- Es así como nos encuentra esta conmemoración del bicentenario: bregando, haciendo esfuerzos por sacar la cabeza del torrente que es este capitalismo tardío llamado neoliberalismo.
- El bicentenario es empujar el carro de la utopía entre el fango del siglo XXI.
Rafael Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica
rafaelcuevasmolina@hotmail.com
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(Ilustración tomada de LA JIRIBILLA)
Cuando se inician las conmemoraciones del bicentenario de la independencia de América Latina, queda en evidencia que ésta, más que un punto de llegada, no ha sido más que un momento importante en un proceso que está en marcha y que tiene aún mucho camino por delante.
En efecto, la independencia de los países de América Latina constituyó un hito político de primer orden, pero cada día nos es más claro que los sectores sociales que la capitalizaron, aunque realizaron tareas formidables, también impulsaron un proyecto limitado en función de sus intereses de clase. Algunos llegan a hablar de la persistencia de la colonia en ellos, con lo que la independencia no habría sido sino una especie de gatopardismo implementado por los criollos maniatados por el corsé de la administración de la Corona española.
En su contexto, sin embargo, surgieron voces imperecederas que aún hoy son faro que alumbra: José Martí, por ejemplo, que en el filo de lo que se va y lo que viene, en el espacio geográfico en donde estaban bullendo los tiempos nuevos, supo y pudo darse lúcidamente cuenta de lo que se aproximaba y, de pie, empinado sobre su estatura enclenque, nos grita desde el rincón de la historia en donde vive que ahí viene el gigante de las siete leguas y que debemos arreciar la marcha unida.
Los esfuerzos por ampliar el horizonte abierto por la independencia han sido muchos, y cada uno ha dejado una huella y un remanente que abona en el camino hacia lo que se ha dado en llamar una segunda y definitiva independencia.
Ahí está la Revolución Mexicana de 1910, con sus huestes de campesinos desposeídos sublevándose al amparo de la figura egregia de Zapata, y dejando a la zaga, como estela, expresiones literarias y artísticas que nos identifican hoy como seres distintos y especiales en el mundo.
Augusto César Sandino y su gesta nacionalista en las montañas de las Segovias, en Nicaragua, es otro momento de primer orden en esa larga cadena. Qué iba a saber el pequeño Augusto César que su resistencia al invasor norteamericano se transformaría en modelo de heroicidad en Nuestra América. Enlodado hasta el cuello, machete en mano, con su bandera rojinegra enhiesta empuñada con esfuerzo, Sandino nos vuelve a ver desde las selvas bañadas por los dos océanos, el Pacífico y el Atlántico, que bañan las costas de Nicaragua.
Y luego la Revolución Cubana, el fogonazo de alerta de la Primera y la Segunda Declaración de La Habana, la reforma agraria, la campaña de alfabetización, la victoria de Playa Girón, la vista puesta en el futuro sobre los hombros de Martí. Un momento estelar en ese largo camino al que ahora, a finales del siglo XX y principios del XXI, se suman otras voces, otros pueblos, otros esfuerzos: Venezuela, Bolivia, Ecuador, Uruguay, Argentina, Nicaragua, cada uno con sus propias especificidades, cada uno con sus propias fortalezas y sus propias debilidades, con sus propias falencias y yerros, sus propios logros y triunfos.
Es así como nos encuentra esta conmemoración del bicentenario: bregando, haciendo esfuerzos por sacar la cabeza del torrente que es este capitalismo tardío llamado neoliberalismo. Haciendo lo posible por no ser arrastrados corriente abajo y tratando de pensar en medio de la lucha cómo armarnos, no solo para resistir sino para construir algo que se corresponda con lo que queremos y necesitamos. Es armar la casa en medio del aguacero, alumbrados por los relámpagos oyendo en derredor el rugido de las hienas.
Lo importante de todo esto es que, generación tras generación, aparecen en el horizonte latinoamericano quienes no desmayan y empujan con denuedo hacia delante. Que siempre hay bolívares, martís, sandinos, zapatas o guevaras empujando el carro de la utopía bajo la lluvia inclemente, haciendo lo posible por desatascar sus ruedas del fango en el que nos sumen los que se abrazan en los estrados y se besan tras bambalinas con los emisarios del imperio.
Son, seguramente, aquellos que han sido llamados idiotas perfectos porque van contra corriente, contra lo establecido, contra la sensatez de los que han llegado a la cima del bienestar y, desde algún sexto piso, en sus apartamentos de lujo en Miami o Madrid, observan el panorama, suspiran, y no tienen más que decir que qué idiotez empujar un carro entre el fango.
El bicentenario es empujar el carro de la utopía entre el fango del siglo XXI.
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