sábado, 19 de marzo de 2022

El renovado sueño de la Patria Grande en el cono Sur

 La asunción de Gabriel Boric a la presidencia de Chile, su abrazo con su par argentino, Alberto Fernández y la promesa de que su primera visita será al país trasandino, renueva la esperanza de soñar o ilusionarnos nuevamente con la Patria Grande.

Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América
Desde Mendoza, Argentina


No es nostalgia ni cosa que se le parezca, dado los distintos momentos de la historia en que esta ilusión se puso en marcha desde el sueño de los Libertadores al comenzar las luchas por la independencia del imperio español.

 

La llegada de San Martín a Buenos Aires en 1812, veterano de las guerras napoléonicas tiene ese cometido. Transcurridos dos años del primer gobierno patrio, la causa independientista parecía estacionada o anclada en un puerto sin rumbo, mientras los buitres del imperio británico seguían al acecho dado sus dos frustradas invasiones en 1806 y 1807, donde fueron rechazados por los rioplatenses.

 

Consciente de los intereses comerciales de la burguesía porteña que continuaba con el ritmo de la Colonia, San Martín intentó movilizar las principales cabezas, advirtiendo el peligro que significaba el rearme español y la concentración de sus ejércitos rumbo a las colonias americanas. Intentaba acompañar lo que hacían Francisco de Miranda y Simón Bolívar en Venezuela.

 

Su nombramiento como Gobernador Intendente de Cuyo en agosto de 1814, la caída de Alvear, el advenimiento de Juan Martín de Pueyrredón y la necesidad de declarar la Independencia, fueron sucesos que pusieron a San Martín en posición de llevar adelante su plan, empujado por el heroico pueblo cuyano que se vio reflejado en su líder, ese ejemplar hombre austero que había renunciado a la mitad de su sueldo, capaz de poner en marcha su magnífica gesta: crear el ejército Libertador, adiestrarlo y armarlo, cruzar las cordilleras más elevadas de América y derrotar al enemigo en suelo chileno para luego marchar por mar a Perú para liquidar el viejo Virreinato. La derrota de Rancagua, sufrida por los patriotas chilenos el 2 de octubre de ese fatídico año 14 sumaba dificultades, del otro lado de la cordillera lo aguardaba el Ejército español bajo las órdenes de Casimiro Marcó del Pont. Su agudo ingenio le aconsejó infiltrar agentes para distraer y dividir las fuerzas del enemigo y no poder conocer a tiempo por dónde pasaría el grueso del Ejército Libertador. Su agudo ingenio también ideó la logística de la gran epopeya, el cruce implicaba movilizar cinco mil almas por desfiladeros por donde debía atravesar la pesada artillería, animales, víveres y demás, proeza que desvelaba al gran Capitán más que el propio enemigo que lo aguardaba. 

 

Finalmente ambos ejércitos se enfrentaron en los campos de Chacabuco el 12 de febrero de 1817. Allí ensayó un ataque envolvente que le dio la victoria, a pesar de que Bernardo O’Higgins se precipitó comprometiendo el éxito de la contienda. Tras la batalla de Chacabuco, el Ejército de los Andes inició una serie de operaciones conducentes a expulsar a los realistas y asegurar el territorio; la campaña del Sur llevada a cabo por el Coronel Juan Gregorio de Las Heras culmina en la batalla en la ladera noroeste del Cerro Gavilán, en Curapaligüe, el 5 de abril de 1817. El revés de Cancha Rayada en marzo de 1818, impuso a San Martín dentro del pánico general que se vivía en Santiago, rearmar en dos semanas su Ejército que se creía derrotado y dar la batalla decisiva de Maipú el 5 de abril de 1818 donde aseguró la Independencia del país vecino, y con ella afianzó la de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Luego vendría Perú en donde se concentraba el poder español, con cerca de 20 mil hombres, mientras San Martín, contaba con la mitad. Para ello debía constituir una escuadra que dominara el Pacífico y desembarcar en varios lugares. Su gran trabajo fue ganarse la confianza del castigado pueblo peruano y avanzar hacia Lima, la que finalmente cae sin disparar un solo tiro, declarando la Independencia el 28 de julio de 1821. Lo hizo como “Protector”, cargo que había desestimado en Chile.

 

Al año siguiente sucede el recordado encuentro de Guayaquil con el Libertador Simón Bolívar con sus conocidas consecuencias y el posterior alejamiento de San Martín, para no intervenir en las luchas intestinas entre hermanos.

