sábado, 12 de marzo de 2022

El estado democrático y poderoso

 Una profunda reflexión sobre el tema del Estado es muy necesaria después de años de vigencia en nuestra vida política y cultural de la concepción neoliberal que en Chile exageró aquello de que “cuanto más pequeño el Estado tanto mejor”. 

Manuel Barrera Romero / Para Con Nuestra América

Desde Chile


Una sana reacción en contra de la excesiva burocracia o, en extremo, en contra del totalitarismo estatal es comprensible. Pero pensar que todo lo puede resolver el libre juego de las fuerzas del mercado es complotar en contra de una sociedad democrática capaz de promover un sentido, una dirección al desarrollo y de proteger a los pobres y, en general, a los que no tienen amparo. Nuestro propósito es tener un Estado fuerte que oriente a la sociedad, dándole al desarrollo un sentido; que sea amable con toda la gente, pero en especial con los pobres y desvalidos; que funcione en forma eficiente, no burocrática y donde el poder actúe con transparencia.

 

Una sociedad con Estado débil no se sostiene a sí misma y queda expuesta en el mundo de hoy a influencias muy perniciosas (cultura banal, mafias delincuentes, droga, mercado sexual, terrorismo, consumismo). No se sostiene a sí misma una tal sociedad porque en el mundo globalizado las fuerzas que dirigen los acontecimientos en la economía y en la política son muy poderosas. No se trata sólo del mercado interno y no sólo de influencias nacionales. Hoy esas fuerzas pasan por encima de las fronteras nacionales y generan compromisos que no tienen patria. Una sociedad con Estado débil sería el reino de los poderosos que explotan a los débiles con impunidad. Sería la ley del mas fuerte, la ley de la selva. A la vez esa sociedad estaría demasiado expuesta a los vaivenes de acontecimientos externos que no controlaría.

 

El Estado democrático en el mundo es el único garante de la convivencia civilizada; el protector de los débiles versus los poderosos; de los consumidores en contra de los abusos de las grandes empresas, transnacionales y nacionales; y de los ciudadanos en contra de los delincuentes de todo tipo.

 

El Estado democrático es el único garante de que se cumpla la ley, una ley que en el Estado democrático procura conciliar los intereses del conjunto de la población o de su gran mayoría. Es la ley y el poder del Estado los que pueden proveer de seguridad a las personas y familias. En el mundo moderno -en especial en las grandes ciudades- el ciudadano común necesita de protección contra la delincuencia, el terrorismo, la violencia y el abuso. La vida de las ciudades es cada vez menos segura. Un Estado débil no puede garantizar la seguridad de todas las personas. Solo un Estado fuerte puede hacerlo conciliando seguridad con legalidad.

 

Por otro lado, el Estado moderno tiene una capacidad muy limitada para crear empleos. Un Estado débil queda, en este respecto, prisionero del sector privado. Y el desempleo es un factor de mucho peso tanto para las condiciones de vida como para las decisiones políticas de la población.

 

El Estado democrático debe ser un Estado con el poder suficiente para ejercer sus potestades sin inhibiciones frente a otros poderes: económicos, sociales, religiosos o culturales. De otro modo el poder social captado por grupos de presión sin responsabilidades frente al conjunto de la sociedad pueden desequilibrar la institucionalidad y crear una situación sesgada según su conveniencia egoísta, como ha sucedido en Chile con los principales medios de comunicación que sin tener otra legitimidad que el poder económico y social para monopolizar estos medios han prácticamente decidido la agenda política del país poniendo en jaque, a veces, al mismo gobierno y a la sociedad en su conjunto.

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