importa, no lo aparente. En la política, lo real es lo que no se ve.” 

José Martí, 1891[1]


En 2021 tuvo lugar la 26ª Conferencia de las Partes sobre Cambio Climático en Glasgow, Escocia. [2] El evento reunió a “120 líderes mundiales y más de 40.000 participantes inscritos, entre los que se incluían 22.274 delegados de las partes, 14.124 observadores y 3.886 representantes de los medios”, que abordaron “los fundamentos científicos, las soluciones, la voluntad política de tomar medidas y las indicaciones claras para la acción por el clima.” De allí resultó el Pacto de Glasgow para el Clima, que – al decir de António Guterres, Secretario General de las Naciones Unidas -, reflejaba “los intereses, las condiciones, las contradicciones y la voluntad política en el mundo actual”, si bien “desgraciadamente, la voluntad política colectiva no ha sido suficiente para superar algunas contradicciones fuertemente arraigadas.”

 

En el camino al evento, la socióloga belga Francine Mestrum publicó un artículo en planteaba que para entonces ya se sabía lo que era necesario hacer, pero no se lo hacía “en parte porque no queremos, en parte porque no podemos, en parte porque no sabemos cómo.”[3] Allí, tras señalar la brecha entre lo que la comunidad científica advertía y lo que en efecto hacían los gobiernos, recordaba que durante décadas los informes del Panel Internacional sobre el Cambio Climático habían sido “una fuente de valiosos conocimientos” que conducía “a una mayor comprensión y a más preguntas”, pero que en la práctica los políticos persistían “en evadir decisiones difíciles.”

 

Esa brecha entre los científicos y los políticos, sin embargo, no está vacía. La ocupan sociedades que han venido a quedar aisladas de procesos de cambio que les atañen más que a cualquier otra parte interesada. Allí se ubica el problema político de fondo en la crisis socio-ambiental que nos aqueja. 

 

En lo político, las señales de aviso datan oficialmente de 1972, cuando la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Humano realizada en Estocolmo, se constituyó -al decir de la ONU - en “la primera… en hacer del medio ambiente un tema importante.” La  Declaración y el Plan de acción de Estocolmo para el medio humano allí adoptados, en efecto, contenían 26 principios y 109 recomendaciones “para la gestión racional del medio ambiente”, que abrían paso a “un diálogo entre los países industrializados y en desarrollo sobre el vínculo entre el crecimiento económico, la contaminación del aire, el agua y los océanos y el bienestar de las personas en todo el mundo.” 

 

El Plan de Acción establecía además “un programa global de evaluación del medio humano”; actividades de “ordenación del medio humano”, y “medidas internacionales auxiliares de la acción nacional e internacional de evaluación y ordenación”. Y a ello se agregaba, como “uno de los principales resultados de la Conferencia”, la creación del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, quizás el resultado más permanente de aquel evento.[4]

 

De entonces acá, decía Mestrum, “miles de movimientos” han actuado “para generar conciencia sobre la inminente crisis y la necesidad de cambiar nuestro sistema económico y social” antes de que la normalidad vigente agrave el problema hasta ponerlo más allá de toda gestión racional para la sustentabilidad del desarrollo humano. Sin embargo, agregaba, “a medida que vamos tomando conciencia de la crisis y de lo que hay que hacer al respecto, el horizonte de las medidas prácticas y concretas va desapareciendo.”

 

Parte del problema radica en la heterogeneidad de esos movimientos. En el mundo Noratlántico han tenido sus raíces en capas medias urbanas y sectores académicos, interesados sobre todo en la conservación de ecosistemas amenazados por los males del Antropoceno. En el Sur global esas raíces se hunden en movimientos campesinos e indígenas, y en sectores minoritarios de capas medias a menudo vinculados a grandes transnacionales del ambientalismo Noratlántico, en las que el conservacionismo ambiental suele asociarse a una postura paternalista en el mejor de los casos – y excluyente en el peor – con respecto al mundo rural.

 

El carácter conservador de ese movimiento global limita la eficacia de sus propuestas. Así, por ejemplo, Mestrum recordaba que, ante las advertencias del movimiento de decrecimiento económico para prevenir la escasez de recursos naturales, el Banco Mundial “dio inmediatamente la vuelta a este razonamiento. No se trata de crecer menos para proteger el medio ambiente, sino de proteger el medio ambiente de manera que el crecimiento siga siendo posible.” 

 

Sin embargo, el curso de los acontecimientos persiste en destacar que el crecimiento sostenido promovido hasta hoy por el sistema internacional constituye, ya, la principal amenaza a la sustentabilidad del desarrollo humano. En este sentido, pasar a un decrecimiento planificado para evitar el despilfarro de recursos demanda un sistema económico que no tenemos hoy, y eso demanda a un tiempo la definirlo en sus funciones, su estructura y los medios para llegar a establecerlo. 

