sábado, 6 de julio de 2024

Costa Rica: ¿crisis o tragedia?

 La crisis que hoy vive Costa Rica proviene de la obsolescencia del modelo de nación, como lo prueba la decadencia (¿irreversible?) del partido que hegemonizó la vida política del país durante toda la segunda mitad del siglo pasado, Liberación Nacional. Se ha creado con ello un vacío de poder…

Arnoldo Mora Rodríguez/ Para Con Nuestra América

Bien hacen los que, en gesto patriótico, desenmascaran a quienes, desde el poder,  atropellan las instituciones democráticas que sustentan nuestro Estado de Derecho. Los apoyo de corazón. Pero esto no basta. La tragedia que Costa Rica, estupefacta,  está viviendo ante los desmanes del actual residente de Zapote – el apelativo  honroso de “presidente” de  una nación democrática, le queda muy pero muy grande a este  improvisado que hoy (des)gobierna a nuestra querida Patria - debe ser analizada a la luz de nuestra historia. Eso da para escribir un libro entero; aquí tan sólo pretendo esbozar sus grandes líneas.
 
 La forja de una nación se da en tres etapas. Nace como “pueblo”, se desarrolla como “nación” y  se institucionaliza formalmente con la creación del Estado Nacional. Con una madurez impresionante, Costa Rica lo logró antes que otras naciones del entorno y por medios – lo cual es aún más impactante- eminentemente políticos, es decir, con un mínimo de derramamiento de sangre fratricida. Veamos. 
 
En el s. XVII gracias al mestizaje, nacimos como pueblo (el homo sapiens es una especie de mamíferos  que vive en manada).  En las décadas finales del s. XVIII e inicios del XIX, bajo la influencia de las reformas borbónicas impulsadas por Carlos III, nos convertimos en “nación”, es decir, adquirimos conciencia de nuestra identidad colectiva; este proceso fue hegemonizado por las nacientes ciudades del  occidental del Valle Central, San José y Alajuela, triunfadores de la Batalla de Ochomogo  (1823) que creará la Costa Rica  liberal y republicana. En el  siglo XIX, luego de nuestra independencia, forjamos el Estado Nación, gracias al espíritu visionario de  Braulio Carrillo, al heroísmo patriótico de Juanito Mora y  a la firmeza de los liberales de la década de los 80. Con la reforma de la educación de D. Mauro Fernández, se pusieron las bases de lo que será lo que los costarricenses entendemos por “democracia”: el Estado social de derecho.  Esa fue la labor del siglo XX, llevada a cabo  en tres etapas. La creación del Estado de derecho, fue liderada por la generación del Olimpo, en especial por ese gran político que fue Ricardo Jiménez. En la década de los 40 se forja el Estado Social; fue una década especialmente violenta que culminará con la guerra civil de 1948 y el nacimiento de la Costa Rica contemporánea. Allí se da un pacto social entre los diversos sectores sociales con un protagonismo de los nacientes sectores medios, liderados por el recién creado Partido Liberación Nacional; todo  en búsqueda de la trasformación del país gracias a un proceso de modernización, iniciado en el gobierno de  Francisco J. Orlich (1962-66).
 
La crisis que hoy vive Costa Rica proviene de la obsolescencia que de ese modelo de nación, como lo prueba la decadencia (¿irreversible?) del partido que hegemonizó la vida política del país durante toda la segunda mitad del siglo pasado, Liberación Nacional. Se ha creado con ello un vacío de poder en un país que, como en todos los países de cultura latina, urge de un caudillo como en el pasado fueron Juanito Mora, Ricardo Jiménez, Rafael Ángel Calderón Guardia, Manuel Mora  y José Figueres. Hoy ya no basta administrar el Estado para,  introduciendo algunas reformas, mantener el statu quo. El proceso burgués de modernización ha traído como consecuencia el debilitamiento de los sectores agrícolas y el surgimiento de sectores urbanos que hoy constituyen la mayoría política, económica y cultural de la población. 
 
Actualmente nuestra economía se basa no en la producción agraria, sino en la exportación de artefactos, hechos  por profesionales salidos de nuestras universidades,  empleados de las grandes empresas transnacionales instaladas  en las zonas francas en constante crecimiento.  En segundo lugar nuestra economía se basa en el turismo, el cual está llamado  a convertirse en el primer factor de producción de nuestras riquezas a mediano plazo. Costa Rica no tiene  productos estratégicos para insertarse en el mercado mundial, como es el petróleo como materia prima y fuente de la energía que mueve a la economía mundial, o los cereales en el campo agrícola, para  suministrar alimentos a una población de 8 mil millones de seres humanos. La riqueza de Costa Rica está en su biodiversidad, cuyo disfrute posibilita el desarrollo del turismo, el cual se nutre de nuestras bellezas naturales y de la gentileza de nuestras gentes. Pero el turismo requiere de paz local, lo cual  sólo se logra  gracias a un Estado que aplique la justicia en los tribunales, a una policía que dé seguridad ciudadana y a un  sistema político basado en la  justicia social; ya que los pueblo sólo son felices si tienen un presente que les garantice  seguridad económica y un futuro para sus hijos gracias a una excelente educación, todo sustentado en un sistema de servicios  baratos que provea de salud a toda la población. Motor de este proceso es el avance en el desarrollo científico-tecnológico, que sólo se logra gracias a la consolidación de una educación  superior pública que promueva la investigación de punta, puesta al servicio de las mejores causas.
 
 Lo dicho sólo se logrará cuando el pueblo tome conciencia de su condición de sujeto de su propio destino y se organice políticamente para lograrlo. La crisis  ha sido agravada por el actual gobierno, si bien se  ha venido sistemáticamente incubando  desde décadas atrás, debido a que  gobiernos anteriores debilitaron el Estado Social de Derecho. Pero  hay que enfatizar que esta crisis  debe ser vista, no como una tragedia irremediable sino como una crisis que anuncia una nueva etapa de nuestra hermosa historia patria, gracias a un pueblo que, en sus momentos  más álgidos, ha dado muestras  de una impresionante  madurez política.  
 
La crisis de los partidos políticos debe servir para dar el salto de una democracia representativa a una democracia directa y popular, sin por ello  debilitar  la institucionalidad democrática vigente. Todo lo cual sólo se logrará por etapas, como todo en la vida individual y de los pueblos. En concreto, debemos aprovechar las próximas elecciones, cuyos aires ya han comenzado a soplar en el ambiente político doméstico, para debatir sobre estos temas. Por ahora,  no nos preocupemos por forjar líderes; esto se los dará el propio pueblo cuando la coyuntura política  lo requiera. De nosotros depende que la crisis  actual no degenere en tragedia.     

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