sábado, 10 de mayo de 2025

De la naturaleza en José Martí

Para Martí, la naturaleza es concebida en su relación con los seres humanos que interactúan con ella en la producción de sus medios de vida, la construcción de su identidad y el ejercicio de su cultura.

Guillermo Castro H. / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad de Panamá

“Naturaleza es todo lo que existe, en toda forma -espíritus y cuerpos; corrientes esclavas en su cauce; raíces esclavas en la tierra; pies, esclavos como las raíces; almas, menos esclavas que los pies.  El misterioso mundo íntimo, el maravilloso mundo externo, cuanto es, deforme o luminoso u oscuro, cercano o lejano, vasto o raquítico, licuoso o terroso, regular todo, medido todo menos el cielo y el alma de los hombres [palabra ininteligible] es Naturaleza.”

José Martí[1]


En el pensar martiano, la naturaleza constituye un importante elemento articulador, junto a otros como la virtud, la Humanidad, nuestra América y Cuba. Se trata, en este caso, de una categoría a un tiempo científica y cultural – y por tanto estética, moral, afectiva y política. Así emerge, en efecto, en una amplia diversidad de usos, entre los cuales figuran por ejemplo el texto que en 1881 dedica a los paisajes de Venezuela; los dedicados en 1882 a la muerte del filósofo Ralph Waldo Emerson[2] y a la del científico Charles Darwin[3]; su poemario Versos Sencillos; su ensayo mayor Nuestra América[4], de 1891, y sus cartas a María Mantilla[5], escritas en las vísperas del permanente fulgor de su caída en combate.

 

Esos significados adquieren mayor precisión histórica cuando vemos que en el universo intelectual de Martí convergen corrientes de pensamiento que van desde el peculiar deísmo de Baruj Spinoza hasta la dialéctica hegeliana, el positivismo de Herbert Spencer y el liberalismo democrático que animó la vida política de su generación. Así, la huella de Spinoza se hace sentir en aquel “A Dios no es necesario defenderlo; la naturaleza lo defiende”[6], que afloraría en sus reflexiones sobre Emerson, cuando se pregunta

 

“¿Pero está Dios fuera de la tierra? ¿Es Dios la misma tierra? ¿Está sobre la Naturaleza? ¿La naturaleza es creadora, y el inmenso ser espiritual a cuyo seno el alma humana aspira, no existe? ¿Nació de sí mismo el mundo en que vivimos? ¿Y se moverá como se mueve hoy perpetuamente, o se evaporará, y mecidos por sus vapores, iremos a confundirnos, en compenetración augusta y deleitosa, con un ser de quien la naturaleza es mera aparición?”[7]

 

En Martí, ese vínculo con Spinoza tiene lugar en el mismo momento de la geocultura del sistema mundial en el que Federico Engels resaltaba dos etapas en el proceso histórico de formación de la ciencia como campo del saber. La primera, correspondiente al siglo XVII, es aquella en que la ciencia inicia su proceso de separación de la teología, para afirmar “la inmutabilidad absoluta de la naturaleza”, según la cual ésta, “independientemente de la forma en que hubiese nacido, una vez presente permanecía siempre inmutable, mientras existiera.” Con ello, “una vez puestos en movimiento por el misterioso ‘primer impulso’”, las estrellas “permanecían eternamente fijas e inmóviles en sus sitios, manteniéndose unas a otras en ellos en virtud de la ‘gravitación universal’”, mientras la Tierra

 

permanecía inmutable desde que apareciera o —según el punto de vista— desde su creación. Las «cinco partes del mundo» habían existido siempre, y siempre habían tenido los mismos montes, valles y ríos, el mismo clima, la misma flora y la misma fauna, excepción hecha de lo cambiado o trasplantado por el hombre. 

 

Con ello, en oposición a la historia de la humanidad, “que se desarrolla en el tiempo, a la historia natural se le atribuía exclusivamente el desarrollo en el espacio”, negando “todo cambio, todo desarrollo en la naturaleza. Esa situación, agrega Engels, empezó a cambiar con la publicación en 1755 de la Historia universal de la naturaleza y teoría del cielo, de Immanuel Kant, en la cual “La cuestión del primer impulso fue eliminada; la Tierra y todo el sistema solar aparecieron como algo que había devenido en el transcurso del tiempo.” Con ello, si la Tierra “era algo que había devenido”, también lo habían hecho su estado geológico, geográfico y climático, así como sus plantas y animales, con lo cual “no sólo debía tener su historia de coexistencia en el espacio, sino también de sucesión en el tiempo.”[8]

 

Esa visión de una naturaleza “en un proceso de devenir y de cambio” vino a encontrar respaldo a lo largo de la primera mitad del siglo XIX con el desarrollo de la ciencia en campos como la geología, la física, la astronomía, la química y la biología, que se vio coronada con la publicación de El Origen de las Especies, de Charles Darwin, en 1859. En ese entorno, Martí asumió y mantuvo como un problema de primer orden el vínculo entre la ciencia como forma específica del conocer, y la cultura, como campo más amplio del saber y el hacer o, si se quiere, de la praxis. 

