sábado, 6 de junio de 2020

No te atrevas a poner tú rodilla en nuestro cuello / Don't you dare put your knee on our neck

No te atrevas a poner tus rodillas en el cuello del débil si es amor lo que quieres. No esperes cálidos abrazos si traes el puñal del odio y el crimen en tus manos. No insistas en pregonar dogmáticamente a los cuatro vientos falsas bondades y fraudulentas pacíficas vocaciones, si lo que llevas en las entrañas es la más pura hiel de tú esencia genética. 

José Toledo Alcalde / Para Con Nuestra América

La metáfora perfecta.  El sueño del imperio: erguirse sádicamente sobre el débil. En los inicios fueron argollas que – cual bestias de carga – colocaron en las narices de cientos de miles de seres humanos vendidxs y esclavizadxs fuera de toda humana lógica para arrastrarlos a sus productivas haciendas templos del poder. Y, la historia se repite de generación en generación. La llaman la segunda guerra civil en los EE.UU, si no existió arrepentimiento, transformación radical de las estructuras mentales de opresión, terminará esta segunda guerra y no tardará mucho para empezar la tercera y la cuarta. No debemos permitir que esas rodillas lleguen a nuestros cuellos. No deben permitirse pensar que lo podrían hacer.

Desde mi experiencia como afroperuano, cuando de boca de una de mis últimas tías – nacidas en el sur limeño - me enteré que un viejito, negrito, flaquito, sentado en un rincón de la cocina, con el pelo blanquito, tenía una argolla en la nariz supe que me estaba hablando de uno de mis ancestros, sobrevivientes del vejamen de la esclavitud. Cuando escuchaba la narrativa, y veía su mirada perderse en los claroscuros de aquellos años, sentí mi historia, y la de los míos, concentrarse en aquel preciso momento. Sentí la rodilla quererme quitar el oxigeno y no se lo permití. 

Cuando me imaginaba a mi padre – aún menor – jugar inocentemente alrededor de aquel tío-abuelo viejito con una argolla en la nariz, sentí que no pude respirar. Y, nuevamente, no se lo permití.

Cuando la historia me sumergía en el mundo de pobreza de mis ancestros y en ello el mundo de juegos de mi padre en medio del campo y de la rodilla de relaciones clasistas, racistas e inhumanas sobre nuestros cuellos, no pude respirar. Y, nuevamente, no se lo permití.

No hay más cruel y criminal pandemia que la ignorancia y el odio. El virus por lo visto no contento con confinarnos; tenía su plan de lanzar a las calles multitudes – en el país más golpeado del planeta -  y no para ir de shooping, a tomar unas copas o respirar aire puro y sin mascarillas en el nuevo mortuorio del City Park en NY.  

¿Cómo podría firmarse un acuerdo de paz en el país de las libertades que se levantó sobre esclavitud, miseria, mentira, estafa, saqueo, coerción y muerte? Si se atrevieron a proponer un descabellado “Acuerdo del Siglo” legitimando el saqueo del pueblo palestino ¿Existirá un “Acuerdo del Siglo” ad intra donde antes que saqueos y opresiones - de todo tipo - se devuelva lo robado y restituyan dignidades al expoliado pueblo afroamericano? 

En estos tiempos - de profundas y laceradas heridas - recordamos lamentos como los de Salmos 93: ¿Hasta cuándo, Señor, los culpables, ¿hasta cuando triunfarán los culpables?  Discursean profiriendo insolencias, se jactan los malhechores; trituran, Señor, a tu pueblo,  oprimen a tu heredad;  asesinan a viudas y forasteros,  degüellan a los huérfanos,  y comentan: "Dios no lo ve[…]no se entera"

Y, es allí, en el vacio de tiempo entre la violencia y la impotencia en donde se enciende el fuego de la dignidad. Es en ese minúsculo espacio de reencuentros e inspiraciones donde la injusticia y el desamor transformados en indignación insurgen hastiados de la misma y única expresión de gobernabilidad esperada de la patología del poder: asfixiar al débil. Y, nuevamente, no se lo permitiremos. 

Y, la rodilla en el cuello es destruir derechos sociales de pueblos enteros; ordenar invasiones so pretexto de pacificación del planeta; decretar sanciones coercitivas que asesina asfixiando pueblos enteros; planificar el control del mundo por medio del terror y el crimen sin límites; ulular con biblia en mano paz, paz, paz mientras se usa la violencia como único instrumento de nefasta “evangelización”.  

¿Cómo piensan acabar con la barbarie estructural que sobrevive en base a sangre inocente? ¿Cómo es posible que hablen de sangre derramada en las calles si son los principales en derramarla en el mundo? En las leyes de su perfecto “mercado democrático” es lícito transar barriles de sangre por barriles de petróleo. 

Pisaste el cuello del débil como práctica de gobernabilidad e hiciste del refrán "habla suavemente y lleva un gran garrote, así llegarás lejos" (speak softly and carry a big stick, you will go far) tu más preciada y sofisticada arma diplomática. Y, nuevamente, no se lo permitiremos.

Carter Heyward lanzó la advertencia: Independientemente de nuestras buenas intenciones, nuestros pies siempre se colocarán directamente en el cuello de alguien, tal vez cuando menos nos demos cuenta. Y es la vocación amorosa y justa de aquellos a quienes humillamos para pedirnos que les quitemos los pies [rodillas] del cuello […]  y finalmente, si nos negamos nos noquearan.[1]

No te atrevas a poner tus rodillas en el cuello del débil si es amor lo que quieres. No esperes cálidos abrazos si traes el puñal del odio y el crimen en tus manos. No insistas en pregonar dogmáticamente a los cuatro vientos falsas bondades y fraudulentas pacíficas vocaciones, si lo que llevas en las entrañas es la más pura hiel de tú esencia genética. 

Si Dios todo lo creo por medio del soplo de vida, no te atrevas a destruir aquello que no creaste con la rodilla de la muerte. Que monumental diferencia de aquellxs que doblan sus rodillas en signo de gratitud y humildad hacia la madre tierra con aquellxs que se arrodillan para regar la tierra con sangre inocente. 

No es suficiente la justicia para que exista paz. Sin amor no hay paz. Se requiere compasión, humildad, reciprocidad, solidaridad, empatía, salud mental, emocional y espiritual, veracidad. Todo esto y mucho más debe ser el signo que caracterice el paradigma que gime por nacer. Y, nuevamente, no se atrevan. ¡No se lo permitiremos!

¡Los pueblos tienen la palabra!


[1] Heyward, Carter. Our Passion for Justice. Images of Power, Sexuality, and Liberation. Cleveland, Ohio, The Pilgrim Press, p 88, 1984. Traducción nuestra. 

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