sábado, 18 de marzo de 2023

América Latina y el exponencial crecimiento de la violencia

 Hay otra violencia que crece exponencialmente. Es la violencia que viven cotidianamente miles de comunidades asediadas por la expansión de los grupos asociados a la criminalidad organizada. La violencia de bandas que se disputan territorios para la producción y comercialización de las drogas…

Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica

La violencia crece de forma incontrolable en América Latina. Se trata de una violencia “de nuevo cuño”, distinta a la violencia que prevaleció en el siglo XX, una violencia que fue de carácter político, represiva, cuyas consecuencias aún vivimos tanto socialmente -por la ruptura del tejido social que causó- como políticamente, por las maniobras para lograr la impunidad de quienes la ejercieron.
 

La violencia que prevalece en América Latina en el siglo XXI es de otro tipo. Es una violencia que nace de otras circunstancias y que tiene otros objetivos. 

 

Sigue habiendo violencia política, sobre todo violencia represiva contra movimientos sociales que surgen del descontento de grandes contingentes de población víctimas de las formas de explotación cada vez más depredadoras del sistema. Esa violencia se ejerce contra pobladores arrasados por la industria extractivista minera y agrícola; contra las clases medias castigadas por las políticas que vienen socavando su nivel y calidad de vida desde hace por lo menos treinta años; contra las mujeres, que buscan una sociedad de equidad y seguridad; contra defensores de derechos humanos, operadores de justicia, periodistas y activistas medioambientales que se topan con intereses corporativos que no dudan en usar la violencia para hacer prevalecer sus intereses.

 

Pero hay otra violencia que crece exponencialmente. Es la violencia que viven cotidianamente miles de comunidades asediadas por la expansión de los grupos de la criminalidad organizada. La violencia de bandas que se disputan territorios para la producción y comercialización de las drogas; que hacen de la extorsión, el secuestro y el pagó de “impuestos” su modus vivendi.

 

Es la violencia que provoca la huida de sus hogares de miles de personas a las que la vida cotidiana se las ha hecho asfixiante y riesgosa al punto de llevarlos prácticamente a la parálisis.

 

Esa es la violencia que ha llevado a que América Latina sea hoy el continente más violento del mundo. No hay país que se salve de esta situación, y su presencia acuciante se ha transformado en una de las preocupaciones centrales de la población. De la respuesta que den los distintos gobiernos para controlarla depende en buena medida su futuro. 

 

En días recientes hemos visto cómo se difunden por los medios de comunicación dos hechos vinculados a este fenómeno. Por un lado, el de El Salvador, en donde el presidente Nayib Bukele no opta por la mano dura, sino por la mano durísima, radical. Miles de pandilleros de las maras son confinados en una mega cárcel, a donde han sido llevados después de que los derechos de la sociedad entera han sido limitados. Las medidas draconianas de Bukele encuentran eco en toda América Latina, porque en todas partes la gente se siente asediada y ya no para mientes en los métodos. 

 

Por otro lado, está la situación de la ciudad de Rosario, en Argentina, que ha llevado al gobierno de Alberto Fernández a enviar al ejército a tomar cartas en el asunto. Ambos casos son muestra se la decisión de enfrentar esa violencia criminal con la represión. Y lo mismo sucede hasta en la otrora pacífica Costa Rica, que se preciaba de ser el país más feliz del mundo, en donde los índices de criminalidad de los últimos meses la han llevado a ocupar puestos de primer lugar en el ranking de la inseguridad continental. 

 

Nuestro pronóstico es que, en el futuro, independientemente del método más o menos riguroso que se use, este tipo de violencia continuará creciendo, porque las causas que la generan seguirán estando presentes e, incluso, se profundizarán.

 

América Latina es el continente más desigual del mundo y esa situación, en lugar de mejorar, se empeora. Las clases medias están en proceso de desaparición y solo van quedando los extremos, uno cada vez más pauperizado y otro cada vez más opulento. Esa es una causa estructural objetiva que lleva a muchos jóvenes a buscar en el crimen organizado formas de subsistencia negadas por la falta de empleo digno.   

 

Pero están también las causas culturales. El modelo de ser humano dominante, el sentido común de la época, presenta la felicidad como un emporio de bienes materiales que proporciona el dinero sin importar de dónde provenga. El mundo no es más que un ruedo en el que se compite para prevalecer sobre los otros. Es el famoso homo homini lupus -el hombre lobo del hombre- del que, en los albores del capitalismo en el siglo XVII, hiciera mención Thomas Hobbes.

 

Esa es la situación a la que nos ha llevado esta etapa de desarrollo del capitalismo, la neoliberal, que sigue como un tren sin frenos, a todo vapor, dirigiendo a la humanidad al despeñadero. Mientras tanto, enajenados por la inmediatez, seguimos apostando por las medidas draconianas -la represión militar, las penas de cárcel más prolongadas, las cárceles más grandes y más crueles- pero, como hongos, las distintas formas de violencia continuarán brotando por el menor resquicio.   

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