 

Esto se extiende incluso al caso de las llamadas “opciones verdes”. En efecto, la producción de turbinas eólicas y paneles solares “no solo requiere una gran cantidad de materias primas, sino que además tienen una vida útil limitada y, por tanto, producen grandes montañas de residuos que solo pueden reciclarse parcialmente.” Así, un estudio del Banco Mundial de 2019, titulado “Minerales para la acción climática: la intensidad mineral de la transición hacia la economía limpia” concluía que 

 

la producción de minerales, como el grafito, el litio y el cobalto, podría aumentar casi un 500 % para 2050, a fin de satisfacer la creciente demanda de tecnologías de energía limpia. Se estima que se necesitarán más de 3000 millones de toneladas de minerales y metales para implementar la energía eólica, solar y geotérmica, así como el almacenamiento de energía, necesarios para lograr un futuro con una temperatura inferior a 2 °C.[5]

 

Y a ello cabía agregar el incremento en la demanda de minerales como el hierro, el cobre, el aluminio, el cromo, el plomo, el manganeso, el molibdeno, el níquel, la plata, el titanio, el zinc y el vanadio para mediados de este siglo.

 

La extracción masiva de tales recursos puede tener consecuencias socio-ambientales capaces de generar una caída en la popularidad de la llamada energía “limpia” en el marco de un sistema económico en el cual “se puede rechazar la minería, pero entonces hay que estar dispuesto a renunciar a la energía disponible, como a los teléfonos móviles, ordenadores portátiles, coches, trenes y aviones.” Esto, considerando además el incremento sostenido de la producción genera un volumen de desechos cada vez mayor en toda la cadena de producción y consumo, que demandaría atender “con especial cuidado” las posibilidades de reciclaje y reutilización de las materias primas, tan improbables a corto plazo como el hidrógeno verde o azul, la captura y almacenamiento de CO2 y la fusión nuclear.

 

Para Mestrum, la mayor dificultad radicaba ya entonces en la resistencia social al cambio. “Durante décadas”, planteaba, “se nos ha dicho lo que debemos o no debemos hacer: comer menos carne, abandonar el coche, dejar de viajar y volar, ahorrar energía, no usar bolsas de plástico... etcétera, etcétera”. Pero el problema radica en que “las grandes empresas químicas y mineras pueden seguir contaminando los grandes ríos”, los mares “siguen siendo devastados”, y el complejo militar-industrial de las sociedades más desarrolladas se mantiene activo y en constante expansión. Ante esa situación, añadía, la gente común del mundo Noratlántico carecía de un estímulo verdadero para reducir su consumo en forma drástica, mientras la otra mitad del mundo no tiene un consumo que pueda reducir. 

 

En breve, en lo que hace al cambio climático como aspecto principal de la crisis socio-ambiental global que encara la Humanidad, “las energías limpias suponen un gran extractivismo, una economía diferente que no se centre en el crecimiento no está ni siquiera en sus inicios […]. Es un dilema al que ninguna conferencia ni ningún movimiento tiene respuesta.” Es desde esta situación que un sistema internacional en crisis celebrará su 30ª Conferencia de las Partes sobre Cambio Climático del 10 al 21 de noviembre próximo en la ciudad de Belém, en la Amazonía brasileña.[6]

           

Las metas generales son las mismas. La situación es cada vez peor. Por lo mismo, el problema ha pasado de la ecología sin más a la ecología política, que se ocupa del tipo de conflictos que tanto limitan la eficacia de este tipo de eventos. Aquí, la raíz del problema radica en un conflicto entre lo aparente y lo real, pues el sistema puede llamarse internacional, pero en realidad es interestatal. Esto le impide asumir que si deseamos un ambiente distinto será necesario construir en todas las regiones del planeta sociedades que sean prósperas en la medida en que sean equitativas, sostenibles y democráticas. Aquí, el problema político de fondo radica en constituir sociedades capaces de acordar las soluciones que todas demandan, estando a lo real y no a lo aparente, como nos lo dijera José Martí.

 

Alto Boquete, Panamá, 14 de mayo de 2025

 

NOTAS:

[1] “La Conferencia Monetaria de las Repúblicas de América”. La Revista Ilustrada, Nueva York, mayo de 1891. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. VI, 158.

[2] https://www.un.org/es/climatechange/cop26

[3] Francine Mestrum, Dra. en ciencias sociales por la Universidad Libre de Bruselas: “Sabemos qué, pero ¿sabemos cómo? Estrategias de sostenibilidad.” 28/10/2021 https://www.alainet.org/es/articulo/214225

[4] https://www.un.org/es/conferences/environment/stockholm1972

[5] https://www.worldbank.org/en/topic/extractiveindustries/brief/climate-smart-mining-minerals-for-climate-action

[6] https://unfccc.int/process-and-meetings/conferences/un-climate-change-conference-belem-november-2025/the-road-to-belem#:~:text=La%20Presidencia%20entrante%20de%20la%20COP%2030%20celebr%C3%B3%20una%20reuni%C3%B3n,21%20de%20noviembre%20de%202025

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