Soy un gran admirador del papa Francisco. Así como algunos de mis amigos de la vida, humildemente, me siento un discípulo suyo. Y quisiera destacar en esta columna tres aristas de su sabia acción de las cuales puedo dar testimonio.
Daniel Goldman* / Página12
Recordemos que el primer gesto del papa fue dirigirse a la isla de Lampedusa a aseverar su posición sobre los refugiados, hombres, mujeres y niños que, escapándose de hambrunas y persecuciones, arriesgan sus vidas dejándose llevar en frágiles barcazas hasta alguna costa del viejo continente. Todavía reverberan en mí las frases de aquella homilía: “Nuestra indiferencia nos hace culpables. En este sentido, les propongo algunas palabras que provocan en la conciencia de todos, inspirándonos a cambiar realmente ciertas actitudes. ´Adán, ¿dónde estás?´ es la primera pregunta que Dios dirige al hombre. Y la segunda es ´¿dónde está tu hermano?´”
Consecuente, el papa Francisco, en el alto compromiso de su ministerio y siendo obispo de Roma, determinó que todos aquellos predios que en la actualidad no se utilizaban como seminarios e iglesias, fueran destinados al trabajo y albergue de los migrantes.
Tuve la oportunidad de visitar la obra de los Misioneros Scalabrinianos, en las afueras de Roma, cuya tarea pastoral es inmensa. Mientras los gobiernos levantan muros fronterizos y promueven programas antimigratorios, ellos cumplen con empeño único el mandato bíblico de “amarás como a ti mismo al extranjero”.
En cada oportunidad que se le presenta, apelando a la memoria y a las raíces de las historias personales, el papa es la voz firme y pausada de los migrantes que sufren las guerras y las nuevas formas de esclavitud. En palabras de mi hermano Omar Abboud: “Abrir los brazos ante tantas personas que persiguen sus sueños de dignidad lo hace enfrentar incluso a poderosos lobbies que fomentan conflictos frente al silencio vergonzoso y cómplice”.
Compromiso con el diálogo interreligioso
El objeto del diálogo interreligioso es la promoción de la riqueza que nace del intercambio entre tradiciones religiosas. Quienes somos creyentes en la Trascendencia de la existencia y profesamos esta consideración con una visión pluralista, pensamos que la misma no se expresa en términos de la revelación a una fe con exclusividad a una comunidad de iluminados. En oposición a una religiosidad que acarrea el peligro del fundamentalismo, sostenemos que el diálogo es la base del encuentro y que debe ser plasmado en los diversos ámbitos (el religioso, el social, el político). En este sentido, vemos en el papa al gran guía de nuestro tiempo.
Aún cuesta ser conscientes del momento histórico que estamos viviendo. Por ejemplo, aún nos va a llevar tiempo metabolizar el enorme gesto ejercido por Francisco cuando, en febrero de 2019, con motivo de su primera visita a la península arábiga, elaboró y firmó, junto al Gran Imán Ahmad Al Tayyeb, el Documento sobre la Fraternidad Humana. Y lo mismo ocurre en el diálogo ecuménico y con los factores religiosos judíos. Coincido con mi hermano Guillermo Marcó cuando dice: “El Papa está convencido de que la solución a muchos de los problemas actuales no vendrá del viejo mundo, sino que puede surgir de nuestro continente”. En este sentido, el Instituto de Dialogo Interreligioso de la Argentina (IDI) surge bajo su inspiración, con el objeto de encuentro y superación del afán individualista que deteriora las necesidades del conjunto.
Compromiso con el medio ambiente
Preocupado por la Creación, el papa sostiene que el clima es un bien común, de todos y para todos. En su encíclica Laudato si: Sobre el cuidado de la casa común, Francisco emite un llamado de alerta ante el cambio climático actual, con consecuencias desastrosas, y a su vez propone acciones concretas ante la degradación social que ha sufrido el planeta en los últimos dos siglos, identificando “las raíces humanas” del deterioro ambiental que vivimos.
“Hoy no podemos dejar de reconocer que un verdadero planteo ecológico se convierte siempre en planteo social, que debe integrar la justicia en las discusiones sobre el ambiente, para escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres”, escribe el Papa, con lenguaje simple y directo, accesible a todos.
En un análisis de su encíclica, Edna Goldman señala que el papa en sus palabras incluye el flagelo de la pobreza y el azote de los poderes económicos. Aborda la problemática ecológica a través de la íntima relación entre los pobres y la fragilidad del planeta; la convicción de que en el mundo todo está conectado; la crítica al nuevo paradigma y a las formas de poder que derivan de la tecnología; la invitación a buscar otros modos de entender la economía y el progreso; rechazar la cultura del descarte y la propuesta de un nuevo estilo de vida.
Esta tríada marca la década del papa Francisco como un pontificado lleno de desafíos trascendentes. Celebro este momento.
* Rabino
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