 

Mientras tanto, luego de las batallas por la libertad, la inestabilidad política se manifestaba en cada una de las capitales, tanto Buenos Aires como Santiago volvían a imponerse los intereses de la alta burguesía dominante en épocas de la Colonia. Unitarios y Federales llevaran a cabo luchas sangrientas por más de medio siglo, un siglo marcado por la división de comercio internacional del imperio británico, el que inclinaba la balanza a su favor, razón por la cual también intervenía en los conflictos entre las jóvenes naciones sudamericanas, arrasadas algunas como en el caso de la industriosa Paraguay por la fatídica Triple Alianza entre Argentina, Brasil y Uruguay. Una de las voces que se levantó fue Felipe Varela, rescatando la antigua unión latinoamericana como lo hacían los caudillos federales, los que finalmente fueron también arrasados.

 

Chile en su afán expansionista llegó a Perú y privó de la salida al mar de Bolivia y con Argentina tuvo varios enfrentamientos en el siglo XIX y el XX, con las bravuconadas de la última dictadura y las traiciones en la guerra de Malvinas, donde torpemente nos enfrentamos a la OTAN.

 

Sin embargo, la gente de a pie siempre ha ido y vuelto, en distintos momentos, muchos eligiendo vivir aquí, siendo los chilenos los terceros en cantidad, luego de paraguayos y bolivianos, dentro de los países limítrofes. Los argentinos en chile representan el 6,2% de la población, luego de los venezolanos, peruanos, haitianos, colombianos y bolivianos.

 

Muchos estudiantes trasandinos prefieren estudiar en las universidades argentinas que no son aranceladas, mientras en su país resulta muy caro realizar una carrera o deben devolver las becas en condiciones muy estrictas.

 

Dentro de las ilusiones unionistas, ha quedado anclada en la memoria el ABC de la mitad del siglo pasado, en que Perón, Ibáñez y Vargas se propusieron integrar a Argentina, Brasil y Chile; a un lustro de terminada la Segunda Guerra mundial y a inicios de la Guerra Fría, sólo quedó en intento. Vargas se suicida en 1954 y Perón es derrocado al año siguiente.

 

La Revolución Cubana ilusiona a estudiantes y obreros de la región, mientras se generan grupos de descolonización en África y Asia y comienzan a tomar consciencia las sociedades de su situación periférica y consecuente retraso y la necesidad de unir esfuerzos para combatir el sometimiento. Se extienden focos revolucionarios en distintos países de América Latina hasta el apresamiento y ejecución del Che Guevara en Bolivia. El triunfo de Salvador Allende años después en Chile y sus intenciones de llevar a cabo la revolución socialista en democracia, fueron suprimidos por el atroz bombardeo a la Casa de la Moneda, iniciando para la mayoría de los chilenos oprimidos, un calvario de casi medio siglo.

 

La segunda ola de la izquierda latinoamericana, según la caracterización propuesta por José Natanson[1], comienza con el triunfo de Hugo Chaves en 1999 y continúa con el Luiz Inácio Lula da Silva, Néstor Kirchner, Evo Morales, Tabaré Vázquez, Rafael Correa y Fernando Lugo. Según este autor, estos presidentes se consideraban parte la misma familia, dado que las situaciones geopolíticas previas, la caída del Muro de Berlín y la disolución del bloque soviético, habían creado las condiciones para que esto ocurriera y les diera cierta libertad de movimiento en el manejo del Estado e implementar políticas inclusivas de derechos y distributivas de riqueza. Una recuperación efectiva de la Patria Grande.

 

Sin embargo, el feroz neoliberalismo se extendió nuevamente erosionando lo construido y volviendo a fojas cero. Apoyado desde el norte, desde las embajadas imperiales y con los medios de comunicación a su disposición gobernaron a través de personajes tan deslucidos que no lograron ni lograrán su reelección, me refiero a los casos de Argentina y Chile en primer término, y de Brasil para octubre de 2022, donde según las preferencias, Lula supera ampliamente a Bolsonaro.

 

Tanto Alberto Fernández como Gabriel Boric o Luis Arce en Bolivia, son producto de alianzas, cuyos principales líderes se desplazaron, pero mantienen su poder, como la vicepresidenta Cristina Fernández o Evo Morales.

 

El ascenso del joven presidente chileno, sus ilusiones de construir una relación más sólida y progresista con su par argentino y un Brasil que va a las urnas este año, vuelven a instalar el sueño de la Patria Grande nuevamente.  

 



[1] José Natanson, La nueva izquierda, Debate, Buenos Aires, 2012.

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