Ojalá Colombia pueda pasar de la edad de la desesperación y de la edad de la esperanza a la edad de la confianza y de la creatividad. Pero se engaña quien piense que sus deberes estarán cumplidos en el momento en que deposite un voto por un candidato.
En una época yo pensaba que los problemas de Colombia eran fundamentalmente políticos. Ahora sé que son sobre todo problemas culturales.
De conocimiento y de arraigo lúcido en un territorio, de respeto por los conciudadanos, de compromiso a un tiempo con las grandes conquistas de la modernidad y con la singularidad de nuestras tradiciones, de carácter, de orgullo y de originalidad en la relación con el mundo, de capacidad de convivencia y de solidaridad, de respeto por unas reglas del juego, de construcción de una ética ciudadana, de control sereno y severo de los abusos de ciertas minorías: las corruptas, las excluyentes, las violentas, las codiciosas, las sanguinarias.
Algunas de las mejores cosas que le han pasado al país en las últimas décadas se deben al avance de una conciencia ciudadana que asume responsabilidades, que se compromete con valores, que se traza desafíos civilizados. De modo que, si bien la política no es toda la solución, sí puede contribuir a las soluciones para un país que tiene un pie en la modernidad democrática y otro en el lago de sangre de las más demenciales barbaries.
En estas elecciones hay tres clases de candidatos: los que tienen nostalgia del pasado, los que están satisfechos con el presente y los que creen que Colombia es capaz de mucho más, y llevan su fe hasta creer que la democracia colombiana no es un camino cerrado para las propuestas renovadoras, no es algo irremediablemente tomado por las maquinarias y por las plutocracias, que es posible ganarles un espacio de acción y de cambio a la corrupción, al burocratismo, a los fanatismos, a las trampas, a la inercia de los hábitos y a la compra de las conciencias.
Es muy importante que los candidatos que encarnan ese nuevo compromiso recuerden las muchas tareas aplazadas de la sociedad colombiana. Las tareas aplazadas que no ha podido resolver ni el pacto aristocrático y excluyente del Frente Nacional, ni el pacto constitucional de 1991, ni la cruzada pacificadora de la seguridad democrática, ni el discurso meramente oposicionista que no logró articular nunca una propuesta de país lúcida, generosa y equilibrada.
Esas tareas no las podrán cumplir solos ni los gobernantes, ni los legisladores, ni las fuerzas armadas, ni los tribunales. Esas tareas requieren un equipo de líderes y la voluntad creadora de millones de personas. Porque más que perseguir delincuentes y exterminar criminales, Colombia necesita desesperadamente y hace décadas dejar de ser un surco fecundo para la criminalidad y el delito.
Y ello exige verdadera justicia social en un país carcomido por el egoísmo y viciado por los privilegios; requiere una estrategia agraria, en un país donde no sólo tres millones de campesinos han perdido su tierra, sino que hemos sacrificado la vocación agrícola capaz de sostener al país entero, buscando apenas la abstracta rentabilidad para unos sectores productivos; ello requiere pautas de redistribución del ingreso en uno de los países más inequitativos del mundo; ello requiere una justicia que prevenga el delito antes que una justicia tardía que lo persiga y lo extermine.
Y ello requiere una revolución de la educación que nos ponga por fin en el siglo XXI, no para acatar servilmente los dictados del industrialismo degradador de la naturaleza y del consumismo insensible, sino para equilibrar la búsqueda de una civilización saludable y placentera con el respeto por el mundo y la formación de un tipo de humanidad más creadora, más sensible, más solidaria, más enamorada de la vida, más productiva y más responsable con la historia.
Todo parece indicar que en estas elecciones veremos surgir fuerzas nuevas, lenguajes nuevos, sectores sociales antes indiferentes decididos a apostarle a nuevas ideas, a nuevos estilos. Ojalá Colombia pueda pasar de la edad de la desesperación y de la edad de la esperanza a la edad de la confianza y de la creatividad. Pero se engaña quien piense que sus deberes estarán cumplidos en el momento en que deposite un voto por un candidato. Porque el país que siga buscando un salvador no merece salvarse: sólo lo logrará el que se comprometa con el ejercicio lúcido de crear, de actuar y de cambiar las cosas día por día, arriesgando, discutiendo, pensando.
Encontrarnos por fin con el país que podemos ser, inaugurar un tiempo de creación, de imaginación y de fe, también requiere mucha firmeza a la hora de decir no a los predestinados por derecho divino, a los consentidos de todos los poderes y a los que sólo trabajan por la prosperidad de ciertas minorías: las corruptas, las excluyentes, las violentas, las codiciosas, las sanguinarias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario