El acuerdo del bloque del Pacífico debe ser visto y analizado como parte del proyecto histórico panamericanista, es decir, el proyecto del control y la dominación total del continente por parte de los EE.UU. y las oligarquías –viejas y nuevas- de nuestros países.
“En nuestra América no puede haber Caínes. ¡Nuestra América es una!”. José Martí.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
La reciente firma del Acuerdo de Integración del Pacífico (AIP), en la ciudad de Lima, entre los gobiernos de México, Colombia, Perú y Chile, parece tender una línea de fractura (¿definitiva?) entre las dos grandes tendencias políticas que hoy se expresan en nuestra América: una, la que busca en el Sur su horizonte emancipador, sobre la base de novedosos y diversos procesos nacional-populares –unos con mayor intensidad que otros-, con un fuerte acento latinoamericanista y antiimperialista; y la otra tendencia, la de aquellos países cuyas elites han optado por el Norte, por atar su destino a la égida estadounidense, bajo la doble prescripción de libre comercio y guerra contra el narcotráfico (disfraz de la militarización y el expansionismo).
Más allá de representar una suerte de contrapeso a la creciente influencia de Brasil en América Latina, lo cierto es que esta alianza entre gobiernos neoliberales, apoyada por algunos de los más fuertes grupos financieros y empresariales de la región, y por los EE.UU, tiene indudables repercusiones económicas, políticas y geoestratégicas.
En lo económico, es claro el rol que desempeñan estos países en el escenario de la globalización neoliberal (con economías altamente dependientes del sector financiero, más que de una industria “nacional”) y en la perspectiva del modelo de acumulación dominante (acumulación por desposesión): todos firmaron tratados de libre comercio (TLC) con los EE.UU. y se han mantenido lejos de iniciativas que, como el Banco del Sur, el ALBA o los esquemas de integración Sur-Sur, cuestionan la hegemonía de los organismos financieros internacionales y los dogmas del neoliberalismo.
Como explica Oscar Ugarteche, coordinador del Observatorio Económico de América Latina, este llamado bloque del Pacífico “no es un “building block” (ladrillo) sino un “stumbling block” (obstáculo) en el camino de la integración en marcha” (ALAI AMLATINA, 26/04/2011).
En lo político, tampoco hace falta disponer de un oráculo para descubrir la maniobra en curso: el AIP se concreta en momentos en que la diplomacia suramericana más independiente da importantes pasos en la consolidación de la UNASUR y en la construcción de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, el organismo regional en el que no participarán EE.UU y Canadá.
La alianza neoliberal de Lima también da continuidad a las iniciativas panamericanistas derivadas del fracasado ALCA (como “Caminos para la Prosperidad de las Américas” o los TLC bilaterales), y su peligrosa combinación de expansionismo geopolítico y control de las economías regionales a través del supuesto “libre comercio”. Nadie más elocuente, en este sentido, que el presidente mexicano Felipe Calderón, quien defendió así a los firmantes del acuerdo: “Somos demócratas porque creemos en la libertad política de las personas, enfatizamos el mercado porque creemos en la libertad económica” (La Jornada, 29/04/2011). Un discurso falaz, ampliamente conocido –y sufrido- en América Latina, que subordina la democracia y la libertad al mercado y el dinero.
Finalmente, desde la perspectiva geoestratégica, el AIP también configura una amplia zona de presencia militar de los EE.UU en el corazón de nuestra América. Por un lado, establece un blindaje en el litoral y el territorio del Pacífico para “proteger” los intereses norteamericanos ante la presencia de otros actores regionales, como Brasil y Venezuela; y por el otro, crea las condiciones para articular la guerra contra el narcotráfico mediante los planes estratégicos Colombia, Mérida y Centroamérica, junto con el despliegue de bases y enclaves militares desde México a Perú.
Lo que en realidad es una férrea disputa de posiciones, se puede apreciar mejor en los datos del informe anual del Instituto Internacional de Estudios para la Paz, de Estocolmo (Suecia). Según este documento, Colombia ($10.055 millones), Chile ($5.683 millones) y México ($5.490 millones) son tres de los cinco países con mayor gasto militar de la región en el año 2009: solo por debajo de Brasil ($27.149 millones) y muy por encima de Venezuela ($3.254 millones). Aquí también se dibuja el enfrentamiento que marca el pulso de la actual coyuntura regional.
Todo lo anterior nos lleva a concluir que el acuerdo del bloque del Pacífico debe ser visto y analizado como parte del proyecto histórico panamericanista, es decir, el proyecto del control y la dominación total del continente por parte de los EE.UU. y las oligarquías –viejas y nuevas- de nuestros países.
El proyecto latinoamericanista, en cambio, lucha por alcanzar la segunda y definitiva independencia de nuestra América, y aspira a forjar el “equilibrio del mundo” en las relaciones entre los Estados y los pueblos. En las actuales condiciones de nuestra región y del orbe, el panamericanismo imperialista sabe que ya no puede someter a América Latina con la misma facilidad que lo hizo durante buena parte del siglo XX. De ahí nace su apuesta por el bloque del Pacífico: frente a los empeños por alcanzar la unidad nuestraamericana, que avanzan por distintas vías, los EE.UU y sus aliados juegan sus cartas al viejo principio de dividir para vencer.
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