sábado, 15 de abril de 2017

Cuba, problemas y desafíos (III parte)

La elevación de la productividad y el estímulo a las innovaciones tecnológicas requieren que los trabajadores se sientan protagonistas de su propio destino y del de Cuba; es decir, una plena democracia sindical y el control obrero en las empresas estatales para evitar la corrupción y los despilfarros.

Guillermo Almeyra / LA JORNADA

Cuando cambian las relaciones jurídicas sin que cambien las relaciones sociales de producción y el Estado pasa a ser propietario de todo, los obreros siguen siendo asalariados y están subordinados a los administradores que deciden como si fuesen patrones, estamos en presencia de un capitalismo de Estado, según la calificación que dio Lenin a la Prusia en guerra en 1870 y a la Unión Soviética mientras él vivió.

El lento proceso de construcción de un régimen de abundancia que haga posible el socialismo requiere –durante un largo periodo– el mercado controlado por los trabajadores y su Estado, y en los países tecnológicamente atrasados por fuerza será necesaria una larga convivencia entre la producción precapitalista, la capitalista comercial, la artesanal y la industrial avanzada.

La adopción por Cuba del modelo de la Unión Soviética le impuso la estatización de todo, una planificación económica desde arriba y sin control de los trabajadores y el usufructo de la propiedad común por la burocracia, que cada vez más tiende a identificar sus intereses privados y su bolsillo con los del Estado y a decidir privadamente sobre los bienes comunes.

La identificación del partido con el Estado aún capitalista de Estado y el predominio de éste sobre el primero, que se fija objetivos anticapitalistas, se vio agravada considerablemente por la carencia antes de la revolución democrática de un partido socialista revolucionario. No hubo así quien preparase previamente sus cuadros para la construcción de un poder democrático mediante una libre y democrática discusión interna y mediante balances públicos de lo planeado y lo realizado.

El Che describió –en 1960, fresco aún el triunfo, dos años antes de la fundación del Partido Comunista Cubano (PCC)– lo que según él era el equipo revolucionario. Decía Guevara: “Al fin y al cabo, Fidel Castro era un aspirante a diputado por un partido burgués tan respetable como podía ser el partido Radical en la Argentina, que seguía las huellas de un líder desaparecido, Eduardo Chibás, que podríamos hallar parecidas a las del mismo (Hipólito) Yirigoyen; y nosotros, que lo seguíamos, éramos un grupo de hombres con poca preparación política, solamente una capa de buena voluntad y una ingénita honradez” (carta del 12 de abril de 1960 a E. Sábato, reproducida por Fernando Martínez Heredia; Che, el argentino, Buenos Aires, 1997, pág. 68, Ed. De Mano en Mano). (Martínez Heredia, muy ligado al Che, dirigió la revista marxista cubana Pensamiento crítico y recibió recientemente el premio nacional cubano de Ciencias Sociales).

Como resultado de la identificación del partido, que debería ser independiente, con la administración estatal a la que debería dirigir, la burocracia, que el bloqueo imperialista fomenta y aumenta, no tiene control, como pasó en la Unión Soviética.

Eso hace que existan tres economías, una oficial y dos florecientes, pero ocultas: la del mercado negro y la delincuencia y corrupción y la de quienes realizan privadamente tareas formalmente ilegales o trabajos legales, pero con materia prima, instrumentos y maquinarias estatales o trabajan sin respetar los controles y las leyes, como las jineteras y jineteros de turistas. Las dos monedas de curso legal –la de los privilegiados y la de la gente común– impulsan estas dos últimas economías ocultas, sin las cuales no podrá funcionar la economía. Existe también la parte exógena de la economía, las remesas del 17 por ciento de la población emigrada, las cuales dependen de la economía de otros países. Esto requiere una solución urgente, pero una reforma burocrática hecha por la burocracia y contra los privilegios de ésta es impensable.

Queda, pues, como esperanza, la posibilidad de que la parte no burocrática del Partido Comunista y los revolucionarios antimperialistas e incluso socialistas que no forman parte de éste rompan la costra de resignación y pasividad de una parte de la juventud y de los trabajadores, separen el partido del Estado y den vida a una ampliación y profundización de la democracia en Cuba.

Para lograr al menos la seguridad alimentaria el Estado debería fomentar mercados regionales directos, orientar a los campesinos sobre qué cultivar, pero dejar que ellos decidan lo que producen y venden, concederles el uso de la tierra en enfiteusis durante 99 años y fomentar su producción sin imposiciones de ningún tipo y con ayuda técnica. Eso implica mercados de las cooperativas y los cultivadores directos orientados por precios de fomento estatales y apoyo tecnológico y educativo. Para moderar el clima es necesaria una intensa campaña de reforestación, con creación de bosques madereros y frutales y el desarrollo de los planes para la creación libre de huertos municipales, que ayuden a reducir el problema del abastecimiento y de los fletes.

La elevación de la productividad y el estímulo a las innovaciones tecnológicas requieren que los trabajadores se sientan protagonistas de su propio destino y del de Cuba; es decir, una plena democracia sindical y el control obrero en las empresas estatales para evitar la corrupción y los despilfarros.

En cada empresa los trabajadores deben poder elegir libremente, incluso por listas concurrentes, quién es su dirigente sindical y las asambleas deben discutir no sólo las condiciones de producción y de trabajo, sino todo para hacer propuestas al respecto. El sindicato debe dejar de ser correa de transmisión de las órdenes del partido para representar a los trabajadores.

Para enseñar a la población a pensar políticamente es indispensable una prensa que informe realmente, que critique, que investigue y en la que haya debate de ideas.


En Cuba existen hoy tendencias no declaradas en el PCC y otros “partidos” (el de la Iglesia católica y el socialdemócrata son los principales). La revolución ganaría si pudieran discutir abiertamente sus ideas y propuestas. La oscuridad política actual impide participar a la población, desperdicia su creatividad y sirve a las maniobras del imperialismo, que sabe muy bien con quién tomar contacto (sigue).

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