sábado, 16 de noviembre de 2013

Desafíos del ambientalismo latinoamericano

El hecho mismo de que la debilidad creciente del sistema pueda ser captada y expresada es ya un producto de la cultura ambiental que emerge de las movilizaciones sociales, que expresan los conflictos ambientales en curso en todo el planeta, y en todos los ámbitos de la actividad humana, desde la producción material hasta la intelectual.

Guillermo Castro H. / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá

En mayo de 2013, la Alianza del Milenio por la Humanidad y la Biosfera – una red que vincula  a unos 1600 científicos de todo el mundo – dio a conocer un comunicado en el que indicaba la creciente importancia de cinco factores de riesgo para nuestra especie.[i] Dichos factores incluían las alteraciones del clima; la extinción de especies; la destrucción de ecosistemas vitales, y los problemas asociados a la sobrepoblación y el sobreconsumo. En conjunto, todos ellos constituyen aspectos distintos, pero interdependientes, de la crisis ambiental global, en cuyo marco han emergido – de la década de 1970 en adelante - los conceptos de ambiente, sustentabilidad y desarrollo sostenible.

Es en ese marco también –y en particular en lo relativo a los problemas asociados a la población y el consumo– donde cabe plantear el impacto del deterioro del ambiente global sobre el desarrollo urbano, y de éste con aquél. Ambos factores, en efecto, están estrechamente vinculados entre sí. El moderno desarrollo urbano, en efecto, está estrechamente asociado en su origen a la revolución industrial, a la formación de un mercado mundial, a la transformación en capital natural de todos los sistemas naturales del planeta, y al aprovechamiento de ese capital mediante procesos de explotación sin precedentes en la historia de nuestra especie.

Este vínculo puede ser apreciado en el hecho de que, si a principios del siglo XIX la población del planeta era de cerca de un billón de personas, de las cuales el 3% residía en zonas urbanas, a comienzos del XX esa población se había duplicado, mientras los residentes urbanos llegaban al 13%. Cien años después, como sabemos, hay más de 7 billones de humanos en el planeta, de los cuales más de la mitad reside en áreas urbanas. En el caso de los países en desarrollo, ese porcentaje asciende al 70%: Panamá, por ejemplo, cuenta con 3.8 millones de habitantes, de los cuales 2.8 residían en áreas urbanas en 2012, concentrados en su mayor parte en las áreas conurbadas aledañas al Canal interoceánico.

Un concepto de especial utilidad para el abordaje de ese vínculo es el de huella ecológica. En lo cuantitativo, este concepto mide “cuánta área de la tierra y del agua requiere una población humana para producir el recurso que consume y absorber sus desechos usando la tecnología prevaleciente”[ii]. En lo cualitativo, facilita identificar las relaciones de interdependencia entre sistemas humanos y sistemas naturales que permiten satisfacer esa demanda de recursos y de servicios ambientales.

Visto así, el desarrollo urbano y los problemas asociados a su sustentabilidad pueden ser asumidos como un objeto de estudio de naturaleza glocal, esto es, como un proceso de alcance local que opera a partir de realidades locales. En esta perspectiva, Londres y Sao Paulo, Shanghai y la Ciudad de México, como la Ciudad de Panamá y Kalkata emergen como elementos de una misma trama, de la que hacen parte también los glaciares del Himalaya y los de los Andes, los bosques de la taigá siberiana y del trópico húmedo, y la tierra de cultivo de Filipinas y Paraguay.

En ese escenario global, los procesos de urbanización son, también, procesos de migración, de deslocalización y relocalización de industrias y servicios, de transformación masiva de paisajes. O, dicho en breve, los procesos de urbanización se constituyen en el elemento dinamizador de antropización del planeta, cuyas consecuencias ambientales se expresan a su vez en los factores de riesgo antes señalados. Se trata, en suma, de que la crisis ambiental global es, ya, el aspecto principal de la crisis del propio sistema mundial.

Hoy, el carácter de esa crisis se hace evidente en la incapacidad del sistema internacional realmente existente para asumirla en su verdadera complejidad. La tendencia dominante en esa sistema, por el contrario, consiste en simplificar la complejidad de la crisis, para reducirla a términos y procedimientos que parezcan manejables, y desagregar ese manejo en iniciativas puramente locales.

Así, la crisis es reducida a su dimensión climática; ésta, a la dimensión tecnológica y esta última, finalmente, a la financiera. Con ello, toda iniciativa de política culmina en la puerta de los mismos bancos que contribuyen cada día a financiar las actividades que generan los problemas que se quiere mitigar. Por otra parte, el hecho mismo de que esa debilidad creciente del sistema pueda ser captada y expresada es ya un producto de la cultura ambiental que emerge de las movilizaciones sociales que expresan los conflictos ambientales en curso en todo el planeta, y en todos los ámbitos de la actividad humana, desde la producción material hasta la intelectual.

América Latina, en particular, ha logrado importantes avances en la tarea de contribuir a la creación de una verdadera visión de conjunto de este proceso, generalizando y escalando la complejidad de nuestras experiencias colectivas, en dirección a entender que, siendo el ambiente el producto de la interacción entre las sociedades y su entorno natural, la necesidad de generar un ambiente distinto nos obliga a asumir la de establecer sociedades diferentes. Identificar esa diferencia, encontrar los medios para hacer posible lo que ya es deseable, es ya el principal desafío político que encara el ambientalismo latinoamericano.

NOTAS

[i] Mantaining Humanity’s Life Support Systems in the  21st Century, http://mahb.stanford.edu/

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