sábado, 5 de febrero de 2022

La pandemia vista en clave política

 Con detallismo de entomólogo, José Rafael Lantigua describe en “Democracia y pandemia” los hechos  públicos que se desencadenaron desde que el virus entró en la República Dominicana  a través de un turista italiano de 62 años.  Y  aquellas otras situaciones a las que atendió, leyó, investigó y lo abrumaron en lo personal desde marzo de 2020, o algo antes cuando empezaron a correr noticias por el mundo sobre una rara enfermedad  que circulaba en Wuhan.

Carlos María Romero Sosa / Para Con Nuestra América

Con la experiencia vivida estos  dos años últimos,  pocas palabras deben representar en la conciencia colectiva dimensiones más opuestas y contradictorias entre sí que los términos “democracia” y “pandemia”. Salvo el caso de emplear la primera de ellas, o su derivación: “democratizar”, con el sentido de poner algo, antes inaccesible a las mayorías, al alcance de todos o en una extensión más peyorativa de nivelar hacia abajo. Así sucede cuando se dice por ejemplo que se democratizó la droga  en la medida que ahora es consumida en los barrios humildes, lo que poco tiene que ver con la soberanía del pueblo y el legado político del ateniense Clístenes. 
 
Porque si la democracia debe remitir al concepto de libertad responsable y de autodeterminación de los ciudadanos, el mal planetario que no termina de mutar y se avizora que continuará así hasta agotar el alfabeto griego mediante el cual se registran sus variaciones, ha implicado para las personas comunes restricciones y controles, algunos necesarios y justificados en tanto que en otras circunstancias -en la ciudad y el mundo, sin distingos- resultaron  exagerados y abusivos y en todo caso pergeñados desde los poderes y por los poderosos con inapelables muestras de autoritarismo a veces, para experimentar con la gente de a pie a suerte y error. Sin contar que gobernantes neoliberales prejuiciosos en su elitismo plutocrático contra todo lo popular y egoístamente individualistas, descubrieron que el concepto escolástico de bien común les venía como anillo al dedo para disciplinar a sus poblaciones.                                                          
 
Qué duda cabe que lidiar con el Covid 19 –o la Covid 19, ya que se permite el femenino- ha incorporado en buena parte de la humanidad rutinas,  inquietudes y desasosiegos. Lo seguirá haciendo sin duda tanto la presencia del virus, como su sombrío recuerdo cuando no tenga a quien infectar ya. Por ahora son más las interrogaciones a su jinete apocalíptico a medir en nanómetros que las respuestas, las que si en una primera etapa fueron requeridas preferentemente a las ciencias médicas  y la química, con el paso del tiempo se han ido abriendo en abanico hacia las ciencias sociales y políticas, la economía, la ecología, la filosofía, cuando no la religión y las ciencias sagradas.  
 
La pandemia hizo pensar a los que nunca tuvieron pereza en hacer trabajar el celebro, como Noam Chomsky que advirtió en una entrevista de la que dio cuenta el diario porteño Clarín el 21 de abril de 2020, que la pandemia puede llevar a Estados altamente autoritarios y represivos y que en general los gobiernos están siendo parte del problema y no de su solución.  Empero también dio luz verde para que se acuñaran frases del tipo de los imperativos presentes en los libros de autoayuda, como esa voluntarista muletilla mediática, a sonar como una palmada en la espalda para los temerosos y temblorosos –casi todos lo fuimos en reacción más devenida del instinto de conservación que de compartir los padecimientos existenciales de Kierkegaard- sobre la superstición que vamos a salir mejores. ¿Y por qué habríamos de salir mejores, si ni el mismísimo diluvio universal modificó la esencia humana? Además de no aclararse si la presunta mejora será de carácter ético o económico, cosa esta última descontada para los dueños de los consorcios farmacéuticos.          
                                                   
