Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica
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Instrumento idóneo para la implementación de los dictados del Consenso de Washington durante más de 20 años, el Fondo Monetario Internacional (FMI), de pronto (aunque con indicios previos) se desdice de que ese sea el camino correcto a través de su hoy defenestrado director gerente, Dominique Strauss-Kahn. Ha llegado a esa conclusión luego que los indicadores mundiales mostraran, desde hace años, la creciente polarización de la riqueza, el deterioro de los servicios privatizados, el achicamiento de la clase media, los desmanes del mercado desbocado, etc.
Impulsor de políticas acordes con los intereses y necesidades de las transnacionales con sede en las grandes potencias mundiales, ofreció la felicidad colectiva a partir de la separación del ineficiente Estado de la administración de los servicios sociales básicos. Fue así como irrumpieron con fuerza inusitada empresas como Telefónica o Unión Fenosa, españolas ambas, que se ocuparon de construir verdaderos desastres administrativos en Buenos Aires o en Managua, en Quito o La Paz.
Las decisiones en su seno fueron tomadas siempre por los representantes de las grandes potencias, en primer lugar, aunque no exclusivamente, por los Estados Unidos de América, y sus principales ejecutivos provinieron de los estrechos círculos del poder imperial. Se repartieron el pastel de forma “histórica”, y concitaron una tradición en la que Estados Unidos y Europa se dejaban para cada uno la gerencia y la presidencia: la sartén por el mango en el más claro y literal sentido.
El relativamente reciente, aunque constante, ascenso de otros países a la palestra económica y política mundial, especialmente el grupo conocido como BRIC, ha obligado a este estrechísimo grupo de grandes potencias a irlos tomando en cuenta paulatinamente. Eso sucedió, también, en el grupo del G8, en donde se dio una muy reciente y limitada apertura.
Ambos organismos cobran protagonismo en estos días. El Fondo Monetario Internacional porque se han abierto los fuegos para designar a quien sustituirá al francés Strauss-Kahn, y en el G8 porque se reunirá en estos días en Francia.
En el primer caso, se especuló con cierta insistencia en la posibilidad de que el nuevo director gerente de esta institución fuera alguien de los eufemísticamente llamados “países emergentes”, e incluso sonaron algunos nombres. La respuesta ha sido, sin embargo, la más rotunda negativa, aún cuando los mencionados eran tecnócratas fieles a los dictados de Washington, ejemplares implementadores de las políticas neoliberales. Esto demuestra cómo aún los falderillos de los grandes no cuentan con la bendición de quienes sostienen la sartén; deben ser ellos, en persona, y solo ellos, los que manejen el timón de los grandes trasatlánticos de la economía mundial.
El G8, por su parte, se reúne a solas, es decir, sin invitar a ninguno de los “emergentes”: las cuestiones que deben discutirse, aunque involucre los intereses de los ausentes, los deciden los rectores mundiales. Invitan, eso sí, a los titulares de las grandes corporaciones de Internet, y discuten con ellos tête-à tête, entre grandes, como debe ser. Nosotros deberemos esperar a sus decisiones, las mismas a las que arriban sin tomarnos en cuenta en el Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas (ONU); los problemas que tratan en unos u otros espacios se transmutan: ya la canciller alemana anunció que tratará el tema del apoyo a los movimientos árabes a los que apoyan en Libia, Túnez y Egipto.
Esa es, pues, la democracia de los campeones del Mundo Libre: vean, escuchen, callen y acaten.
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