sábado, 26 de marzo de 2022

Pensamiento crítico y educación superior

 En esta ocasión quiero tratar un tema central en la educación superior que muchas veces se menciona, pero como un clisé. Se habla por todas partes de pensamiento crítico, sin embargo, pareciera difuminarse en el aire. Es decir, no lo vemos concretamente en nuestras prácticas. 

Abdiel Rodríguez Reyes / Para Con Nuestra América
Desde Panamá


La tendencia actual de la educación superior va en dos direcciones relacionadas entre sí: por un lado, está la preocupación por marcar bien en los rankings y así afinan los esfuerzos con ese objetivo; por otro lado, está la ya vetusta tendencia al neoliberalismo (donde todo es más importante, menos el conocimiento). En ambos casos no se discute un tema de fondo, el del contenido de la educación y el papel del pensamiento crítico en ella. Ya sabemos con certeza que no es suficiente discutir qué enseñamos, sino también cómo y por la vía que lo hacemos a propósito de la virtualidad. Muchas veces no vamos a la velocidad de “la aceleración social” como lo plantea Hartmut Rosa. 

 

Nuevamente, para ponerlo sobre la mesa y visibilizarlo retomemos el tema del pensamiento crítico, recordando su contenido en su veta transformadora: de crisis, crítica y cambios. Y, aquí quizá coincidamos en que es necesario en la educación superior una transformación general, la cual debe estar basada en principios democráticos y de justicia social. El pensamiento crítico puede aportar en esa dirección. Como planteaba Marx, las ideas dominantes son las de las clases dominantes las que se cuelan como verdades universales, no solo como contenido de la enseñanza, sino también en la gestión misma de la educación superior. Por eso, existe esa tensión entre la forma neoliberal de gestionarla con la gestión social. Para Marx, sería una posición escolástica “un pensamiento aislado de la práctica”; entonces, el pensamiento revolucionario en cuanto crítica y transformación del orden vigente implica una práctica revolucionaria de desmontaje de esta forma neoliberal de gestión universitaria y, en vez de ella, apostar por una educación superior abierta, social, científica, humanista y conectada con nuestra realidad. 

 

Ahora bien, esto último no se logra en un estado de depauperación y social conformismo. Por eso, es importante tejer redes de resistencia y recobrar energías espirituales para seguir en la lucha. Nuestro reto consiste en tomar conciencia plena del problema. Cada vez más, con raras excepciones, vemos cómo la educación superior se desvincula de la realidad y empieza solo a responder a la visión de la clase dominante, y así toda su organización gira en torno a ese micro universo de intereses inmediatos y determinados por el neoliberalismo. La complejidad de la realidad y la aceleración social obligan a la educación superior a conectarse a una matriz distinta para tener una visión más amplia y así salir de ese estrecho nicho de los intereses de las clases dominantes. 

 

No toda revolución, como nos enseñara Hannah Arendt, es transformadora, porque las hay restauradoras. Y, también hay revoluciones que se agotan y se vuelven conservadoras. En ese sentido, tenemos un problema de agencia, muchos docentes ya han renunciado a cualquiera transformación porque están en un estado de confort y esa es una realidad. Eso es lo que Marcos Roitman llamó “social-conformismo”. La educación superior no escapa de esta patología, muchos se han plegado al orden vigente de cosas con tal de que no se afecten sus intereses inmediatos. Si no tensamos esta realidad contradictoria y cedemos, veremos como la educación superior se eclipsa. Está dentro de nuestros retos abrir el compás, para tener más puntos de ebullición y diseñar una educación superior basada en principios democráticos, radical y de justicia social.     

 

*Profesor de Filosofía en la Universidad de Panamá

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