Si tanto da para meditar este flagelo que a poco de invadir la República Argentina puso entre los primeros ranking de lecturas la novela de Albert Camus “La peste”, otro libro de algo menos de trescientas páginas publicado en el mes de noviembre de 2021 en Santo Domingo (República Dominicana): “Democracia y pandemia”, traza varias líneas tendidas desde el foco de los problemas actuales suscitados por el advenimiento planetario del Covid 19 y sus innumerables e imprevisibles efectos, uno no menor el peligro de las medidas sanitarias que se toman sobre la democracia. 
                                                     
Su autor, José Rafael Lantigua,  es una de las mayores figuras de la cultura dominicana y de las Antillas en general. Poeta, analista político, ensayista, comediógrafo, crítico literario, director de publicaciones de la significación de la revista Global, académico numerario de letras en la Tierra Primada de América y correspondiente de la Real Academia Española de la Lengua, fundó y presidió la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo, fue Secretario de Cultura de su patria y entre los años 2004 a 2012 Ministro de Cultura. 
 
Fiel a una trayectoria intelectual jalonada por obras tales como “La conjura del tiempo”, “Domingo Moreno Jimenes, biografía de un poeta”, “Duarte en el ideal”, “Un encuentro con el Comandante”, “Temblor de isla”, “La palabra para ser dicha”, “Islas en el sol, antología del cuento cubano y dominicano”,  o los siete tomos de  “Espacios y resonancias” donde reunió gran parte de sus ensayos de crítica literaria, aparte de sus varios celebrados y laureados poemarios el último de ellos: “Iniciación de la tarde” también de 2021, Lantigua no dispara en “Democracia y pandemia” denuncias de imposible verificación, ni da cuenta de  conspiraciones de grupos ocultos tras el fenómeno, aunque dedica un capítulo entero al tema de las influencias de personajes esotéricos y de sectas ocultistas en la política desde tiempos remotos y a buen entendedor... Y sobre todo frente a la propagación del científicamente designado Sars Cov 2 y oficialmente Covid 19, ni afirma ni desecha de plano que haya sido  creado en laboratorios.   
 
Con detallismo de entomólogo describe los hechos  públicos que se desencadenaron desde que el virus entró en la República Dominicana  a través de un turista italiano de 62 años.  Y  aquellas otras situaciones a las que atendió, leyó, investigó y lo abrumaron en lo personal desde marzo de 2020, o algo antes cuando empezaron a correr noticias por el mundo sobre una rara enfermedad  que circulaba en Wuhan. Lantigua, un católico formado por los sacerdotes salesianos, parece estar convencido de que cuando el futuro se oscurece ante los azotes de la naturaleza y las noticias falsas y desinformaciones periodísticas los enrarecen  más todavía en la “infodemia” que ha señalado el Papa Francisco, queda el recurso de afirmarse en la fe religiosa y en los reflejos del pasado para sobrellevar el presente con los destellos tanto de la Revelación cuanto de las mejores tradiciones terrenales, sin quitar lo sobrenatural a lo natural como predicó Chesterton. 
 
Con pericia de creador de ficciones intercala tiempos y cuando pone entre paréntesis los dolorosos efectos actuales del Covid 19, da color y calor al relato trayendo a cuento a su admirado líder el presidente Juan Bosch, depuesto en septiembre de 1963 a los pocos meses de iniciar el mandato. La inicial adscripción del autor al Partido Revolucionario Dominicano, fundado por el mismo profesor Bosch, y cuya juventud partidaria presidía en su Moca natal, no le impidió hacia 1966 al entonces adolescente Lantigua valorar la oratoria del opositor de derecha y largo historial trujillista Joaquín Balaguer, por tres veces primer mandatario del país quisqueyano.  
 
Conjuga esas historias y evocaciones de influencias políticas con datos precisos sobre otros momentos en que la humanidad y en particular su país se vieron víctimas de situaciones parecidas a la actual, aunque entonces con menos recursos tecnológicos y económicos para enfrentarlas. Y asimismo sin pretender aconsejar respecto a qué hacer en los encierros obligados, brinda en los capítulos finales el enriquecedor testimonio de sus propias cuarentenas sanitarias que supo llenar con lecturas y relecturas, desde Proust a Vargas Llosa. 
 
Es precisamente en esos capítulos que el escritor de garra y el crítico que por más de una década dirigió el suplemento cultural Biblioteca en el periódico dominicano Listin Diario, regala a los lectores su visión e interpretación de obras singulares. Una de ellas “Así en la paz como en la guerra”, el inicial libro de cuentos de Guillermo Cabrera Infante; toda una rareza bibliográfica en su poder adquirida en Cuba en 1999 en el secreto de una transacción  con cierto librero de la habanera calle Obispo, que ofrecía joyas de ese calibre compradas a quienes malbarataban sus bibliotecas  para subsistir durante el llamado “período especial en tiempos de paz”. La dura etapa iniciada en 1989 cuando colapsó la Unión Soviética y se endureció el bloqueo por parte de los Estados Unidos de Reagan, sin duda para acelerar aquel fin de la historia que le sopló al actor presidente su gurú Francis Fukuyama. Un  eclipse augurado por muchos que lejos estuvo de serlo para la revolución  triunfante en la Isla desde 1959. 
 
De la relectura que hizo en cuarentena del volumen del autor de “Tres tristes tigres”, desprenderá Lantigua sus comentarios sobre la narrativa cubana de la segunda mitad del siglo XX, en un cuadro que en pocas pinceladas describe estilos, atiende a los modismos empleados y a las fuentes inspiradoras de sus principales representantes: “Tres características, a mi entender, compendian la obra narrativa y ensayística de Cabrera Infante. El gran Carpentier fue un afrancesado. Lezama fue un batiborrillo de estilos complejos y de ingenio desbordado. Virgilio Piñera fue un descreído  cuya marcación descontroló sus epicentros temáticos. Cirilo Villaverde fue un costumbrista asentado en la sordidez de su tiempo como toda una gran revelación de la hazaña narrativa. Lydia Cabrera sentó su narrativa en la herencia africana. Y me detengo. Cabrera Infante es el escritor de su isla que mayor énfasis puso en el habla cubana, llevándola a límites desusados en la literatura de su patria. Para leer en cubano, nadie como el autor de Tres tristes tigres”. El segundo aspecto es el ideológico, primero contra Batista y luego sus interrogantes sobre la revolución que, prácticamente, marcaron su obra, pues todo lo que escribió o hizo publicar lo plasmó fuera de Cuba. Y, en tercer término, su formidable acopio de erotismo, como un subproducto lingüístico, en este caso, del habla y el hecho cubano que narra en sus relatos y novelas.”                       
 
Si pocos términos son más antitéticos que “Democracia” y “pandemia”, uno de los méritos de este libro en cuyo título figuran ambos, es vincularlos de igual modo que Discépolo vinculó por el absurdo la Biblia y el calefón en el tango Cambalache. Así  José Rafael Lantigua consciente con Derrida que “nada hay fuera del texto”, o del lenguaje, o de la gramática,  halla entre ellos nexos semánticos hasta hace poco impensables como las expresiones hoy cotidianas de “nueva normalidad”, “distancia social” o “medidas restrictivas audaces”. Todo inmerso en esta disputa sin resolución a la vista entre la humanidad a la deriva en el mar de la globalización y donde elevan olas igualmente de siniestro sus vociferantes oponentes a lo Donald Trump, Boris Johnson o Jair Bolsonaro, y el transhumanismo de ideología  capitalista y filiación tecnocrática  evidenciando su orientación deshumanizante al diluir en el cientificismo y sus mitos el espíritu de los seres hechos a imagen y semejanza de su Creador.      

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