sábado, 27 de junio de 2020

El fuego purificador, antes y después del COVID-19

La doctrina bautizada como “fascismo blando” genera una acción desgarradora, la autocensura de la ciudadanía y la mordaza política al gremio artístico. El pensamiento crítico prisionero, la palabra callada, las notas no escritas, el poema de receta y no el que se siente.


Nuria Rodríguez Vargas 
Especial para Con Nuestra América

La censura del arte, práctica tan antigua como posmoderna, ha existido en todas las épocas y culturas. En América Latina, ejercida por la milenaria iglesia, defensora de la tradición y el ritual e irónicamente, ligada a la expresión artística y las alegorías. Hoy, también ejercida por grupos religiosos, provenientes del Norte, en el pasado, llamado “imperialismo blando”. Descendientes de los puritanos del Mayflower, defensores de la moral, el pudor y el recato. Hoy, endurecidos, convertidos en actores político-religiosos en ascenso, muy preocupante.

  

En oposición, existe otra censura, suena insólito. La censura del lado que se autoproclama como antagonista de los grupos anteriores. Este nuevo “humanismo” se caracteriza por ser recatado, puro y creyente en la corrección política, pues no entiende de alegorías. Sus feligreses provienen de todas las ideologías políticas (a la caza de oportunidades) y de “todos” los sectores: corporaciones, medios masivos, empresarial, entretenimiento y de las universidades, en sus orígenes fundadas sobre el valor de la libertad de pensamiento. Su método es la evangelización. Se aprovecha de causas justas y las utiliza para la separación en múltiples sectas. Su estandarte la superioridad moral. Sus versículos, los eslóganes. Se basa en el matrimonio con la literalidad, rechazo de la obra y creador que no siga su palabra, además de la acusación en las redes sociales. Su “crítica” se enfoca en la vida de quienes crean, en señalar sus pecados, en vez de estudiar sus propuestas artísticas. Hogueras simbólicas.

 

¿Por qué temen tanto a la ficción? ¿Por qué les asusta más la violencia retratada en una novela, cuento o película que la que existe en su barrio o país? Aunque la realidad en la que vivimos sea tan cruda como las ficciones censuradas. En las últimas semanas, una mujer costarricense diagnosticada con COVID-19 apedreada por sus vecinos nos transportó a las lapidaciones de los tiempos bíblicos; en Guatemala, un guía espiritual maya fue inmolado por una turba; una joven costarricense de 23 años fue horriblemente asesinada; un agricultor de Cartago, en Costa Rica, se suicidó por no poder hacerle frente a las deudas; a nivel nacional, se han prendido chispas de xenofobia y nacionalismos ardientes…

 

Esta pandemia ha puesto al descubierto que los seres humanos más oprimidos siguen siendo quienes pertenecen a las clases sociales más desposeídas. Se encendió la chispa y se descubrió el agua tibia. Sí, en las clases menos privilegiadas en las que sobreviven, personas de todos los géneros, etnias, colores, orientaciones sexuales, religiones, sensibilidades y que a la vez pasan por los “ismos” como racismo y sexismo.

 

El arte se alimenta en parte de la realidad, de la imaginación y crea otras realidades. Este tipo de creatividad se ha convertido en una amenaza para este “humanismo” llamado neoliberal, por la pensadora estadounidense Nancy Fraser.  Se comenzó a instaurar en las universidades de Estados Unidos hacia finales de los años ochenta, con la fe puesta en la corrección política, con pretensiones de evangelización doméstica y fuera de sus fronteras.

 

Esta doctrina bautizada como “fascismo blando” genera una acción desgarradora, la autocensura de la ciudadanía y la mordaza política al gremio artístico. El pensamiento crítico prisionero, la palabra callada, las notas no escritas, el poema de receta y no el que se siente. Las personas del arte respaldando la censura por temor a las etiquetas; guitarristas mutilándose los brazos, pintores clavándose estacas en los ojos, y cantantes cortándose la lengua y las cuerdas vocales. Imagen dantesca. 

 

En el sector educativo estadounidense la policía de la corrección política ha sido muy efectiva. Harto conocidos los escándalos de las universidades Yale y Evergreen alrededor del tema. Se dictaminó que la lectura de Virginia Woolf puede activar las tendencias suicidas (Rutgers), leer mitología griega, puede despertar el abuso sexual (Columbia), obras de Mark Twain y Harper Lee sacadas de programas educativos por considerarse racistas… la lista es extensa. Mientras el “activismo social” de las burbujas privilegiadas se enfocaban en esta represión “policial” y división humana; las personas reales, de clases empobrecidas y minorías continúan viviendo en condiciones sociales terribles. El COVID-19 vino a confirmarlo. Parece que esta nueva “sensibilidad” más interesada en la homogenización moral que en la igualdad social, ha sido una farsa, un fracaso.

 

A América Latina, también llegó, hay creadores y libros censurados por la oficialidad, o por grupos exclusivos ligados a estas “nuevas” ideologías. Incluye a notables referentes de todas las épocas y obras que engrandecieron nuestras letras y pensamiento. Las razones del linchamiento, según ellos, hacer un revisionismo histórico, en realidad, son acusaciones moralistas, más bien, parecen salidas de la cabeza de un líder religioso fundamentalista que de la de una persona estudiosa.

 

¿Qué pasará después del COVID-19 con respecto a este tema en América Latina?

 

Ojalá que la universidad latinoamericana no olvide el espíritu de la Reforma de Córdoba, su lucha contra el dogma y contra la lejanía de lo estético y lo científico. Ojalá que el pensamiento latinoamericano pionero y crítico no sea excomulgado (o sustituido por remedos) y se estudie de manera racional y sensible. Que los libros de posiciones infames se combatan con argumentos, no con fuego, debe quedar constancia de las aberraciones escritas en el pasado para no repetirlas. De manera que en las ferias del libro latinoamericanas no sobresalgan las hogueras como alguna vez pasó en Berlín, Buenos Aires y Sarajevo. Ojalá que dejemos de imitar, pues el colonialismo mental empieza por ahí. Y que haya menos artistas descendiendo al Hades. Que el miedo o el oportunismo no enturbie su sensibilidad creadora y crítica. Y que haya más colores, imágenes y alegorías en las paredes y no pintores y murales censurados. Ni libros y autores satanizados u olvidados.


Dos caras de una misma moneda, dos posiciones extremas, la de siempre y la que se pregona como abierta y justiciera. Dos posiciones preocupantes. La censura del arte es peligrosísima. Hay que neutralizar ese fuego purificador, pensando con cabeza propia, como siempre defendió José Martí. 

 

1 comentario:

Unknown dijo...

Nuria me impresionó gratamente cuando tomé clases con ella en el Instituto de Estudios Latinoamericanos de la UNA, Heredia, Costa Rica. Cómo no recordar la construcción de personas libres y con pensamiento crítico, evocando también el aula con Rafael Cuevas, Marcela Ramirez, Rodolfo Meoño y Andrés Rojas. Ni qué hablar de la vibrante sangre joven de mis compañeros y compañeras del Campus Omar Dengo. Felicitaciones Nuria. Que tu pensamiento siga fluyendo libre a través de la palabra, esa que alimenta y guía ...