 

Para 1875, cuando era un joven intelectual de 22 años de edad que colaboraba en México en una publicación vinculada al liberalismo democrático de su tiempo, se refirió en uno de sus artículos a la ciencia como “el conjunto de los conocimientos humanos aplicables a un orden de objetos, íntima y particularmente relacionados entre sí”, precisando enseguida que ella era “el fundamento de conocer: no es el resultado de haber conocido.”[9] Y agregó enseguida una observación que vendría a ser constante en su relación con el mundo natural:

 

Lo verdadero es lo sintético.  En el sistema armónico universal, todo se relaciona con analogías, asciende todo lo análogo con leyes fijas y comunes. Como desde las eminencias abarcan los ojos extensión mayor de tierra, desde el resultado concreto, desde la ley común y fija, desde la deducción análoga que de la contemplación de los seres resulta, abárcase y compréndese número mayor y naturaleza clara de los seres creados.[10]

 

Desde allí pudo decir Martí, ya en la década de 1880, que los hechos eran “la base del sistema científico, sólida e imprescindible base, sin la cual no es dado establecer, levantar edificio alguno de razón”. Y agregaba enseguida que había hechos “superficiales y profundo”, “de flor de tierra y de subsuelo”, y a veces “así como el rostro suele ser diverso del hombre que lo lleva, así la forma y aparente del hecho es contraria a su naturaleza escondida y verdadera. Y hay hechos del mundo del espíritu.”[11]

 

Y a esto agregó una observación de la mayor importancia, que atribuye el vínculo entre esos hechos a un tiempo diversos e interdependientes entre sí, a la interacción constante entre la especie humana y su entorno natural en términos que bien podrían encontrar lugar en los estudios contemporáneos de la historia ambiental de nuestra América: 

 

Cuando se estudia un acto histórico, o un acto individual, cuando se los descomponen en antecedentes, agrupaciones, accesiones, incidentes coadyuvantes e incidentes decisivos, cuando se observa como la idea más simple, o el acto más elemental, se componen de número no menor de elementos, y con no menor lentitud se forman, que una montaña, hecha de partículas de piedra, o un músculo hecho de tejidos menudísimos: cuando se ve que la intervención humana en la Naturaleza acelera, cambia o detiene la obra de ésta, y que toda la Historia es solamente la narración del trabajo de ajuste, y los combates, entre la Naturaleza extrahumana y la Naturaleza humana, parecen pueriles esas generalizaciones pretenciosas, derivadas de leyes absolutas naturales, cuya aplicación soporta constantemente la influencia de agentes inesperados y relativos.[12]

 

Aquí, un elemento de especial interés consiste en esa “intervención humana en la Naturaleza”, que Engels remite al trabajo como medio orgánico de relación entre ambas partes.[13] Otro, en el rechazo de Martí a aquellas generalizaciones pretenciosas, características del cientificismo positivista que vendría a ser dominante en la cultura del Estado liberal oligárquico, que él sometería a tan dura crítica en sus años de madurez.

 

Para Martí, la naturaleza es concebida en su relación con los seres humanos que interactúan con ella en la producción de sus medios de vida, la construcción de su identidad y el ejercicio de su cultura. A eso, por ejemplo, se refiere su alusión constante al “hombre natural”, que es el protagonista colectivo de su ensayo Nuestra América: aquel que en el plano cultural ha vencido “al criollo exótico”, dejando en evidencia que entre nosotros “no hay batalla entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza”.[14]

 

Desde allí venimos los latinoamericanos a sumarnos a la lucha de la Humanidad entera por crear las condiciones que hagan sostenible su desarrollo en el marco de la crisis socio-ambiental que enfrentamos todos. Así encaramos, hoy, la tarea de crecer con el mundo para ayudarlo a cambiar.

 

Alto Boquete, Panamá, 6 de mayo de 2025



[1] “Juicios. Filosofía” / 2. s.f. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. XIX, 364.

[2] “Emerson”. La Opinión Nacional, Caracas, 19 de mayo de 1882. Ibid., XIII, 17-32.

[3] “Darwin ha muerto”. La Opinión Nacional, Caracas, julio de 1882. Ibid., XV, 371-382.

[4] Ibid., VI, 15-22

[5] Ibid., XX, 207-220.

[6] “Agrupamiento de pueblos”. La América, Nueva York, junio de 1883. Ibid., VII, 326.

[7] “Emerson”. La Opinión Nacional, Caracas, 19 de mayo de 1882. Ibid., XIII, 26- 27,

[8] Engels (1875): “Introducción a la Dialéctica de la Naturaleza”. C. Marx, F. Engels. Obras Completas en Tres Tomos. Editorial Progreso, Moscú, 1974. III, 45.

[9] “Escenas mexicanas”. Revista Universal, México, 18 de junio de 1875. Ibid., VI, 233 – 234.

[10] Ídem.

[11] Artículos varios: “Serie de artículos para La América”. Ibid., XXIII, 44.

[12] Ídem

[13] Engels, Federico (1876): “El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre”. Ibid, III: 66-79.

[14] “Nuestra América”. El Partido Liberal, México, 30 de enero de 1891. Ibid., VI, 17.

 

No hay comentarios: